/ viernes 1 de julio de 2022

Fuentes en el desierto

El dolor, desde nuestra experiencia humana es agresivo, muchas veces el dolor nos resulta indomable. Sin embargo, como afirma Karl Ranher: “lo agresivo e indomable del dolor queda, por la libre aceptación por parte de Jesús, superado e integrado en la totalidad de su ser, Jesús es, por así decirlo, su dolor”. Así pues, con toda confianza podemos decir que en su dolor estaba también nuestro dolor. En la cruz Jesús es vulnerablemente solidario con nosotros sin ninguna teoría ni discurso; sino en la fragilidad de su propia humanidad.

Al contemplar a Jesús subiendo a la cruz, contemplamos todo un escenario de reacciones que, en torno suyo se gestan: los discípulos lo abandonan. Su madre solloza en silencio. Magdalena permanece en pie contemplando el misterio. Las autoridades y la turba vociferan de rabia. El menor de sus amigos acompaña a María sin comprender. El Cirineo no alcanza a entender la situación en la que ha sido involucrado. Un ladrón ofende, otro ladrón suplica. El centurión cree en silencio… La Cruz del Señor es la fuente de nuestra salvación porque en ella nos ha redimido Cristo de nuestras increencias, temores y faltas de confianza. ¡Cuánto hemos de volver a la cruz para seguir creyendo contra toda esperanza!

Pablo suplica a Dios que lo libre de gloriarse en algo que no sea la Cruz de Cristo. Un desinformado podría sentirse molesto de esta oración. ¿Cómo gloriarse de un instrumento de muerte?, sin embargo, Pablo logró penetrar en el misterio de la cruz. Po eso suplica a Dios que le conceda la gracia de encontrar en la Cruz su gloria (cfr. Ga 6, 14-18). Gloriarse de la Cruz implica seguir a Jesús desde la propia vulnerabilidad, con los propios clavos y sin renunciar a la cruz que nos ha tocado llevar. De hecho, la condición que pone Jesús para sus discípulos es tomar su propia cruz. Gloriarse de la cruz también es, reconocer que el mal no tiene la última palabra. La última palabra es de la Vida.

Naturalmente la vida implica experiencias que no son del todo gratas, en las que se descubre nuestro dolor, nuestra limitación, la impotencia y vulnerabilidad. Pero el estilo de vida de Jesús expresa que el dolor no tiene la última palabra. Por eso, cuando escuchamos al apóstol insistir en la importancia de gloriarse en la cruz, lo escuchamos hablarnos a nosotros en este tiempo, y animarnos a ser cristianos siempre y en todas las facetas de la propia vida.

El dolor, desde nuestra experiencia humana es agresivo, muchas veces el dolor nos resulta indomable. Sin embargo, como afirma Karl Ranher: “lo agresivo e indomable del dolor queda, por la libre aceptación por parte de Jesús, superado e integrado en la totalidad de su ser, Jesús es, por así decirlo, su dolor”. Así pues, con toda confianza podemos decir que en su dolor estaba también nuestro dolor. En la cruz Jesús es vulnerablemente solidario con nosotros sin ninguna teoría ni discurso; sino en la fragilidad de su propia humanidad.

Al contemplar a Jesús subiendo a la cruz, contemplamos todo un escenario de reacciones que, en torno suyo se gestan: los discípulos lo abandonan. Su madre solloza en silencio. Magdalena permanece en pie contemplando el misterio. Las autoridades y la turba vociferan de rabia. El menor de sus amigos acompaña a María sin comprender. El Cirineo no alcanza a entender la situación en la que ha sido involucrado. Un ladrón ofende, otro ladrón suplica. El centurión cree en silencio… La Cruz del Señor es la fuente de nuestra salvación porque en ella nos ha redimido Cristo de nuestras increencias, temores y faltas de confianza. ¡Cuánto hemos de volver a la cruz para seguir creyendo contra toda esperanza!

Pablo suplica a Dios que lo libre de gloriarse en algo que no sea la Cruz de Cristo. Un desinformado podría sentirse molesto de esta oración. ¿Cómo gloriarse de un instrumento de muerte?, sin embargo, Pablo logró penetrar en el misterio de la cruz. Po eso suplica a Dios que le conceda la gracia de encontrar en la Cruz su gloria (cfr. Ga 6, 14-18). Gloriarse de la Cruz implica seguir a Jesús desde la propia vulnerabilidad, con los propios clavos y sin renunciar a la cruz que nos ha tocado llevar. De hecho, la condición que pone Jesús para sus discípulos es tomar su propia cruz. Gloriarse de la cruz también es, reconocer que el mal no tiene la última palabra. La última palabra es de la Vida.

Naturalmente la vida implica experiencias que no son del todo gratas, en las que se descubre nuestro dolor, nuestra limitación, la impotencia y vulnerabilidad. Pero el estilo de vida de Jesús expresa que el dolor no tiene la última palabra. Por eso, cuando escuchamos al apóstol insistir en la importancia de gloriarse en la cruz, lo escuchamos hablarnos a nosotros en este tiempo, y animarnos a ser cristianos siempre y en todas las facetas de la propia vida.