/ viernes 15 de marzo de 2019

Haciendo política

Los famosos “cien días de gobierno” de la actual administración no han dejado de ser el tema en cuestión, han captado la atención y con sobrada razón, no es un asunto menor.

En estos días, también, hemos asistido a la necesidad de una verdadera política, nos hemos dado cuenta de la gravedad que implica estar al frente de un pueblo y de una nación, esta no es una tarea fácil; es una verdadera responsabilidad que nos implica a todos, pero que responsabiliza en primera instancia al mandatario nacional, quien como primer responsable ha de ser el verdaderamente apasionado por enardecer los corazones y moverlos al cambio, ése que urge en todos los rincones del país.

La política se hace, no es un esquema prestablecido, no es un código ya hecho al que deban supeditarse todos en cualquier franja del país; la política es una virtud artesanal, una verdadera tarea que no se improvisa, ni se sugiere para salir al paso, ni se dicta desde el ambón con acusaciones, responsabilizando a todos y erigiendo el dedo acusador a diestra y siniestra. La política no se hace con palabrería; se construye con actos concretos, enfáticos, contundentes, escuchando los escenarios adversos que motivan y preocupan a los muchos desencantados con las pocas acciones concretas por transformar verdaderamente el país.

Hacer política es tomar distancia de las arengas, por decidirse escuchar la gran cantidad de víctimas que, desanimadas, caminan al interior del país. Hacer política es callar para escuchar y dejar que esa palabra dé frutos de paz y armonía en una nación lacerada, dividida y enemistada por el odio y la violencia, es dejar de ser el protagonista por ser el servidor.

Hacer política es cuidar la vida, fortalecer al indefenso, promover la liberación de todos los que están encadenados con formas nuevas y cruentas de vergonzosa esclavitud. Es sumar por la vida y rechazar vigorosamente la muerte. Hacer política nunca será proponer la muerte como valor o bien que custodiar.

Hacer política es salir, ya por fin, de una vez por todas, del exceso de diagnósticos y de consultas; los síntomas son muy claros y refieren por mucho la llaga que punza este país.

Hacer política, entonces, es dar en el clavo, atinar en el blanco, es decidirse, siempre y con cada amanecer, en favor del todo y de las partes; en favor del bien, de la verdad, de la familia, del desarrollo, sin la psicótica necesidad de justificarse y de despreciar al que piensa diferente.

Los famosos “cien días de gobierno” de la actual administración no han dejado de ser el tema en cuestión, han captado la atención y con sobrada razón, no es un asunto menor.

En estos días, también, hemos asistido a la necesidad de una verdadera política, nos hemos dado cuenta de la gravedad que implica estar al frente de un pueblo y de una nación, esta no es una tarea fácil; es una verdadera responsabilidad que nos implica a todos, pero que responsabiliza en primera instancia al mandatario nacional, quien como primer responsable ha de ser el verdaderamente apasionado por enardecer los corazones y moverlos al cambio, ése que urge en todos los rincones del país.

La política se hace, no es un esquema prestablecido, no es un código ya hecho al que deban supeditarse todos en cualquier franja del país; la política es una virtud artesanal, una verdadera tarea que no se improvisa, ni se sugiere para salir al paso, ni se dicta desde el ambón con acusaciones, responsabilizando a todos y erigiendo el dedo acusador a diestra y siniestra. La política no se hace con palabrería; se construye con actos concretos, enfáticos, contundentes, escuchando los escenarios adversos que motivan y preocupan a los muchos desencantados con las pocas acciones concretas por transformar verdaderamente el país.

Hacer política es tomar distancia de las arengas, por decidirse escuchar la gran cantidad de víctimas que, desanimadas, caminan al interior del país. Hacer política es callar para escuchar y dejar que esa palabra dé frutos de paz y armonía en una nación lacerada, dividida y enemistada por el odio y la violencia, es dejar de ser el protagonista por ser el servidor.

Hacer política es cuidar la vida, fortalecer al indefenso, promover la liberación de todos los que están encadenados con formas nuevas y cruentas de vergonzosa esclavitud. Es sumar por la vida y rechazar vigorosamente la muerte. Hacer política nunca será proponer la muerte como valor o bien que custodiar.

Hacer política es salir, ya por fin, de una vez por todas, del exceso de diagnósticos y de consultas; los síntomas son muy claros y refieren por mucho la llaga que punza este país.

Hacer política, entonces, es dar en el clavo, atinar en el blanco, es decidirse, siempre y con cada amanecer, en favor del todo y de las partes; en favor del bien, de la verdad, de la familia, del desarrollo, sin la psicótica necesidad de justificarse y de despreciar al que piensa diferente.