/ miércoles 29 de agosto de 2018

Hombres o robots

En 1947, el matemático Norbert Wiener y el fisiólogo mexicano Arturo Rosenblueth, fundadores de la cibernética, definieron a ésta como "la ciencia de la comunicación y el control en el animal y en la máquina". Bella definición que nos conduce de inmediato a considerar las analogías entre el comportamiento de las máquinas y el de los animales. Nótese que, dada la poca sutileza de los científicos, la definición anterior incluye, tácitamente, al hombre dentro de la categoría "animal". No debe sorprendernos puesto que en verdad los hombres estamos más cerca de la "animalidad" de lo que podemos imaginar. Y, por otro lado, gran parte de nuestra conducta se parece bastante al comportamiento automatizado de los robots.

La mayor parte del día mis acciones, palabras y comportamiento siguen esquemas totalmente automatizados. En cierta medida, soy un robot “viviente”. Tal vez no pueda ser de otra manera, ya que la simple y cotidiana supervivencia depende del funcionamiento óptimo de innumerables órganos y de funciones internas de mi cuerpo que tienen que ajustarse a los cambios que se dan en el medio ambiente. Ajustes que, para ser efectivos, tienen que darse en forma automática. Asimismo otra porción importante de mis condicionamientos tienen un origen social: "Era una pareja plástica/ de esas que veo por ahí/ él pensando sólo en dinero/ ella en la moda en París./ Aparentando lo que no son/ viviendo en un mundo de pura ilusión/ ahogados en deudas para mantener/ su status social en boda o coctel".

Estoy inmerso en una sociedad que lanza estímulos de todo tipo para adaptar mi conducta y mi pensamiento a los no-valores de los mercaderes y politicantropus; quieren convertirme en un robot silencioso, conformista, trabajador y, desde luego, consumista: “Era una ciudad de plástico/ de esas que no quiero ver/ de edificios cancerosos/ y un corazón de oropel/ donde en vez de sol amanece un dólar/ donde nadie ríe donde nadie llora/ rostros de poliéster/ que escuchan sin oír que miran sin ver/ gente que vendió por su comodidad/ su razón de ser y su libertad”.

Henri Lefébvre ha acuñado un elegante término para designar al hombre que se robotiza: cibernántropo. Dejo el desglose del significado de este vocablo a mis amigos lingüistas. Afortunadamente, en América Latina todavía contamos con abundantes antídotos contra la robotización. Mi médico de cabecera me recetó uno que hasta la fecha actúa con sorprendente efectividad a pesar de su bajo costo. El problema es que tiene que ser administrado en el ambiente adecuado, en buena compañía y sacudiendo el bote. Se trata de la única y auténtica música afroantillana, y si es de Rubén Blades mucho mejor. Ese Plástico de Blades me quita todo lo automático de encima: “Oye latino, oye hermano, oye amigo/ nunca vendas tu destino/ por el oro ni la comodidad/ vamos todos adelante para juntos terminar/ con la ignorancia que nos trae sugestionados/ con modelos importados/ que no son la solución/ no te dejes confundir/ busca el fondo y su razón/ recuerda se ven las caras, pero nunca el corazón...”

No cabe duda: el plástico se derrite si le da de lleno el sol.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.


En 1947, el matemático Norbert Wiener y el fisiólogo mexicano Arturo Rosenblueth, fundadores de la cibernética, definieron a ésta como "la ciencia de la comunicación y el control en el animal y en la máquina". Bella definición que nos conduce de inmediato a considerar las analogías entre el comportamiento de las máquinas y el de los animales. Nótese que, dada la poca sutileza de los científicos, la definición anterior incluye, tácitamente, al hombre dentro de la categoría "animal". No debe sorprendernos puesto que en verdad los hombres estamos más cerca de la "animalidad" de lo que podemos imaginar. Y, por otro lado, gran parte de nuestra conducta se parece bastante al comportamiento automatizado de los robots.

La mayor parte del día mis acciones, palabras y comportamiento siguen esquemas totalmente automatizados. En cierta medida, soy un robot “viviente”. Tal vez no pueda ser de otra manera, ya que la simple y cotidiana supervivencia depende del funcionamiento óptimo de innumerables órganos y de funciones internas de mi cuerpo que tienen que ajustarse a los cambios que se dan en el medio ambiente. Ajustes que, para ser efectivos, tienen que darse en forma automática. Asimismo otra porción importante de mis condicionamientos tienen un origen social: "Era una pareja plástica/ de esas que veo por ahí/ él pensando sólo en dinero/ ella en la moda en París./ Aparentando lo que no son/ viviendo en un mundo de pura ilusión/ ahogados en deudas para mantener/ su status social en boda o coctel".

Estoy inmerso en una sociedad que lanza estímulos de todo tipo para adaptar mi conducta y mi pensamiento a los no-valores de los mercaderes y politicantropus; quieren convertirme en un robot silencioso, conformista, trabajador y, desde luego, consumista: “Era una ciudad de plástico/ de esas que no quiero ver/ de edificios cancerosos/ y un corazón de oropel/ donde en vez de sol amanece un dólar/ donde nadie ríe donde nadie llora/ rostros de poliéster/ que escuchan sin oír que miran sin ver/ gente que vendió por su comodidad/ su razón de ser y su libertad”.

Henri Lefébvre ha acuñado un elegante término para designar al hombre que se robotiza: cibernántropo. Dejo el desglose del significado de este vocablo a mis amigos lingüistas. Afortunadamente, en América Latina todavía contamos con abundantes antídotos contra la robotización. Mi médico de cabecera me recetó uno que hasta la fecha actúa con sorprendente efectividad a pesar de su bajo costo. El problema es que tiene que ser administrado en el ambiente adecuado, en buena compañía y sacudiendo el bote. Se trata de la única y auténtica música afroantillana, y si es de Rubén Blades mucho mejor. Ese Plástico de Blades me quita todo lo automático de encima: “Oye latino, oye hermano, oye amigo/ nunca vendas tu destino/ por el oro ni la comodidad/ vamos todos adelante para juntos terminar/ con la ignorancia que nos trae sugestionados/ con modelos importados/ que no son la solución/ no te dejes confundir/ busca el fondo y su razón/ recuerda se ven las caras, pero nunca el corazón...”

No cabe duda: el plástico se derrite si le da de lleno el sol.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.