/ lunes 22 de octubre de 2018

Hoy Día del Médico, les contaré una historia

Xalapa 1956, tiempos de la Prepa Juárez, ¡juventud!. Parvadas de chamacos con uniforme “Kaki” y corbata negra invadíamos el centro. En la inolvidable nevería “Blanca Nieves” de Fallo, sitio estratégico donde armábamos algarabía durante los juegos de básquet o voleibol entre Prepa y la Normal, con el objetivo férreo del triunfo de la Prepa y ligar una linda chica del bando contrario; los juegos terminaban con moquetes y narices rojas.

El chachachá y rock and roll, de moda en las tertulias o “huesos” en casa de alguna adolescente, bailábamos “de cachetito”, salíamos de novios, alcohol jamás lo probamos, la droga era desconocida. Los noviazgos dieron frutos en descendientes que hoy son padres y abuelos, cronos no se detiene.

En 1958, con el presentimiento de que no volveríamos a vernos en décadas o quizá nunca, partimos a la capital a estudiar Medicina. Atrás dejamos Xalapa, su eterna niebla, nuestra infancia, adolescencia y la inconsciente espontaneidad de la juventud; nos esperaban cinco años de estudio e ilusiones.

En 1963, el Internado, primeras experiencias con pacientes en venerables hospitales y grandes mentores como Ignacio Chávez, padre de la cardiología; Federico Gómez, pediatra insigne; Octavio Rivero, ¡maestro!; Ruy Pérez Tamayo, mente brillante; Fernando Latapí, pionero dermatólogo; Fernando Quiroz el Burro, célebre orador de anatomía.

En el 64, la gran aventura, el Servicio Social en lejano pueblo, lujurioso y cálido o agreste y gélido, semi olvidado. Seis meses de experiencias, fogueo y audacia del incipiente médico al enfrentarse a la enfermedad y la muerte. ¡Inolvidables días!

Agosto 1965. En el último piso de la Facultad de Medicina de la Ciudad Universitaria “negociamos” el título de médico ante tres sinodales impresionantes, de toga y birrete, ante muchos familiares de los aspirantes. Salimos con la constancia aprobatoria, abrazada sobre el pecho y lágrimas en los ojos, día inolvidable guardado en lo profundo de nuestro corazón.

El 23 de octubre de 1965, nuestro primer día del médico sentados en un rincón de pasillo de hospital, ignorados por los demás, observando a aquellos señorones médicos que recordamos con emotiva nostalgia, habíamos entrado como “subresidentes” en espera de ser admitidos en el Centro Médico Nacional, en marzo de 1966, para iniciar el aprendizaje formal de la Medicina. Hace más de cinco décadas descubrimos el orgullo de ser médicos y ser felicitados por los ángeles “de la guardia”, las enfermeras, que nos sacaban de atolladeros cuando no sabíamos actuar ante el sufrimiento del doliente, éramos becarios con sólo dos meses de acariciar el título con alma y corazón.

Llegó 1970, concretamos nuestro sueño; terminamos la especialidad dejando en los pasillos del hospital cinco fragorosos años, mil recuerdos y angustias, pero la enorme recompensa de ahora sí ser medicos, valió la pena.

El tiempo, invencible espiral de aire y fuego, nos regresó a Xalapa, donde hoy celebraremos el Día del Médico del año 2018. Disfrutemos esta fiesta, deseándonos una larga vida de afecto, éxito y salud.

“El tiempo, invento del ser humano”, dijo Emmanuel Kant; entonces aprovechemos ese invento para disfrutar nuestra compañía cada vez que nos aventuremos a robarle un espacio al tiempo, para fertilizar nuestra amistad. Queridos amigos médicos, ¡Felicidades!

hsilva_mendoza@hotmail.com


Xalapa 1956, tiempos de la Prepa Juárez, ¡juventud!. Parvadas de chamacos con uniforme “Kaki” y corbata negra invadíamos el centro. En la inolvidable nevería “Blanca Nieves” de Fallo, sitio estratégico donde armábamos algarabía durante los juegos de básquet o voleibol entre Prepa y la Normal, con el objetivo férreo del triunfo de la Prepa y ligar una linda chica del bando contrario; los juegos terminaban con moquetes y narices rojas.

El chachachá y rock and roll, de moda en las tertulias o “huesos” en casa de alguna adolescente, bailábamos “de cachetito”, salíamos de novios, alcohol jamás lo probamos, la droga era desconocida. Los noviazgos dieron frutos en descendientes que hoy son padres y abuelos, cronos no se detiene.

En 1958, con el presentimiento de que no volveríamos a vernos en décadas o quizá nunca, partimos a la capital a estudiar Medicina. Atrás dejamos Xalapa, su eterna niebla, nuestra infancia, adolescencia y la inconsciente espontaneidad de la juventud; nos esperaban cinco años de estudio e ilusiones.

En 1963, el Internado, primeras experiencias con pacientes en venerables hospitales y grandes mentores como Ignacio Chávez, padre de la cardiología; Federico Gómez, pediatra insigne; Octavio Rivero, ¡maestro!; Ruy Pérez Tamayo, mente brillante; Fernando Latapí, pionero dermatólogo; Fernando Quiroz el Burro, célebre orador de anatomía.

En el 64, la gran aventura, el Servicio Social en lejano pueblo, lujurioso y cálido o agreste y gélido, semi olvidado. Seis meses de experiencias, fogueo y audacia del incipiente médico al enfrentarse a la enfermedad y la muerte. ¡Inolvidables días!

Agosto 1965. En el último piso de la Facultad de Medicina de la Ciudad Universitaria “negociamos” el título de médico ante tres sinodales impresionantes, de toga y birrete, ante muchos familiares de los aspirantes. Salimos con la constancia aprobatoria, abrazada sobre el pecho y lágrimas en los ojos, día inolvidable guardado en lo profundo de nuestro corazón.

El 23 de octubre de 1965, nuestro primer día del médico sentados en un rincón de pasillo de hospital, ignorados por los demás, observando a aquellos señorones médicos que recordamos con emotiva nostalgia, habíamos entrado como “subresidentes” en espera de ser admitidos en el Centro Médico Nacional, en marzo de 1966, para iniciar el aprendizaje formal de la Medicina. Hace más de cinco décadas descubrimos el orgullo de ser médicos y ser felicitados por los ángeles “de la guardia”, las enfermeras, que nos sacaban de atolladeros cuando no sabíamos actuar ante el sufrimiento del doliente, éramos becarios con sólo dos meses de acariciar el título con alma y corazón.

Llegó 1970, concretamos nuestro sueño; terminamos la especialidad dejando en los pasillos del hospital cinco fragorosos años, mil recuerdos y angustias, pero la enorme recompensa de ahora sí ser medicos, valió la pena.

El tiempo, invencible espiral de aire y fuego, nos regresó a Xalapa, donde hoy celebraremos el Día del Médico del año 2018. Disfrutemos esta fiesta, deseándonos una larga vida de afecto, éxito y salud.

“El tiempo, invento del ser humano”, dijo Emmanuel Kant; entonces aprovechemos ese invento para disfrutar nuestra compañía cada vez que nos aventuremos a robarle un espacio al tiempo, para fertilizar nuestra amistad. Queridos amigos médicos, ¡Felicidades!

hsilva_mendoza@hotmail.com