/ viernes 22 de marzo de 2019

Infundir ánimo

Sin la soberbia pretensión de hacer un análisis sociológico concienzudo, sí es posible descubrir que asistimos a una sociedad del cansancio. El hartazgo va robando terreno por todos lados y, por temprano que nos levantemos y a donde quiera que vayamos ya está lleno de gente cansada, hombres y mujeres cabizbajos, niños molestos, ciudadanos enfermos…

Tal vez esa es la razón por la que muchas cosas del entramado social tratan de infundir ánimo. Así, en las estanterías es común observar que, cada vez, crece en mayor cantidad el número de libros que tratan de animar; que se jactan de contener el secreto para que el hombre sea feliz, unos desde el plano psicológico y otros desde el psicologismo barato, pero todos haciendo la lucha por convertirse en animadores de hombres desanimados. En el fondo, con una buena intención.

No sólo desde los libros, cada vez es más común observar la cantidad de entrenadores que se encargan de infundir ánimo en las empresas, escuelas, en las instituciones cualesquiera que éstas sean. Los guías que se encargan de animar a los sujetos a mirar la realidad desde el otro lado, a no ver el vaso medio vacío sino medio lleno, y se trata de cuestión de enfoques, buscan cambiar algunos aspectos del entorno inyectando ánimo a las mentes desanimadas. En nuestros tiempos crece el número de instructores y maestros espirituales.

El cine no es la excepción, desde hace varios años no deja de sugerirnos prototipos de héroes que llegan a la médula del cansancio de las sociedades y son ellos quienes hacen justicia; se ponen del lado más humano del hombre y pretenden ayudarle en todo lo que el hombre por sí solo no puede resolver. Éste, como los anteriores, no deja de ser un buen termómetro que nos ayuda a conocer la temperatura social y a medir los ánimos de lo que está sucediendo.

Las enfermedades del desánimo, los síndromes de cansancio y de estrés que van quemando al hombre, el gran índice de deprimidos que llenan las ciudades, son los rostros del cansancio que muerde y que se va extendiendo entre nosotros, tomando carta de ciudadanía y extendiendo su emporio.

Muchas son las cosas que infunden cansancio, muchos los panoramas que desalientan y que carcomen la vida humana tratando de robarle al hombre la posibilidad de ser feliz y alcanzar en esta vida la pretendida plenitud para la que ha sido llamado: esa búsqueda insaciable de felicidad que brota del interior mismo de su corazón. Pero, nada está perdido.

Sin la soberbia pretensión de hacer un análisis sociológico concienzudo, sí es posible descubrir que asistimos a una sociedad del cansancio. El hartazgo va robando terreno por todos lados y, por temprano que nos levantemos y a donde quiera que vayamos ya está lleno de gente cansada, hombres y mujeres cabizbajos, niños molestos, ciudadanos enfermos…

Tal vez esa es la razón por la que muchas cosas del entramado social tratan de infundir ánimo. Así, en las estanterías es común observar que, cada vez, crece en mayor cantidad el número de libros que tratan de animar; que se jactan de contener el secreto para que el hombre sea feliz, unos desde el plano psicológico y otros desde el psicologismo barato, pero todos haciendo la lucha por convertirse en animadores de hombres desanimados. En el fondo, con una buena intención.

No sólo desde los libros, cada vez es más común observar la cantidad de entrenadores que se encargan de infundir ánimo en las empresas, escuelas, en las instituciones cualesquiera que éstas sean. Los guías que se encargan de animar a los sujetos a mirar la realidad desde el otro lado, a no ver el vaso medio vacío sino medio lleno, y se trata de cuestión de enfoques, buscan cambiar algunos aspectos del entorno inyectando ánimo a las mentes desanimadas. En nuestros tiempos crece el número de instructores y maestros espirituales.

El cine no es la excepción, desde hace varios años no deja de sugerirnos prototipos de héroes que llegan a la médula del cansancio de las sociedades y son ellos quienes hacen justicia; se ponen del lado más humano del hombre y pretenden ayudarle en todo lo que el hombre por sí solo no puede resolver. Éste, como los anteriores, no deja de ser un buen termómetro que nos ayuda a conocer la temperatura social y a medir los ánimos de lo que está sucediendo.

Las enfermedades del desánimo, los síndromes de cansancio y de estrés que van quemando al hombre, el gran índice de deprimidos que llenan las ciudades, son los rostros del cansancio que muerde y que se va extendiendo entre nosotros, tomando carta de ciudadanía y extendiendo su emporio.

Muchas son las cosas que infunden cansancio, muchos los panoramas que desalientan y que carcomen la vida humana tratando de robarle al hombre la posibilidad de ser feliz y alcanzar en esta vida la pretendida plenitud para la que ha sido llamado: esa búsqueda insaciable de felicidad que brota del interior mismo de su corazón. Pero, nada está perdido.