/ viernes 30 de noviembre de 2018

IV transformación de México

No hay fecha que no se llegue ni plazo que no se cumpla. Llegó diciembre y apenas despuntando el mes se llevará a cabo la toma de protesta de Andrés Manuel López Obrador como presidente legítimo y constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, y con él de todos los que se han visto favorecidos con el voto de los ciudadanos para ocupar los cargos de elección popular.

La palabra que ha resultado ser la más estirada desde la campaña y que se abre paso para ser la ruta del sexenio es “transformación”. Esta palabra es por sí sola muy sugerente. En apariencia parece indicar un cambio. Y el axioma sostiene que no todo cambio es progreso. Pero al analizar más detenidamente el término logramos entender la riqueza que tras la inocencia de esta sutil palabra se esconde. “Trans” es el prefijo que alude: más allá, del otro lado, a través. Y formación en el sentido de configuración.

Lo que quiere decir que la transformación que urge este país es un verdadero cambio en la escala de valores que se han asentado y dirigido la vida de los mexicanos. Nuestra realidad denuncia ser transformada, necesita cambiar. Por salud y en atención de la vida no podemos permitirnos seguir así.

Pero esta transformación, sea la primera, cuarta o quinta, o la que fuera, no será posible si se coloca en hombros de uno solo para que él se aventure con tal encomienda y prometeicamente nos traiga la salvación. Los mexicanos necesitamos un cambio más allá de los estilos inhumanos en los que estamos insertos. Necesitamos llegar del otro lado del que ahora nos encontramos y al que anhelamos llegar: al estado verdadero, soberano, donde la verdad y la justicia sean quienes icen la bandera nacional. Y esto sólo será posible con el compromiso de todos.

La sanación de raíz que tanto se anhela implica la ambición de todos, un deseo que sólo será consecuencia del cansancio del estado actual de las cosas. Quien no se sienta harto e incómodo con el statu quo no se fascinará jamás. El que está cómodo no se inquieta, no sueña, no anhela, no espera ni desea algo mejor. Ésta es una sanación que brota del cansancio individual para llegar a la transformación colectiva. Donde todos abriguen la esperanza de ser humanos, de sentirse personas antes que defender cánones injustos. Donde todos puedan mirarse a la cara con amor y amando al otro hasta promover su desarrollo y se le permita ser el señor de su vida. Una trasformación que mira su objetivo en sana solidaridad.


No hay fecha que no se llegue ni plazo que no se cumpla. Llegó diciembre y apenas despuntando el mes se llevará a cabo la toma de protesta de Andrés Manuel López Obrador como presidente legítimo y constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, y con él de todos los que se han visto favorecidos con el voto de los ciudadanos para ocupar los cargos de elección popular.

La palabra que ha resultado ser la más estirada desde la campaña y que se abre paso para ser la ruta del sexenio es “transformación”. Esta palabra es por sí sola muy sugerente. En apariencia parece indicar un cambio. Y el axioma sostiene que no todo cambio es progreso. Pero al analizar más detenidamente el término logramos entender la riqueza que tras la inocencia de esta sutil palabra se esconde. “Trans” es el prefijo que alude: más allá, del otro lado, a través. Y formación en el sentido de configuración.

Lo que quiere decir que la transformación que urge este país es un verdadero cambio en la escala de valores que se han asentado y dirigido la vida de los mexicanos. Nuestra realidad denuncia ser transformada, necesita cambiar. Por salud y en atención de la vida no podemos permitirnos seguir así.

Pero esta transformación, sea la primera, cuarta o quinta, o la que fuera, no será posible si se coloca en hombros de uno solo para que él se aventure con tal encomienda y prometeicamente nos traiga la salvación. Los mexicanos necesitamos un cambio más allá de los estilos inhumanos en los que estamos insertos. Necesitamos llegar del otro lado del que ahora nos encontramos y al que anhelamos llegar: al estado verdadero, soberano, donde la verdad y la justicia sean quienes icen la bandera nacional. Y esto sólo será posible con el compromiso de todos.

La sanación de raíz que tanto se anhela implica la ambición de todos, un deseo que sólo será consecuencia del cansancio del estado actual de las cosas. Quien no se sienta harto e incómodo con el statu quo no se fascinará jamás. El que está cómodo no se inquieta, no sueña, no anhela, no espera ni desea algo mejor. Ésta es una sanación que brota del cansancio individual para llegar a la transformación colectiva. Donde todos abriguen la esperanza de ser humanos, de sentirse personas antes que defender cánones injustos. Donde todos puedan mirarse a la cara con amor y amando al otro hasta promover su desarrollo y se le permita ser el señor de su vida. Una trasformación que mira su objetivo en sana solidaridad.