/ miércoles 8 de septiembre de 2021

Juego de espejos

Por lo pronto muchos de los problemas no han sido resueltos, siguen agravándose y nos presentan un futuro muy incierto. Mi mente es una telaraña complicadísima, sobre todo en estos días. No pasa todos los días. No es nada común. Serán solo palabras, pero es un panorama en el que se han desgastado tanto los discursos de nuestros políticos.

Si el Ejecutivo quiere hacer dos sexenios en uno y su mensaje lo comunica, precisa fijar prioridades, hacer política y realinear a gobierno y partido. Sólo así podrá cantar: Misión cumplida.

De tener vigencia la idea presidencial de ejercer el poder durante dos sexenios, no a partir de la reelección, sino de la duplicación del tiempo de trabajo, el presidente concluyó su primer sexenio.

Causan esa impresión tres elementos. El tono, carácter y remate del mensaje presidencial con motivo del tercer informe oficial de gobierno: el ajuste del equipo de colaboradores en el área política, social y jurídica, y el cambio de hora en el itinerario político.

Desde esa óptica y sí, en efecto, las bases de la pretendida transformación nacional se han asentado al punto de ser prácticamente irreversibles, el segundo sexenio-trienio no puede ser simple extensión del primero.

La circunstancia es otra. Exige menos confrontación y más conciliación, más inteligencia y menos fuerza, más orden y menos caos, más resultados y menos proyectos. Demanda, en suma, hacer política hacia dentro y hacia fuera del movimiento que encumbró al mandatario en el poder. Correr con pies de plomo.

Solo así se explica porqué el Ejecutivo federal dice "hasta podría dejar ahora mismo la Presidencia sin sentirme mal con mi conciencia", a la vez que "la gente a votar a finales de marzo del 2022 porque continúe mi periodo constitucional hasta finales de septiembre de 2024".

La duda es si el Ejecutivo cuenta con la serenidad, el equipaje y el tolerante necesario para entender y resolver la nueva circunstancia, sin darse de topes contra la pared y repercutirlos al país.

Si es capaz de él mismo transformarse y consolidar la obra, mantener la estabilidad y preparar sin sofoco la sucesión.

El tono y el carácter del mensaje presidencial no fueron los acostumbrados. Fue duro contra el neoliberalismo como siempre, pero no rijoso.

Incurrió, si se quiere, en el exceso de fustigar a "los tecnócratas neoliberales" con la expresión "tengan para que aprendan", tras enlistar los supuestos logros histórico-económicos de sugestión. Empero ajeno al hábito, esta vez no cargo de manera manifiesta o encubierta contra quienes podrían ser sus más emblemáticos representantes. No hubo referencias ni descalificaciones personales o alusivas.

Y, claro, pueden cuestionarse no sin razón esos logros, como también el señalamiento de haber cumplido noventa y ocho de los cien compromisos adquiridos y, desde luego, el repaso tangencial de la situación prevaleciente en salud y seguridad. Sin embargo, el sentido del mensaje parece responder al afán de hacer un balance de la actuación, concierto dejo de nostalgia y emoción, marcando el término del primer sexenio, conforme al ritmo y la aritmética presidencial.

Más aún, no es aventurado afirmar que el discurso no correspondió a un tercer año de gobierno, sino a tres como si el corriente fuera el último, como si el sexenio tocará a su fin, y por lo mismo el mandatario se pudiera marchar, como dijo, sin remordimientos de conciencia.

A partir de esta perspectiva, quizá, por eso el mandatario interviene y pervierte el objeto del ejercicio revocatorio del mandato, entendiéndolo como ratificatorio. Lo concibe como su reelección para "continuar" hasta finales de septiembre de 2024 y lo tienta la vanidad de protagonizar la aplicación del recurso.

Quiere relegitimar el segundo sexenio de tres años por emprender.

Sin desconocer las zancadillas, pero tampoco los no pocos tropiezos de la gestión presidencial, hay algunos logros intangibles.

Sí, hay eso, pero también la urgencia de revisar la pertinencia de políticas, programas y obras con destino incierto, sobre todo cuando se ha sostenido a costa de sacrificar o maltratar otras necesidades fundamentales, vitales, se podría decir provocando dolor y sufrimiento. Mantener el proyecto original, sin replantearlo ante los límites impuestos por la adversidad, no ha sido un acierto. En ello ha faltado el humanismo que tanto se presume y la determinación que tanto se practica donde interesa.

El tono y el carácter del mensaje presidencial no fueron los acostumbrados. Fue duro contra el neoliberalismo como siempre, pero no rijoso.

Por lo pronto muchos de los problemas no han sido resueltos, siguen agravándose y nos presentan un futuro muy incierto. Mi mente es una telaraña complicadísima, sobre todo en estos días. No pasa todos los días. No es nada común. Serán solo palabras, pero es un panorama en el que se han desgastado tanto los discursos de nuestros políticos.

Si el Ejecutivo quiere hacer dos sexenios en uno y su mensaje lo comunica, precisa fijar prioridades, hacer política y realinear a gobierno y partido. Sólo así podrá cantar: Misión cumplida.

De tener vigencia la idea presidencial de ejercer el poder durante dos sexenios, no a partir de la reelección, sino de la duplicación del tiempo de trabajo, el presidente concluyó su primer sexenio.

Causan esa impresión tres elementos. El tono, carácter y remate del mensaje presidencial con motivo del tercer informe oficial de gobierno: el ajuste del equipo de colaboradores en el área política, social y jurídica, y el cambio de hora en el itinerario político.

Desde esa óptica y sí, en efecto, las bases de la pretendida transformación nacional se han asentado al punto de ser prácticamente irreversibles, el segundo sexenio-trienio no puede ser simple extensión del primero.

La circunstancia es otra. Exige menos confrontación y más conciliación, más inteligencia y menos fuerza, más orden y menos caos, más resultados y menos proyectos. Demanda, en suma, hacer política hacia dentro y hacia fuera del movimiento que encumbró al mandatario en el poder. Correr con pies de plomo.

Solo así se explica porqué el Ejecutivo federal dice "hasta podría dejar ahora mismo la Presidencia sin sentirme mal con mi conciencia", a la vez que "la gente a votar a finales de marzo del 2022 porque continúe mi periodo constitucional hasta finales de septiembre de 2024".

La duda es si el Ejecutivo cuenta con la serenidad, el equipaje y el tolerante necesario para entender y resolver la nueva circunstancia, sin darse de topes contra la pared y repercutirlos al país.

Si es capaz de él mismo transformarse y consolidar la obra, mantener la estabilidad y preparar sin sofoco la sucesión.

El tono y el carácter del mensaje presidencial no fueron los acostumbrados. Fue duro contra el neoliberalismo como siempre, pero no rijoso.

Incurrió, si se quiere, en el exceso de fustigar a "los tecnócratas neoliberales" con la expresión "tengan para que aprendan", tras enlistar los supuestos logros histórico-económicos de sugestión. Empero ajeno al hábito, esta vez no cargo de manera manifiesta o encubierta contra quienes podrían ser sus más emblemáticos representantes. No hubo referencias ni descalificaciones personales o alusivas.

Y, claro, pueden cuestionarse no sin razón esos logros, como también el señalamiento de haber cumplido noventa y ocho de los cien compromisos adquiridos y, desde luego, el repaso tangencial de la situación prevaleciente en salud y seguridad. Sin embargo, el sentido del mensaje parece responder al afán de hacer un balance de la actuación, concierto dejo de nostalgia y emoción, marcando el término del primer sexenio, conforme al ritmo y la aritmética presidencial.

Más aún, no es aventurado afirmar que el discurso no correspondió a un tercer año de gobierno, sino a tres como si el corriente fuera el último, como si el sexenio tocará a su fin, y por lo mismo el mandatario se pudiera marchar, como dijo, sin remordimientos de conciencia.

A partir de esta perspectiva, quizá, por eso el mandatario interviene y pervierte el objeto del ejercicio revocatorio del mandato, entendiéndolo como ratificatorio. Lo concibe como su reelección para "continuar" hasta finales de septiembre de 2024 y lo tienta la vanidad de protagonizar la aplicación del recurso.

Quiere relegitimar el segundo sexenio de tres años por emprender.

Sin desconocer las zancadillas, pero tampoco los no pocos tropiezos de la gestión presidencial, hay algunos logros intangibles.

Sí, hay eso, pero también la urgencia de revisar la pertinencia de políticas, programas y obras con destino incierto, sobre todo cuando se ha sostenido a costa de sacrificar o maltratar otras necesidades fundamentales, vitales, se podría decir provocando dolor y sufrimiento. Mantener el proyecto original, sin replantearlo ante los límites impuestos por la adversidad, no ha sido un acierto. En ello ha faltado el humanismo que tanto se presume y la determinación que tanto se practica donde interesa.

El tono y el carácter del mensaje presidencial no fueron los acostumbrados. Fue duro contra el neoliberalismo como siempre, pero no rijoso.