/ jueves 9 de noviembre de 2017

La amenaza populista

Qué importante resulta para cualquier sociedad mirar más allá de sus fronteras, observar los procesos políticos en otras naciones, analizar la dinámica de sus economías y reflexionar sobre las lecciones que podemos extraer, aprender de otros modelos y procesos históricos.

El primer caso significativo es la República de Argentina, con la llegada al poder del presidente Mauricio Macri en 2015 luego de un periodo de hegemonía de varios frentes de distintas fracciones del peronismo, encabezadas por las Kirchner, primero el presidente Néstor y luego la señora Cristina.

El modelo populista argentino significó beneficios inmediatos, pero insostenibles para amplios sectores de la sociedad, y el crecimiento de la infraestructura social y urbana, sin embargo, este proyecto económico y social fracasó, poniendo en riesgo la solvencia internacional de este país.

La versión kirchnerista del populismo peronista condujo al aislamiento del país con el exterior, ejemplificado por un control artificial del tipo de cambio, y un proteccionismo comercial paternalista. El desgaste progresivo de un mercado regional limitado llevó a una economía ficción, basada en altos subsidios.

El triunfo de Macri fue doblemente significativo porque representó el desencanto del populismo y la opción por un proyecto de modernización y apertura. En las recientes elecciones legislativas del 20 de octubre, el populismo, disfrazado de movimiento ciudadano, encabezado por Cristina Kirchner, de nuevo fue derrotado, pese a que Macri ha asumido el costo social de los ajustes de los precios, el alza en la inflación y la caída del tipo de cambio, como un paso obligado para retomar la apertura económica.

Un segundo caso no menos dramático resulta el caso francés, donde el espejismo levantado por el señor Emmanuel Macron se desvanece en forma acelerada luego de haber creado expectativas de un cambio radical por la vía institucional. Su proyecto se ha topado con la resistencia de trabajadores, empresarios, estudiantes y legisladores que se dan cuenta de que el sueño de un joven candidato carismático y un buen discurso no bastan para reformar el Estado social francés.

Un tercer caso, por demás lamentable, es la Gran Bretaña, que a menos de un año de haber votado por el Brexit vive en la incertidumbre política, social y económica y que amenaza con empobrecer a los británicos y cerrar el horizonte del progreso que representa la Unión Europea.

Casos como los anteriores revelan que el populismo, sea de izquierda o de derecha, conservador o radical, es como ha dicho recientemente Mario Vargas Llosa una “enfermedad escurridiza” que socava las democracias, promueve el nacionalismo económico de corte proteccionista y demuestra que el disfraz de independiente no garantiza un gobierno eficaz.

La amenaza populista es real en diversas latitudes; sus costos, muy altos y el aprendizaje, doloroso. Estos lamentables casos deben ser parte de la conversación pública y servir para informar nuestras decisiones políticas y electorales.

Leo en la prensa que los dos Méxicos, el de mayor y el de menor desarrollo, se siguen separando.

De acuerdo con el más reciente Indicador Trimestral de la Actividad Económica Estatal (ITAEE), que publica el INEGI, las 17 entidades que según una encuesta reciente del mismo instituto tienen un ingreso promedio por familia superior a la media nacional de 46 mil 531 pesos trimestrales crecieron 3.8% en el periodo abril-junio respecto del mismo trimestre de 2016.

En contraste, los 15 estados cuyo ingreso familiar se encuentra por debajo de dicho umbral crecieron apenas 0.1% de acuerdo con el mismo indicador, que se dio apenas a conocer.

Uno puede trazar una línea desde los límites de Colima y Michoacán, en la costa del Pacífico, hasta los límites de Tamaulipas y Veracruz en la del Golfo, y casi todo el territorio que queda al norte y al poniente de esta línea es el México de mayor desarrollo, mientras la porción restante es el México menos desarrollado.

Dichos datos debieran formar parte de una gran discusión nacional. Una discusión que evidentemente no estamos teniendo.

La separación del país en dos regiones, una con tasas de crecimiento económico que son la envidia de varias naciones desarrolladas, y otra, en un estado casi permanente de estancamiento, e incluso retroceso debiera ser un llamado a la nación.

Frente a esta situación, las únicas respuestas suelen ser la estridente, pero estéril, indignación y la prescripción de recetas populistas para aumentar las transferencias económicas.

Recientemente el gobierno impulsó la creación de las llamadas Zonas Económicas Especiales para detonar el crecimiento en la región sur-sureste.

Ojalá que dicha iniciativa tenga éxito, pero preocupa que este problema no esté en la agenda de la clase política de forma más relevante.

De hecho, debiera ser un asunto prioritario para los partidos, ahora que estamos entrando en la temporada electoral. Pero la visión que prevalece en tiempos como éstos no se fija en asuntos de fondo. Lo que importa es ganar votos, nada más.

La receta para el desarrollo no tiene secretos ni fue cocinada en una olla de brujo. Sólo hay que poner atención en lo que han hecho, muchas veces a medias, los estados más exitosos.

La combinación de una estricta aplicación de la ley, el combate a la corrupción y el impulso a la educación, el emprendedurismo, la innovación y la competitividad son la base de esta fórmula.

Como digo, ningún estado en México la sigue cabalmente, pero incluso una aplicación tibia de la misma sería de buenos resultados.

Qué importante resulta para cualquier sociedad mirar más allá de sus fronteras, observar los procesos políticos en otras naciones, analizar la dinámica de sus economías y reflexionar sobre las lecciones que podemos extraer, aprender de otros modelos y procesos históricos.

El primer caso significativo es la República de Argentina, con la llegada al poder del presidente Mauricio Macri en 2015 luego de un periodo de hegemonía de varios frentes de distintas fracciones del peronismo, encabezadas por las Kirchner, primero el presidente Néstor y luego la señora Cristina.

El modelo populista argentino significó beneficios inmediatos, pero insostenibles para amplios sectores de la sociedad, y el crecimiento de la infraestructura social y urbana, sin embargo, este proyecto económico y social fracasó, poniendo en riesgo la solvencia internacional de este país.

La versión kirchnerista del populismo peronista condujo al aislamiento del país con el exterior, ejemplificado por un control artificial del tipo de cambio, y un proteccionismo comercial paternalista. El desgaste progresivo de un mercado regional limitado llevó a una economía ficción, basada en altos subsidios.

El triunfo de Macri fue doblemente significativo porque representó el desencanto del populismo y la opción por un proyecto de modernización y apertura. En las recientes elecciones legislativas del 20 de octubre, el populismo, disfrazado de movimiento ciudadano, encabezado por Cristina Kirchner, de nuevo fue derrotado, pese a que Macri ha asumido el costo social de los ajustes de los precios, el alza en la inflación y la caída del tipo de cambio, como un paso obligado para retomar la apertura económica.

Un segundo caso no menos dramático resulta el caso francés, donde el espejismo levantado por el señor Emmanuel Macron se desvanece en forma acelerada luego de haber creado expectativas de un cambio radical por la vía institucional. Su proyecto se ha topado con la resistencia de trabajadores, empresarios, estudiantes y legisladores que se dan cuenta de que el sueño de un joven candidato carismático y un buen discurso no bastan para reformar el Estado social francés.

Un tercer caso, por demás lamentable, es la Gran Bretaña, que a menos de un año de haber votado por el Brexit vive en la incertidumbre política, social y económica y que amenaza con empobrecer a los británicos y cerrar el horizonte del progreso que representa la Unión Europea.

Casos como los anteriores revelan que el populismo, sea de izquierda o de derecha, conservador o radical, es como ha dicho recientemente Mario Vargas Llosa una “enfermedad escurridiza” que socava las democracias, promueve el nacionalismo económico de corte proteccionista y demuestra que el disfraz de independiente no garantiza un gobierno eficaz.

La amenaza populista es real en diversas latitudes; sus costos, muy altos y el aprendizaje, doloroso. Estos lamentables casos deben ser parte de la conversación pública y servir para informar nuestras decisiones políticas y electorales.

Leo en la prensa que los dos Méxicos, el de mayor y el de menor desarrollo, se siguen separando.

De acuerdo con el más reciente Indicador Trimestral de la Actividad Económica Estatal (ITAEE), que publica el INEGI, las 17 entidades que según una encuesta reciente del mismo instituto tienen un ingreso promedio por familia superior a la media nacional de 46 mil 531 pesos trimestrales crecieron 3.8% en el periodo abril-junio respecto del mismo trimestre de 2016.

En contraste, los 15 estados cuyo ingreso familiar se encuentra por debajo de dicho umbral crecieron apenas 0.1% de acuerdo con el mismo indicador, que se dio apenas a conocer.

Uno puede trazar una línea desde los límites de Colima y Michoacán, en la costa del Pacífico, hasta los límites de Tamaulipas y Veracruz en la del Golfo, y casi todo el territorio que queda al norte y al poniente de esta línea es el México de mayor desarrollo, mientras la porción restante es el México menos desarrollado.

Dichos datos debieran formar parte de una gran discusión nacional. Una discusión que evidentemente no estamos teniendo.

La separación del país en dos regiones, una con tasas de crecimiento económico que son la envidia de varias naciones desarrolladas, y otra, en un estado casi permanente de estancamiento, e incluso retroceso debiera ser un llamado a la nación.

Frente a esta situación, las únicas respuestas suelen ser la estridente, pero estéril, indignación y la prescripción de recetas populistas para aumentar las transferencias económicas.

Recientemente el gobierno impulsó la creación de las llamadas Zonas Económicas Especiales para detonar el crecimiento en la región sur-sureste.

Ojalá que dicha iniciativa tenga éxito, pero preocupa que este problema no esté en la agenda de la clase política de forma más relevante.

De hecho, debiera ser un asunto prioritario para los partidos, ahora que estamos entrando en la temporada electoral. Pero la visión que prevalece en tiempos como éstos no se fija en asuntos de fondo. Lo que importa es ganar votos, nada más.

La receta para el desarrollo no tiene secretos ni fue cocinada en una olla de brujo. Sólo hay que poner atención en lo que han hecho, muchas veces a medias, los estados más exitosos.

La combinación de una estricta aplicación de la ley, el combate a la corrupción y el impulso a la educación, el emprendedurismo, la innovación y la competitividad son la base de esta fórmula.

Como digo, ningún estado en México la sigue cabalmente, pero incluso una aplicación tibia de la misma sería de buenos resultados.