/ jueves 16 de enero de 2020

La bella maniquí del mercado Hidalgo

Jorge Arias está enamorado de una maniquí. Por vez primera la miró y admiró en un pasillo del mercado Hidalgo en el puerto de Veracruz y se prendió.

Los ojos de la muñeca delgada con bubis y pompis exuberantes son de cristal. Pero el ojo izquierdo parece tener más destellos de humanidad y entonces, quedó prendado de la maniquí. Durante los fines de semana, cuando tiene día de asueto, va al mercado y pasa las horas admirándola.

Un día se animó y decidió comprarla al dueño del negocio donde venden vestidos para bodas y quinceañeras. Sorprendido y atónito, el dueño se negó. Jorge Arias insistió ofreciendo un precio mayor y se negó. Volvió a subir el precio y el dueño volvió a negar. Por qué, le preguntó. Y el dueño dijo: "Todos están enamorados de la maniquí. Ya hasta le puse nombre. Se llama Alicia en el país de las maravillas".

Se trata, claro, de la maniquí más hermosa que Arias ha visto en toda su vida, ni siquiera, vaya, en las tiendas de Liverpool y del Palacio del Hierro. Quizá, acaso, comparables con alguna que otra chica paseando un sábado en la tarde, un domingo al mediodía, en plaza comercial.

Alicia en el país de las maravillas, es decir, la maniquí, es tan real que parece la mujer perfecta, y como Jorge Arias es un ermitaño y divorciado por vez primera y viudo por segunda, viviendo en la soledad, necesita una compañía.

Y nada mejor que los ojos grandes negros que hacen más grandes con la cabellera larga, negra, cayendo sobre sus hombres. Y los labios carnosos en unos pómulos finitos que la adelgazan más. El dueño ha olvidado dónde la compró, porque tiene a su lado unos quince años y desde luego, nunca ha envejecido.

El amigo ha soñado con secuestrar a la maniquí, pero como es tan miedoso y timorato ha dado marcha atrás, temeroso de una balacera, una bala perdida, un zafarrancho de los mismos locatarios defendiendo a la muñeca propiedad colectiva. Por eso tomó decisión filosófica, prudente y mesurada: al dueño le llama suegro a cambio de que le permita llevar su sillita de madera y sentarse frente a Alicia y durante un tiempecito mirarla y admirarla, recordando quizá el tiempo pasado con las mujeres que en su oportunidad desfilaron en su vida y en su momento fue amando a cada una. Lo angustiante son las noches de insomnio cuando despierta pensando en ella. O cuando hace norte y frío. O cuando llueve y con relámpagos. O se va la luz y la vecindad queda a oscuras. Pero entonces, ni hablar, solo resta vivir del recuerdo y la nostalgia, y al día siguiente, a primera hora cuando abren los changarros en el mercado Hidalgo, ahí está en primera fila, como celoso guardián del jardín del ensueño.

Jorge Arias está enamorado de una maniquí. Por vez primera la miró y admiró en un pasillo del mercado Hidalgo en el puerto de Veracruz y se prendió.

Los ojos de la muñeca delgada con bubis y pompis exuberantes son de cristal. Pero el ojo izquierdo parece tener más destellos de humanidad y entonces, quedó prendado de la maniquí. Durante los fines de semana, cuando tiene día de asueto, va al mercado y pasa las horas admirándola.

Un día se animó y decidió comprarla al dueño del negocio donde venden vestidos para bodas y quinceañeras. Sorprendido y atónito, el dueño se negó. Jorge Arias insistió ofreciendo un precio mayor y se negó. Volvió a subir el precio y el dueño volvió a negar. Por qué, le preguntó. Y el dueño dijo: "Todos están enamorados de la maniquí. Ya hasta le puse nombre. Se llama Alicia en el país de las maravillas".

Se trata, claro, de la maniquí más hermosa que Arias ha visto en toda su vida, ni siquiera, vaya, en las tiendas de Liverpool y del Palacio del Hierro. Quizá, acaso, comparables con alguna que otra chica paseando un sábado en la tarde, un domingo al mediodía, en plaza comercial.

Alicia en el país de las maravillas, es decir, la maniquí, es tan real que parece la mujer perfecta, y como Jorge Arias es un ermitaño y divorciado por vez primera y viudo por segunda, viviendo en la soledad, necesita una compañía.

Y nada mejor que los ojos grandes negros que hacen más grandes con la cabellera larga, negra, cayendo sobre sus hombres. Y los labios carnosos en unos pómulos finitos que la adelgazan más. El dueño ha olvidado dónde la compró, porque tiene a su lado unos quince años y desde luego, nunca ha envejecido.

El amigo ha soñado con secuestrar a la maniquí, pero como es tan miedoso y timorato ha dado marcha atrás, temeroso de una balacera, una bala perdida, un zafarrancho de los mismos locatarios defendiendo a la muñeca propiedad colectiva. Por eso tomó decisión filosófica, prudente y mesurada: al dueño le llama suegro a cambio de que le permita llevar su sillita de madera y sentarse frente a Alicia y durante un tiempecito mirarla y admirarla, recordando quizá el tiempo pasado con las mujeres que en su oportunidad desfilaron en su vida y en su momento fue amando a cada una. Lo angustiante son las noches de insomnio cuando despierta pensando en ella. O cuando hace norte y frío. O cuando llueve y con relámpagos. O se va la luz y la vecindad queda a oscuras. Pero entonces, ni hablar, solo resta vivir del recuerdo y la nostalgia, y al día siguiente, a primera hora cuando abren los changarros en el mercado Hidalgo, ahí está en primera fila, como celoso guardián del jardín del ensueño.

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