/ viernes 6 de agosto de 2021

La celebración del alimento

Se ha vuelto coloquial la expresión: “eres lo que comes”. Ahora sabemos que esta locución tiene su veracidad. Nuestra salud y enfermedades físicas están asociadas con nuestra ingesta ordinaria; con lo que comemos y con lo que dejamos de comer. ¡Somos lo que comemos! Si esto lo aplicamos -guardando las debidas diferencias- con la Eucaristía, veremos que la intención por la que Jesús mismo quiso quedarse en alimento para el pueblo peregrino en este mundo es precisamente para que fuéramos revestidos con su fuerza de lo alto.

Nuestro Señor Jesucristo quiso asociar todos los sacramentos -que Él mismo instituyó- con realidades muy cercanas a las personas de todos los tiempos, y así como sucede con la materia de los demás sacramentos, éste, el de la Eucaristía, no es la excepción. ¡El sacramento es una comida! Pero no es cualquier comida, tras el pan y el vino, yace vivo y palpitante el mismo Jesús, quien por su libérrima voluntad se ha querido quedar en alimento para el pueblo que cruza la historia. ¡Nada más oportuno que el alimento cuando alguien se encuentra cansado y fatigado por las travesías del camino!

Jesús instituyó la Eucaristía por amor. Nos ha amado hasta el extremo, y es ese amor sobrado la razón por la que Él se ha querido ofrecer en alimento, en beneficio de todos. Y lo dejó para que quien comiera su carne y bebiera su sangre tuviera vida eterna. Esta vida eterna se comienza a degustar viviendo una vida que vale la pena vivirse, una vida de amor y paz, una vida centrada en el evangelio y con la mirada puesta en el Reino. Así que, lo dejó para que todos los que compartiéramos la mesa viviéramos en la espiritualidad de la comunión.

Por supuesto que no se trata de comulgar por comulgar; de hacerlo por costumbre o por el simple hecho de cumplir un precepto de la ley. Sería un fracaso rotundo hacerlo sólo por eso. Los cristianos comulgamos porque lo necesitamos, y lo necesitamos los que vamos por el mundo entre los avatares y penurias del cansancio. No hay una sola referencia que nos permita justificar que Jesús haya tenido la intención de quedarse sólo para alimentar a los buenos.

Comulgamos para vivir la vida humana lejos de las apariencias, construyendo con ella algo que valga la pena, sabiéndonos amados en nuestra debilidad, siendo una nueva expresión, con rostro fresco, del cristianismo.

Se ha vuelto coloquial la expresión: “eres lo que comes”. Ahora sabemos que esta locución tiene su veracidad. Nuestra salud y enfermedades físicas están asociadas con nuestra ingesta ordinaria; con lo que comemos y con lo que dejamos de comer. ¡Somos lo que comemos! Si esto lo aplicamos -guardando las debidas diferencias- con la Eucaristía, veremos que la intención por la que Jesús mismo quiso quedarse en alimento para el pueblo peregrino en este mundo es precisamente para que fuéramos revestidos con su fuerza de lo alto.

Nuestro Señor Jesucristo quiso asociar todos los sacramentos -que Él mismo instituyó- con realidades muy cercanas a las personas de todos los tiempos, y así como sucede con la materia de los demás sacramentos, éste, el de la Eucaristía, no es la excepción. ¡El sacramento es una comida! Pero no es cualquier comida, tras el pan y el vino, yace vivo y palpitante el mismo Jesús, quien por su libérrima voluntad se ha querido quedar en alimento para el pueblo que cruza la historia. ¡Nada más oportuno que el alimento cuando alguien se encuentra cansado y fatigado por las travesías del camino!

Jesús instituyó la Eucaristía por amor. Nos ha amado hasta el extremo, y es ese amor sobrado la razón por la que Él se ha querido ofrecer en alimento, en beneficio de todos. Y lo dejó para que quien comiera su carne y bebiera su sangre tuviera vida eterna. Esta vida eterna se comienza a degustar viviendo una vida que vale la pena vivirse, una vida de amor y paz, una vida centrada en el evangelio y con la mirada puesta en el Reino. Así que, lo dejó para que todos los que compartiéramos la mesa viviéramos en la espiritualidad de la comunión.

Por supuesto que no se trata de comulgar por comulgar; de hacerlo por costumbre o por el simple hecho de cumplir un precepto de la ley. Sería un fracaso rotundo hacerlo sólo por eso. Los cristianos comulgamos porque lo necesitamos, y lo necesitamos los que vamos por el mundo entre los avatares y penurias del cansancio. No hay una sola referencia que nos permita justificar que Jesús haya tenido la intención de quedarse sólo para alimentar a los buenos.

Comulgamos para vivir la vida humana lejos de las apariencias, construyendo con ella algo que valga la pena, sabiéndonos amados en nuestra debilidad, siendo una nueva expresión, con rostro fresco, del cristianismo.