/ viernes 8 de mayo de 2020

La deuda incalculable

Mañana -10 de mayo- estaremos celebrando conjuntamente con una decena de países el Día de las Madres, una celebración que hunde sus raíces en las culturas más antiguas; siempre se ha tenido un respeto reverencial por las mujeres engendradoras de la vida. Por esos seres maravillosos que gozan del don especialísimo de traer vida al mundo y ser, de verdad, madres. Una palabra tan sublime que es suficiente para muchas y demasiado grande para otras.

Todas las madres son mujeres, pero no todas las mujeres son madres. En nuestro país ser madre se reviste de una connotación muy interesante: canciones, películas, poemas, festivales, regalos… Toda una convulsión nacional que se despliega para conmemorarlas, la cual, sin embargo, no alcanza y se queda corta en la intención de mostrar nuestra gratitud hacia ellas.

La experiencia nos informa que a ser madre se aprende siéndolo. Y se aprende como todo lo que hemos aprendido a lo largo de la vida: por el método progresivo del ensayo y del error. En las letras de nuestro glorioso Himno Nacional cantamos: de mil héroes la patria que fue, y muchos de esos héroes que le han dado rostro a nuestra patria son, sin duda, las madres.

Sin la intención de rayar en la sensiblería malsana, es cierto que una madre es la mujer que dota de una manera fuerte pero tierna las experiencias de la vida. La fuerza que le ha ofrecido ser madre, la llena de la experiencia necesaria para poder amar a sus hijos y vencer todos los obstáculos que, con ellos, pudiera enfrentar.

Cercana, pero con la distancia necesaria, amable al tiempo que disciplinada. El hecho de ser mujer la pone en una bella armonía en su modo de plantarse en el mundo, con el temple y las agallas que la hacen realmente invencible.

En nuestra tierra las madres han tenido que luchar contra el machismo utilitarista, que, por desgracia, a muchas aún las hace víctimas. Muchas de ellas, por desgracia también, sólo se conciben por lo que hacen, olvidándose de sus propias necesidades. Suprimiendo sus anhelos. Sepultando para siempre sus sueños y proyectos de vida. Muchas de ellas aún viven en una casa que no ha podido ser hogar, agazapadas por el miedo, el hambre y la impotencia. Sin duda, nuestra gratitud a ellas es una deuda incalculable.

Con todo, las madres son un verdadero signo de esperanza para nuestra nación. Porque de su actuar podemos aprender la entereza para sostenernos de frente a la vida, la gratitud y los sueños para cultivar un mañana.

Mañana -10 de mayo- estaremos celebrando conjuntamente con una decena de países el Día de las Madres, una celebración que hunde sus raíces en las culturas más antiguas; siempre se ha tenido un respeto reverencial por las mujeres engendradoras de la vida. Por esos seres maravillosos que gozan del don especialísimo de traer vida al mundo y ser, de verdad, madres. Una palabra tan sublime que es suficiente para muchas y demasiado grande para otras.

Todas las madres son mujeres, pero no todas las mujeres son madres. En nuestro país ser madre se reviste de una connotación muy interesante: canciones, películas, poemas, festivales, regalos… Toda una convulsión nacional que se despliega para conmemorarlas, la cual, sin embargo, no alcanza y se queda corta en la intención de mostrar nuestra gratitud hacia ellas.

La experiencia nos informa que a ser madre se aprende siéndolo. Y se aprende como todo lo que hemos aprendido a lo largo de la vida: por el método progresivo del ensayo y del error. En las letras de nuestro glorioso Himno Nacional cantamos: de mil héroes la patria que fue, y muchos de esos héroes que le han dado rostro a nuestra patria son, sin duda, las madres.

Sin la intención de rayar en la sensiblería malsana, es cierto que una madre es la mujer que dota de una manera fuerte pero tierna las experiencias de la vida. La fuerza que le ha ofrecido ser madre, la llena de la experiencia necesaria para poder amar a sus hijos y vencer todos los obstáculos que, con ellos, pudiera enfrentar.

Cercana, pero con la distancia necesaria, amable al tiempo que disciplinada. El hecho de ser mujer la pone en una bella armonía en su modo de plantarse en el mundo, con el temple y las agallas que la hacen realmente invencible.

En nuestra tierra las madres han tenido que luchar contra el machismo utilitarista, que, por desgracia, a muchas aún las hace víctimas. Muchas de ellas, por desgracia también, sólo se conciben por lo que hacen, olvidándose de sus propias necesidades. Suprimiendo sus anhelos. Sepultando para siempre sus sueños y proyectos de vida. Muchas de ellas aún viven en una casa que no ha podido ser hogar, agazapadas por el miedo, el hambre y la impotencia. Sin duda, nuestra gratitud a ellas es una deuda incalculable.

Con todo, las madres son un verdadero signo de esperanza para nuestra nación. Porque de su actuar podemos aprender la entereza para sostenernos de frente a la vida, la gratitud y los sueños para cultivar un mañana.