/ viernes 25 de diciembre de 2020

La distracción como enfermedad

En los textos que narran el origen de la Navidad se repite el común denominador de la distracción. Ante el acontecimiento grandioso del nacimiento de Dios en la tierra muchos se muestran distraídos, poniendo su atención en cosas importantes que nunca estarán a la altura del misterio desbordante, de la irrupción de Dios en la ternura de un niño indefenso.

Las autoridades civiles de la época, cegadas por la sorna de su poder, ordenaron en todo el imperio un censo. Estaban distraídos en las cantidades, en el número de ciudadanos que tenían a su mando y bajo su caudillaje. Querían perpetuarse en el poder y, llenos de temor por el nacimiento de uno que pudiera darles un golpe de Estado, ordenan un censo. Las autoridades civiles, poniendo su atención en otras cosas; en cuestiones un tanto efímeras no prestaron la atención que les permitiera reconocer la grandeza del misterio que estaba naciendo junto a ellos. Así pasa, algo tiene el poder que distrae, enfoca lo superficial y deja de lado lo importante. A consecuencia de esto, todo el pueblo bajo el instinto de conservación y supervivencia, con la intención de empadronarse solo se interesan por ellos mismos, ponen todas sus fuerzas en su cuidado, ante este instinto dominante en los seres humanos, tratando de salvaguardar la propia vida frente al peligro, no reparan en lo que está sucediendo mientras ellos van huyendo. Cada uno se encamina a su propia ciudad sin importar las necesidades y sufrimientos del hermano que va junto a ellos.

En el contexto de tantas prisas y preocupaciones, en la ansiedad dominante por resolver tantas cuestiones que nos inquietan y nos roban la paz, nos vamos acostumbrando a la distracción, a poner la mirada en lo que no importa verdaderamente y así, con la fatiga crónica que vamos cargando unas veces por el peso de la vida, otras por el tormento de tantos fantasmas que nosotros mismos hemos creado, nos perdemos lo que en verdad vale la pena, y, por ir detrás de tantas conquistas, acabamos esclavizados.

Los textos de la Navidad no terminan en eso, por el contrario, es verdaderamente sorprendente que para quienes están en vela, la gloria de Dios los ha envuelto con su luz y les ha abierto las puertas del misterio, siendo unos pastores, a quienes se les ha permitido ser los primeros testigos de este gran acontecimiento. Las fiestas de la Navidad son las celebraciones que tratan de librarnos de la enfermedad de la distracción, es la celebración que nos convida al misterio.

En los textos que narran el origen de la Navidad se repite el común denominador de la distracción. Ante el acontecimiento grandioso del nacimiento de Dios en la tierra muchos se muestran distraídos, poniendo su atención en cosas importantes que nunca estarán a la altura del misterio desbordante, de la irrupción de Dios en la ternura de un niño indefenso.

Las autoridades civiles de la época, cegadas por la sorna de su poder, ordenaron en todo el imperio un censo. Estaban distraídos en las cantidades, en el número de ciudadanos que tenían a su mando y bajo su caudillaje. Querían perpetuarse en el poder y, llenos de temor por el nacimiento de uno que pudiera darles un golpe de Estado, ordenan un censo. Las autoridades civiles, poniendo su atención en otras cosas; en cuestiones un tanto efímeras no prestaron la atención que les permitiera reconocer la grandeza del misterio que estaba naciendo junto a ellos. Así pasa, algo tiene el poder que distrae, enfoca lo superficial y deja de lado lo importante. A consecuencia de esto, todo el pueblo bajo el instinto de conservación y supervivencia, con la intención de empadronarse solo se interesan por ellos mismos, ponen todas sus fuerzas en su cuidado, ante este instinto dominante en los seres humanos, tratando de salvaguardar la propia vida frente al peligro, no reparan en lo que está sucediendo mientras ellos van huyendo. Cada uno se encamina a su propia ciudad sin importar las necesidades y sufrimientos del hermano que va junto a ellos.

En el contexto de tantas prisas y preocupaciones, en la ansiedad dominante por resolver tantas cuestiones que nos inquietan y nos roban la paz, nos vamos acostumbrando a la distracción, a poner la mirada en lo que no importa verdaderamente y así, con la fatiga crónica que vamos cargando unas veces por el peso de la vida, otras por el tormento de tantos fantasmas que nosotros mismos hemos creado, nos perdemos lo que en verdad vale la pena, y, por ir detrás de tantas conquistas, acabamos esclavizados.

Los textos de la Navidad no terminan en eso, por el contrario, es verdaderamente sorprendente que para quienes están en vela, la gloria de Dios los ha envuelto con su luz y les ha abierto las puertas del misterio, siendo unos pastores, a quienes se les ha permitido ser los primeros testigos de este gran acontecimiento. Las fiestas de la Navidad son las celebraciones que tratan de librarnos de la enfermedad de la distracción, es la celebración que nos convida al misterio.