/ domingo 15 de julio de 2018

La fe, el Cardenal Obeso y la cuestión social

Lo hemos visto como un hombre culto, como una persona amable y sobre todo como un hombre de fe. Nos fascinaba siempre su trato exquisito, su elocuencia para hablar, la solidez de su formación, la claridad de su pensamiento y el aroma de su fe. Vemos cómo de esta fe le vienen su profunda visión de la vida y sus grandes virtudes.

Desde nuestra juventud lo veíamos como ese pastor que impactaba por su forma tan especial de estar cerca de su pueblo y de enamorarlo de Dios y al mismo tiempo como una persona jovial que disfrutaba la música clásica, la literatura, una tertulia sobre temas diversos y una jornada de convivencia con sus amigos y seminaristas, desplegando incluso sus capacidades atléticas al escalar el Pico de Orizaba o al cruzar sin parar el río Actopan, a la altura de Santa Rosa.

El ejemplo del Cardenal Sergio Obeso, desde que éramos jóvenes, nos motivaba a ser buenos estudiantes regresando a los clásicos, a servir dignamente al pueblo de Dios, a dispensar un trato amable a los demás, pero sobre todo a ser hombres de fe.

Con su exposición magistral de la doctrina cristiana y sobre todo con su testimonio de vida fuimos percibiendo la fe como esa búsqueda permanente de Dios para consolidar una relación con Él. Entendimos que este aspecto fundamental de conocimiento y relación con Dios nos va mostrando poco a poco cómo la fe debe vivirse también en las realidades temporales.

La fe nunca nos aparta del mundo ni nos lleva a pasar por alto las problemáticas, angustias y necesidades de los hermanos. Tampoco la fe nos debe apartar de Dios justificando que en el compromiso social podemos agotar la vitalidad de la fe cristiana.

Nos toca a nosotros integrar estos dos aspectos fundamentales, hacer un equilibrio y evitar el extremo del espiritualismo que nos desconecta por completo del mundo, especialmente de las causas sociales más urgentes que requieren del compromiso y de la iluminación de los cristianos. También tenemos que evitar el extremo del activismo, relegando, relativizando y descuidando nuestra relación con Dios que siempre le dará sentido, solidez y proyección a todas las causas sociales que nos toque iluminar desde la luz del evangelio.

Conforme nos fuimos adentrando en la vida cristiana, de acuerdo a la enseñanza del Cardenal Sergio Obeso, maestro del espíritu, descubrimos que en la práctica no es tan fácil realizar este equilibrio y llegar a vivir la fe desde su pureza e integridad para que no se nos convierta en una especie de fuga mundi o por el otro lado en activismo político sin espiritualidad cristiana.

Cuando se cae en el extremo del espiritualismo se percibe una personalidad desfasada, exigente y poco comprensiva. Y cuando se cae en el extremo del activismo se forjan personalidades excéntricas, protagónicas y autorreferenciales.

También entre nosotros es un arte lograr este equilibrio para que la fe no se desborde por un extremo que termine por asumir posturas radicales y ajenas a lo que es propiamente una vida de fe.

El Cardenal Sergio Obeso Rivera también es un modelo a seguir para lograr este equilibrio al vivir la fe cuidando de manera cercana la relación con Dios y el compromiso con las realidades temporales. Cabe destacar su capacidad y discernimiento para lograr este equilibrio especialmente en tiempos difíciles por la radicalización de algunos sectores ante ciertas interpretaciones de la teología de la liberación.

En la Iglesia el compromiso con las realidades temporales puede asumir un estilo que no corresponde propiamente a la espiritualidad cristiana sino a esquemas seculares.

Nuestra fe debe llevarnos siempre al compromiso con las realidades temporales y una fe verdadera no debe encerrarse en la sacristía. Pero a la hora de concretizar nuestra fe en el servicio a los demás no debemos olvidar nuestra pertenencia a Cristo.

Tengo presente la cercanía del Cardenal Sergio Obeso con los pobres, su presencia constante en la sierra y en las comunidades rurales y las estructuras de pastoral que creó para lograr que se sintiera la maternidad de la Iglesia, especialmente entre los más lejanos y necesitados.

Creo que eso es algo que le aprendimos al Cardenal Sergio Obeso: se puede servir a los pobres sin asumir posturas radicales y sin caer en la demagogia. Servir a los pobres y proyectar la fe en el mundo sin perder el estilo de Cristo y sin olvidar nuestra identidad como pastores y discípulos del Señor.

Nunca hablaba de él ni de sus logros, pero su ejemplo y sus virtudes no se han quedado callados y se han encargado de mantener vigente un modelo de vida cristiana. El P. Leonardo Castellani explicaba la fe de una manera que se adapta muy bien al estilo del Cardenal Sergio Obeso Rivera:

“La fe es interior, la fe no ama los alborotos, la fe no hace aspavientos, la fe se nutre en el silencio: ella es callada y operosa, es sosegada, es modesta, es fecunda, es más amiga de las obras que de las palabras, es fuerte, es aguantadora, es discreta. Es pudorosa. Los hombres profundamente religiosos no ostentan su religiosidad, como los Don Juan Tenorio de la religión, porque todo amor profundo es ruboroso; lo cual no impide que reconozcan a Cristo ante los hombres cuando es necesario”.


Lo hemos visto como un hombre culto, como una persona amable y sobre todo como un hombre de fe. Nos fascinaba siempre su trato exquisito, su elocuencia para hablar, la solidez de su formación, la claridad de su pensamiento y el aroma de su fe. Vemos cómo de esta fe le vienen su profunda visión de la vida y sus grandes virtudes.

Desde nuestra juventud lo veíamos como ese pastor que impactaba por su forma tan especial de estar cerca de su pueblo y de enamorarlo de Dios y al mismo tiempo como una persona jovial que disfrutaba la música clásica, la literatura, una tertulia sobre temas diversos y una jornada de convivencia con sus amigos y seminaristas, desplegando incluso sus capacidades atléticas al escalar el Pico de Orizaba o al cruzar sin parar el río Actopan, a la altura de Santa Rosa.

El ejemplo del Cardenal Sergio Obeso, desde que éramos jóvenes, nos motivaba a ser buenos estudiantes regresando a los clásicos, a servir dignamente al pueblo de Dios, a dispensar un trato amable a los demás, pero sobre todo a ser hombres de fe.

Con su exposición magistral de la doctrina cristiana y sobre todo con su testimonio de vida fuimos percibiendo la fe como esa búsqueda permanente de Dios para consolidar una relación con Él. Entendimos que este aspecto fundamental de conocimiento y relación con Dios nos va mostrando poco a poco cómo la fe debe vivirse también en las realidades temporales.

La fe nunca nos aparta del mundo ni nos lleva a pasar por alto las problemáticas, angustias y necesidades de los hermanos. Tampoco la fe nos debe apartar de Dios justificando que en el compromiso social podemos agotar la vitalidad de la fe cristiana.

Nos toca a nosotros integrar estos dos aspectos fundamentales, hacer un equilibrio y evitar el extremo del espiritualismo que nos desconecta por completo del mundo, especialmente de las causas sociales más urgentes que requieren del compromiso y de la iluminación de los cristianos. También tenemos que evitar el extremo del activismo, relegando, relativizando y descuidando nuestra relación con Dios que siempre le dará sentido, solidez y proyección a todas las causas sociales que nos toque iluminar desde la luz del evangelio.

Conforme nos fuimos adentrando en la vida cristiana, de acuerdo a la enseñanza del Cardenal Sergio Obeso, maestro del espíritu, descubrimos que en la práctica no es tan fácil realizar este equilibrio y llegar a vivir la fe desde su pureza e integridad para que no se nos convierta en una especie de fuga mundi o por el otro lado en activismo político sin espiritualidad cristiana.

Cuando se cae en el extremo del espiritualismo se percibe una personalidad desfasada, exigente y poco comprensiva. Y cuando se cae en el extremo del activismo se forjan personalidades excéntricas, protagónicas y autorreferenciales.

También entre nosotros es un arte lograr este equilibrio para que la fe no se desborde por un extremo que termine por asumir posturas radicales y ajenas a lo que es propiamente una vida de fe.

El Cardenal Sergio Obeso Rivera también es un modelo a seguir para lograr este equilibrio al vivir la fe cuidando de manera cercana la relación con Dios y el compromiso con las realidades temporales. Cabe destacar su capacidad y discernimiento para lograr este equilibrio especialmente en tiempos difíciles por la radicalización de algunos sectores ante ciertas interpretaciones de la teología de la liberación.

En la Iglesia el compromiso con las realidades temporales puede asumir un estilo que no corresponde propiamente a la espiritualidad cristiana sino a esquemas seculares.

Nuestra fe debe llevarnos siempre al compromiso con las realidades temporales y una fe verdadera no debe encerrarse en la sacristía. Pero a la hora de concretizar nuestra fe en el servicio a los demás no debemos olvidar nuestra pertenencia a Cristo.

Tengo presente la cercanía del Cardenal Sergio Obeso con los pobres, su presencia constante en la sierra y en las comunidades rurales y las estructuras de pastoral que creó para lograr que se sintiera la maternidad de la Iglesia, especialmente entre los más lejanos y necesitados.

Creo que eso es algo que le aprendimos al Cardenal Sergio Obeso: se puede servir a los pobres sin asumir posturas radicales y sin caer en la demagogia. Servir a los pobres y proyectar la fe en el mundo sin perder el estilo de Cristo y sin olvidar nuestra identidad como pastores y discípulos del Señor.

Nunca hablaba de él ni de sus logros, pero su ejemplo y sus virtudes no se han quedado callados y se han encargado de mantener vigente un modelo de vida cristiana. El P. Leonardo Castellani explicaba la fe de una manera que se adapta muy bien al estilo del Cardenal Sergio Obeso Rivera:

“La fe es interior, la fe no ama los alborotos, la fe no hace aspavientos, la fe se nutre en el silencio: ella es callada y operosa, es sosegada, es modesta, es fecunda, es más amiga de las obras que de las palabras, es fuerte, es aguantadora, es discreta. Es pudorosa. Los hombres profundamente religiosos no ostentan su religiosidad, como los Don Juan Tenorio de la religión, porque todo amor profundo es ruboroso; lo cual no impide que reconozcan a Cristo ante los hombres cuando es necesario”.