/ viernes 31 de enero de 2020

La fiesta de La Candelaria

El día 2 de febrero hay celebraciones de todo tipo en las diversas regiones de los países. La fiesta de La Candelaria es una conmemoración de impacto internacional, y lo que se celebra es una advocación de María, la madre del Señor, referida a un aspecto de Cristo, el cual es reconocido como la Luz.

Una de las expresiones más simbólicas de lo que ha venido a significar la presencia del mesías en el mundo. Así, mientras ella se purifica del parto, Él es presentado en el templo.

Esta celebración tiene lugar 40 días después de la Navidad, y está en perfecta sintonía con aquella. Es una celebración peculiar que constituye como una extensión de las ya lejanas festividades navideñas.

Esta fiesta sigue siendo una conquista, pues los así llamados grandes misterios del Señor se celebran con toda una raigambre festiva, basta recordar: el nacimiento, la última cena, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús. Son aspectos de la vida de éste que se celebran al desborde de expresiones de todo tipo, pero nada de eso sería posible si Jesús no fuera la Luz y, es precisamente tal, porque ha venido a iluminar y a descubrir lo que los hombres —por sus propias fuerzas y con la sola luz de la razón natural— nunca habrían podido descubrir en su verdadera expresión.

La experiencia del anciano Simeón, al ver al Señor fue tan grande que después de eso reconoció que su vida había valido la pena: ahora sí, Señor, puedes dejar que tu siervo se vaya en paz. Su vida valió la pena porque en su ancianidad pudo contemplar la grandeza de Dios en el niño que ha llegado para ser la luz inextinguible. Según la experiencia de este anciano, solo hasta entonces la vida vale la pena.

Esto permite descubrir que una vida a oscuras no tiene sentido, ¿para qué se vive a tientas? La vida tiene sentido siempre que se puede ver, y solo es posible ver en la luz, en Cristo. Así, el conocimiento de éste y la experiencia afectiva del mismo es lo que permitirá que todos —donde se encuentren— puedan ser verdaderos candelarios; portadores de esta luz que lo único que persigue es iluminar.

Eso es lo único que vale la vida comunicar, la luz, que por ser tal, deja al descubierto todo, hasta las intenciones mismas del corazón. Descubrir que, en realidad, la vida consiste en eso, en ser portadores de la luz. Esto es, entonces, reconocer que la celebración trasciende el simple embrollo festivo y nos llama a tomar partido en las situaciones del mundo, desde la claridad de la luz.

El día 2 de febrero hay celebraciones de todo tipo en las diversas regiones de los países. La fiesta de La Candelaria es una conmemoración de impacto internacional, y lo que se celebra es una advocación de María, la madre del Señor, referida a un aspecto de Cristo, el cual es reconocido como la Luz.

Una de las expresiones más simbólicas de lo que ha venido a significar la presencia del mesías en el mundo. Así, mientras ella se purifica del parto, Él es presentado en el templo.

Esta celebración tiene lugar 40 días después de la Navidad, y está en perfecta sintonía con aquella. Es una celebración peculiar que constituye como una extensión de las ya lejanas festividades navideñas.

Esta fiesta sigue siendo una conquista, pues los así llamados grandes misterios del Señor se celebran con toda una raigambre festiva, basta recordar: el nacimiento, la última cena, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús. Son aspectos de la vida de éste que se celebran al desborde de expresiones de todo tipo, pero nada de eso sería posible si Jesús no fuera la Luz y, es precisamente tal, porque ha venido a iluminar y a descubrir lo que los hombres —por sus propias fuerzas y con la sola luz de la razón natural— nunca habrían podido descubrir en su verdadera expresión.

La experiencia del anciano Simeón, al ver al Señor fue tan grande que después de eso reconoció que su vida había valido la pena: ahora sí, Señor, puedes dejar que tu siervo se vaya en paz. Su vida valió la pena porque en su ancianidad pudo contemplar la grandeza de Dios en el niño que ha llegado para ser la luz inextinguible. Según la experiencia de este anciano, solo hasta entonces la vida vale la pena.

Esto permite descubrir que una vida a oscuras no tiene sentido, ¿para qué se vive a tientas? La vida tiene sentido siempre que se puede ver, y solo es posible ver en la luz, en Cristo. Así, el conocimiento de éste y la experiencia afectiva del mismo es lo que permitirá que todos —donde se encuentren— puedan ser verdaderos candelarios; portadores de esta luz que lo único que persigue es iluminar.

Eso es lo único que vale la vida comunicar, la luz, que por ser tal, deja al descubierto todo, hasta las intenciones mismas del corazón. Descubrir que, en realidad, la vida consiste en eso, en ser portadores de la luz. Esto es, entonces, reconocer que la celebración trasciende el simple embrollo festivo y nos llama a tomar partido en las situaciones del mundo, desde la claridad de la luz.