/ viernes 24 de enero de 2020

La guerra de la exclusión

Estos últimos días han servido para que nos demos cuenta que hay una situación generalizada que es muy dolorosa: la discriminación, los atentados entre naciones, las confrontaciones entre los países.

La sangre, la muerte, en fin. Enfermedad que en nada resulta novedosa. Pero que provoca mucho dolor y ha atesorado más víctimas, en un grado tan inhumano que no solo ha cobrado tal cantidad de vidas, cuando sí ha destruido hogares, desestabilizando familias, oscureciendo sueños y rompiendo nobles futuros, por lo menos.

Y eso sí resulta novedoso y muy vergonzoso. Es una vergüenza porque expone el fracaso terrible de las formas de gobierno. La muerte, el luto y el llanto son la antítesis del gobierno.

La historia sabe innumerables escenas en las que una cultura se considera superior a la otra. Masacres serias y dolorosas. ¡En cuantas divisiones hemos organizado el globo distinguiendo los de primera de los de segunda! Pero no solo eso, en lo ordinario de la vida también hemos visto que es fácil apartar los que saben mucho de los que saben poco. Considerándose como destacados a los que más sabían de los que menos sabían. Y esto es, tal vez, consecuencia de su difícil acceso a la educación.

Incluso, es probable que esta discriminación tenga su origen en los recursos económicos, es decir, aún existen algunas personas que se precian de ser sublimes por el capital económico que han acumulado, en oposición de aquellas que por situaciones externas solo tienen lo necesario para vivir, o incluso menos.

Pero esta discriminación también puede ser por el género natural de las personas, donde por mucho tiempo se consideró que uno era el sexo fuerte y otro el débil. O también, por la inclinación sexual. Una es la discriminación por la edad, y otra en atención del credo religioso que se profese. También, desgraciadamente, por el color de la piel. En oposición de los buenos contra los malos. En fin, son tantas y tan diversas las razones —sin razón— que han fortalecido las distintas formas de exclusión y discriminación. Pero todas ellas están fundamentadas en cuestiones accidentales. Ninguna discriminación se justifica en razones esenciales de la persona.

De tal manera que la discriminación expresa el deseo profundo de justicia, en la que todos tengan la posibilidad de acceder a las mismas situaciones de crecimiento humano, en un ambiente que sea el verdadero caldo de cultivo para relaciones fecundas y más humanas. También habla del anhelo de tolerancia, que permite relacionarnos en la diversidad.

Estos últimos días han servido para que nos demos cuenta que hay una situación generalizada que es muy dolorosa: la discriminación, los atentados entre naciones, las confrontaciones entre los países.

La sangre, la muerte, en fin. Enfermedad que en nada resulta novedosa. Pero que provoca mucho dolor y ha atesorado más víctimas, en un grado tan inhumano que no solo ha cobrado tal cantidad de vidas, cuando sí ha destruido hogares, desestabilizando familias, oscureciendo sueños y rompiendo nobles futuros, por lo menos.

Y eso sí resulta novedoso y muy vergonzoso. Es una vergüenza porque expone el fracaso terrible de las formas de gobierno. La muerte, el luto y el llanto son la antítesis del gobierno.

La historia sabe innumerables escenas en las que una cultura se considera superior a la otra. Masacres serias y dolorosas. ¡En cuantas divisiones hemos organizado el globo distinguiendo los de primera de los de segunda! Pero no solo eso, en lo ordinario de la vida también hemos visto que es fácil apartar los que saben mucho de los que saben poco. Considerándose como destacados a los que más sabían de los que menos sabían. Y esto es, tal vez, consecuencia de su difícil acceso a la educación.

Incluso, es probable que esta discriminación tenga su origen en los recursos económicos, es decir, aún existen algunas personas que se precian de ser sublimes por el capital económico que han acumulado, en oposición de aquellas que por situaciones externas solo tienen lo necesario para vivir, o incluso menos.

Pero esta discriminación también puede ser por el género natural de las personas, donde por mucho tiempo se consideró que uno era el sexo fuerte y otro el débil. O también, por la inclinación sexual. Una es la discriminación por la edad, y otra en atención del credo religioso que se profese. También, desgraciadamente, por el color de la piel. En oposición de los buenos contra los malos. En fin, son tantas y tan diversas las razones —sin razón— que han fortalecido las distintas formas de exclusión y discriminación. Pero todas ellas están fundamentadas en cuestiones accidentales. Ninguna discriminación se justifica en razones esenciales de la persona.

De tal manera que la discriminación expresa el deseo profundo de justicia, en la que todos tengan la posibilidad de acceder a las mismas situaciones de crecimiento humano, en un ambiente que sea el verdadero caldo de cultivo para relaciones fecundas y más humanas. También habla del anhelo de tolerancia, que permite relacionarnos en la diversidad.