/ viernes 6 de noviembre de 2020

La historia no tiene guion

Nadie es dueño del futuro y menos del futuro de los cambios sociales. Las grandes transformaciones no se hacen por decreto, ni por voluntad, ni por diseño, no por una ambición personal de querer arrancarle a la historia nacional un par de párrafos. A las transformaciones simplemente les llega el momento.

Son producto de procesos económicos, históricos y políticos que aún no logramos descifrar; sólo somos capaces de identificarlos y analizar esos procesos una vez que se presentaron. Si bien las transformaciones no pueden ser creadas de forma artificial, sí pueden encauzarse. Con todo y que fueron el blanco directo de las manifestaciones de 2019. El 26 de octubre, los chilenos votaron en un referéndum nacional a favor de iniciar u proceso participativo y ciudadano encaminado a redactar una nueva constitución que sustituya a la que había estado vigente desde 1980, cuando gobernaba la dictadura de Augusto Pinochet.

La opción aprobatoria ganó el domingo 26 de octubre de 2020 por casi seis millones de votos, el 78.27 por ciento del total.

Los chilenos no solamente aprobaron elaborar una nueva constitución, también decidieron hacer una convención constituyente integrada por 155 ciudadanos electos por voto popular, rechazando que se hiciera con la participación de legisladores miembros del Congreso.

Un dato adicional pero muy importante, es que esta convención estará integrada con paridad de género y contará con representación de los pueblos indígenas chilenos, que generalmente han sido ignorados en las grandes transformaciones históricas de ese país.

Esta gran transformación sin duda está sustentada en razones económicas, sociales, políticas e históricas que la hicieron inevitable. Chile había llegado al punto de agotamiento de un sistema y requería una transformación profunda. La democracia chilena logró articular las aspiraciones de cambio de la sociedad y consiguió perfilar una ruta de transformación política radical, en la que se ha escuchado y respetado a todas las tendencias, opiniones y voces.

Es notable que la magnitud y el alcance de las manifestaciones de 2019 en Chile resultaron imposibles de predecir. Nadie vio que la tormenta se aproximaba.

Apenas dos años antes había ganado la elección a la presidencia Sebastián Piñera, el candidato a la derecha. Hoy, a toro pasado, es fácil encontrar explicaciones a lo que ya ocurrió, pero lo cierto es que por más obvias que eran las señales de cambio, nadie pudo identificarlas. Las grandes transformaciones sociales por regla general surgen por razones que están envueltas en un velo de misterio.

En otro contexto, todos mentimos por protegernos de las consecuencias de la verdad, aunque no todas las mentiras son igualmente dañinas. Con el pretexto de cuidar la investidura presidencial AMLO se reúsa a hablar con los gobernadores. Anteriormente el ejecutivo incluía a los gobiernos locales, a las Universidades y a grupos sociales, mujeres, indígenas, enfermos y niños con cáncer, y otros más, en el diseño del Presupuesto Federal y se atendían obras de infraestructura, programas sociales, temas de desarrollo regional para impulsar la economía, cobertura de salud, de educación y una serie de inversiones que generan empleo e inversión en las comunidades. Era un presupuesto nacional, adicional a participaciones federales, regidas por ley.

Hoy el presupuesto se centra en Pemex a punto de fracaso, en CFE, con costos más altos cada día.

En sus proyectos emblemáticos, y desde luego, sus ayudas sociales, opacas y sin supervisión, con las que piensa ganar las elecciones y paliar efectos negativos de la pobreza que ha incrementado.

No hubo apoyo a entidades o instituciones, para cubrir costos de lucha contra COVID-19, ni contra cáncer, diabetes, enfermedades cardiacas.

Los únicos Fideicomisos que subsisten son los de seguridad pública y fuerzas armadas. Se esgrime la corrupción, pero sabemos que no es cierto, una golondrina no hace verano. Los Fideicomisos tenían la ventaja de centrarse en un fin único, reglas de operación y para conceder recursos, eran auditados por la ASF, supervisaban la operación, podían recibir recursos de organizaciones internacionales, sector privado y gobiernos locales, además de invertir recursos para generar intereses y operaban en forma multianual.

Los recursos pasarán a Tesorería y de ahí a Secretarías para atender a los beneficiarios afectados. Todos sabemos eso no ocurrirá. El dinero se utilizará para mantener metas macroeconómicas y evitar el derrumbe de la economía por una probable caída en la calificación del país. No hay dinero, el SAT crea nuevas estrategias para cobrar, legal o extrajudicialmente, la caída del empleo y del consumo no permitirá una mayor recaudación.

En lugar de posponer sus proyectos absurdos, AMLO los fondea con recursos públicos.

No hubo apoyo a entidades o instituciones, para cubrir costos de lucha contra Covid-19, ni contra cáncer, diabetes, enfermedades cardiacas.

Nadie es dueño del futuro y menos del futuro de los cambios sociales. Las grandes transformaciones no se hacen por decreto, ni por voluntad, ni por diseño, no por una ambición personal de querer arrancarle a la historia nacional un par de párrafos. A las transformaciones simplemente les llega el momento.

Son producto de procesos económicos, históricos y políticos que aún no logramos descifrar; sólo somos capaces de identificarlos y analizar esos procesos una vez que se presentaron. Si bien las transformaciones no pueden ser creadas de forma artificial, sí pueden encauzarse. Con todo y que fueron el blanco directo de las manifestaciones de 2019. El 26 de octubre, los chilenos votaron en un referéndum nacional a favor de iniciar u proceso participativo y ciudadano encaminado a redactar una nueva constitución que sustituya a la que había estado vigente desde 1980, cuando gobernaba la dictadura de Augusto Pinochet.

La opción aprobatoria ganó el domingo 26 de octubre de 2020 por casi seis millones de votos, el 78.27 por ciento del total.

Los chilenos no solamente aprobaron elaborar una nueva constitución, también decidieron hacer una convención constituyente integrada por 155 ciudadanos electos por voto popular, rechazando que se hiciera con la participación de legisladores miembros del Congreso.

Un dato adicional pero muy importante, es que esta convención estará integrada con paridad de género y contará con representación de los pueblos indígenas chilenos, que generalmente han sido ignorados en las grandes transformaciones históricas de ese país.

Esta gran transformación sin duda está sustentada en razones económicas, sociales, políticas e históricas que la hicieron inevitable. Chile había llegado al punto de agotamiento de un sistema y requería una transformación profunda. La democracia chilena logró articular las aspiraciones de cambio de la sociedad y consiguió perfilar una ruta de transformación política radical, en la que se ha escuchado y respetado a todas las tendencias, opiniones y voces.

Es notable que la magnitud y el alcance de las manifestaciones de 2019 en Chile resultaron imposibles de predecir. Nadie vio que la tormenta se aproximaba.

Apenas dos años antes había ganado la elección a la presidencia Sebastián Piñera, el candidato a la derecha. Hoy, a toro pasado, es fácil encontrar explicaciones a lo que ya ocurrió, pero lo cierto es que por más obvias que eran las señales de cambio, nadie pudo identificarlas. Las grandes transformaciones sociales por regla general surgen por razones que están envueltas en un velo de misterio.

En otro contexto, todos mentimos por protegernos de las consecuencias de la verdad, aunque no todas las mentiras son igualmente dañinas. Con el pretexto de cuidar la investidura presidencial AMLO se reúsa a hablar con los gobernadores. Anteriormente el ejecutivo incluía a los gobiernos locales, a las Universidades y a grupos sociales, mujeres, indígenas, enfermos y niños con cáncer, y otros más, en el diseño del Presupuesto Federal y se atendían obras de infraestructura, programas sociales, temas de desarrollo regional para impulsar la economía, cobertura de salud, de educación y una serie de inversiones que generan empleo e inversión en las comunidades. Era un presupuesto nacional, adicional a participaciones federales, regidas por ley.

Hoy el presupuesto se centra en Pemex a punto de fracaso, en CFE, con costos más altos cada día.

En sus proyectos emblemáticos, y desde luego, sus ayudas sociales, opacas y sin supervisión, con las que piensa ganar las elecciones y paliar efectos negativos de la pobreza que ha incrementado.

No hubo apoyo a entidades o instituciones, para cubrir costos de lucha contra COVID-19, ni contra cáncer, diabetes, enfermedades cardiacas.

Los únicos Fideicomisos que subsisten son los de seguridad pública y fuerzas armadas. Se esgrime la corrupción, pero sabemos que no es cierto, una golondrina no hace verano. Los Fideicomisos tenían la ventaja de centrarse en un fin único, reglas de operación y para conceder recursos, eran auditados por la ASF, supervisaban la operación, podían recibir recursos de organizaciones internacionales, sector privado y gobiernos locales, además de invertir recursos para generar intereses y operaban en forma multianual.

Los recursos pasarán a Tesorería y de ahí a Secretarías para atender a los beneficiarios afectados. Todos sabemos eso no ocurrirá. El dinero se utilizará para mantener metas macroeconómicas y evitar el derrumbe de la economía por una probable caída en la calificación del país. No hay dinero, el SAT crea nuevas estrategias para cobrar, legal o extrajudicialmente, la caída del empleo y del consumo no permitirá una mayor recaudación.

En lugar de posponer sus proyectos absurdos, AMLO los fondea con recursos públicos.

No hubo apoyo a entidades o instituciones, para cubrir costos de lucha contra Covid-19, ni contra cáncer, diabetes, enfermedades cardiacas.