/ sábado 18 de septiembre de 2021

La historia patria y la historia matria

La historia monumental “gusta más de los hechos relampagueantes que de las opacas estructuras. Prefiere los tiempos cortos a los largos. La guía tiene una intención pragmático-ética. Ve en las cumbres de la existencia pasada un depósito de modelos para la acción futura. Es la historia de bronce, maestra de la vida, escuela de la política, preparación para el gobierno de las naciones, pilar del nacionalismo.

“Según Valery es el producto más peligroso entre los producidos por la química del intelecto humano. Sus propiedades son muy conocidas. Hace soñar, embriaga a los pueblos, engendra en ellos falsos recuerdos, exagera sus reflejos, mantiene sus antiguas llagas, los hace sufrir en el reposo, los conduce al delirio de grandezas o al de persecución, y vuelve a las naciones amargas, soberbias, insoportables y vanas [...] No enseña rigurosamente nada, porque engloba todo y da ejemplos de todo”, apunta Luis González y González.

Hoy, con motivo de las fiestas patrias, donde se menciona la Independencia de México, se vuelve a retomar la tradición de señalar como paradigma a los grandes héroes y sus hazañas, y cabe la pregunta: ¿quiénes conocen a aquellos hombres y mujeres que en la provincia, en los pequeños poblados, coadyuvaron a fraguar la soberanía nacional?

Por ejemplo, en la entidad veracruzana entre 1808 y 1812 la iniciativa de Diego Leño para que México tuviera un gobierno independiente y la acción de Antonio Merino, simpatizante de la idea libertaria, o las reuniones de los xalapeños Cardeña, Lúcido Téllez, Ruiz, el escribano Velad, los presbíteros Cabañas y Ortiz, que aportaron nuevas ideas para apoyar el movimiento independentista. O las contribuciones de Mariano Rincón en Naolinco con la Junta Gubernativa Americana, o la decidida participación de Teresa Medina de la Sota Riva, que gastó parte de sus bienes para ayudar al movimiento. Y que hablar del espíritu renovador de Francisco Leyva y Simón Bravo en los alrededores de Orizaba. A ello se suman los hermanos Bello en las cercanías de Xico donde difundieron la lucha armada y Cayetano Pérez, José Evaristo Molina, Francisco Corona, José Ignacio Murillo y Bartolomé Flores, entre otros, que en el puerto de Veracruz contribuyeron al movimiento insurgente.

A todos ellos y otros más la Historia Patria los ignora, la “gran historia” (grandes señores, grandes acontecimientos), como lo expresa Héctor Aguilar Camín. En la Historia Matria es todo lo contrario, y así lo señala Luis González en Hacia una teoría de la microhistoria; la microhistoria reconoce un espacio, un tiempo, una sociedad y unen conjunto de acciones que le pertenecen. En la historia local lo importante es el espacio. “La demografía, la economía, la familia, los grupos y clases sociales, el ocio, las vicisitudes de la propiedad, las pequeñas grandes batallas, el paisaje, el clima, la calidad de los suelos y ciclos, los poderes locales, los sobrenaturales, los hábitos viejos y los superpuestos, las consejas, los rumores, el lenguaje, las fiestas, la mentalidad religiosa, la comida…”

En términos generales, “el ámbito microhistórico es el terruño: lo que vemos de una sola mirada o lo que no se extiende más allá de nuestro horizonte sensible. Es casi siempre la pequeña región nativa que nos da el ser en contraposición a la patria donadora de poder y honra. Es la tierruca por la cual los hombres están dispuestos a hacer voluntariamente lo que no hacen sin compulsión por la patria: arriesgarse, sufrir y derramar sangre. Es la matria que las más de las veces posee fronteras naturales, pero nunca deja de tener fronteras sentimentales. Puede ser un pequeño cuerpo político perfectamente delimitado por accidentes naturales; pero también es posible que sea una multitud de islotes familiares muy alejados entre sí, pero oriundos de la misma comunidad”.

Muchos académicos consideran a la historia local apoyo de la historia patria. “Antes que ellos, los pedagogos le atribuyeron la virtud de ser un buen aperitivo para las criaturas que padecen de inapetencia histórica monumental. Como el amor a la patria chica está hincado en el corazón, la microhistoria les entra a los niños sin sangre, e incluso les gusta, y por añadidura los doméstica para el aprendizaje de la historia de la nación. Todavía más, la escuela activa le concede otra virtud: permite enseñar historia haciéndola. Por lo que toca a la universidad, el profesor Finberg ha dicho que la historia menuda (microhistoria) es un estupendo gimnasio para desarrollar los músculos intelectuales de los que aspiran a la profesión histórica”.

El conocimiento y la enseñanza a través de la microhistoria permitiría estar más cerca de la añorada matria, es la historia de la gente de tamaño normal y las acciones típicas y triviales del quehacer cotidiano. Aunque algunos la consideran la rama menos científica, no por ello deja de cumplir su cometido sobre los procesos históricos. Como señala el propio Cervantes, no deja de ser “testigo del pasado, ejemplo y aviso para el presente y advertencia para el porvenir”.

La historia monumental “gusta más de los hechos relampagueantes que de las opacas estructuras. Prefiere los tiempos cortos a los largos. La guía tiene una intención pragmático-ética. Ve en las cumbres de la existencia pasada un depósito de modelos para la acción futura. Es la historia de bronce, maestra de la vida, escuela de la política, preparación para el gobierno de las naciones, pilar del nacionalismo.

“Según Valery es el producto más peligroso entre los producidos por la química del intelecto humano. Sus propiedades son muy conocidas. Hace soñar, embriaga a los pueblos, engendra en ellos falsos recuerdos, exagera sus reflejos, mantiene sus antiguas llagas, los hace sufrir en el reposo, los conduce al delirio de grandezas o al de persecución, y vuelve a las naciones amargas, soberbias, insoportables y vanas [...] No enseña rigurosamente nada, porque engloba todo y da ejemplos de todo”, apunta Luis González y González.

Hoy, con motivo de las fiestas patrias, donde se menciona la Independencia de México, se vuelve a retomar la tradición de señalar como paradigma a los grandes héroes y sus hazañas, y cabe la pregunta: ¿quiénes conocen a aquellos hombres y mujeres que en la provincia, en los pequeños poblados, coadyuvaron a fraguar la soberanía nacional?

Por ejemplo, en la entidad veracruzana entre 1808 y 1812 la iniciativa de Diego Leño para que México tuviera un gobierno independiente y la acción de Antonio Merino, simpatizante de la idea libertaria, o las reuniones de los xalapeños Cardeña, Lúcido Téllez, Ruiz, el escribano Velad, los presbíteros Cabañas y Ortiz, que aportaron nuevas ideas para apoyar el movimiento independentista. O las contribuciones de Mariano Rincón en Naolinco con la Junta Gubernativa Americana, o la decidida participación de Teresa Medina de la Sota Riva, que gastó parte de sus bienes para ayudar al movimiento. Y que hablar del espíritu renovador de Francisco Leyva y Simón Bravo en los alrededores de Orizaba. A ello se suman los hermanos Bello en las cercanías de Xico donde difundieron la lucha armada y Cayetano Pérez, José Evaristo Molina, Francisco Corona, José Ignacio Murillo y Bartolomé Flores, entre otros, que en el puerto de Veracruz contribuyeron al movimiento insurgente.

A todos ellos y otros más la Historia Patria los ignora, la “gran historia” (grandes señores, grandes acontecimientos), como lo expresa Héctor Aguilar Camín. En la Historia Matria es todo lo contrario, y así lo señala Luis González en Hacia una teoría de la microhistoria; la microhistoria reconoce un espacio, un tiempo, una sociedad y unen conjunto de acciones que le pertenecen. En la historia local lo importante es el espacio. “La demografía, la economía, la familia, los grupos y clases sociales, el ocio, las vicisitudes de la propiedad, las pequeñas grandes batallas, el paisaje, el clima, la calidad de los suelos y ciclos, los poderes locales, los sobrenaturales, los hábitos viejos y los superpuestos, las consejas, los rumores, el lenguaje, las fiestas, la mentalidad religiosa, la comida…”

En términos generales, “el ámbito microhistórico es el terruño: lo que vemos de una sola mirada o lo que no se extiende más allá de nuestro horizonte sensible. Es casi siempre la pequeña región nativa que nos da el ser en contraposición a la patria donadora de poder y honra. Es la tierruca por la cual los hombres están dispuestos a hacer voluntariamente lo que no hacen sin compulsión por la patria: arriesgarse, sufrir y derramar sangre. Es la matria que las más de las veces posee fronteras naturales, pero nunca deja de tener fronteras sentimentales. Puede ser un pequeño cuerpo político perfectamente delimitado por accidentes naturales; pero también es posible que sea una multitud de islotes familiares muy alejados entre sí, pero oriundos de la misma comunidad”.

Muchos académicos consideran a la historia local apoyo de la historia patria. “Antes que ellos, los pedagogos le atribuyeron la virtud de ser un buen aperitivo para las criaturas que padecen de inapetencia histórica monumental. Como el amor a la patria chica está hincado en el corazón, la microhistoria les entra a los niños sin sangre, e incluso les gusta, y por añadidura los doméstica para el aprendizaje de la historia de la nación. Todavía más, la escuela activa le concede otra virtud: permite enseñar historia haciéndola. Por lo que toca a la universidad, el profesor Finberg ha dicho que la historia menuda (microhistoria) es un estupendo gimnasio para desarrollar los músculos intelectuales de los que aspiran a la profesión histórica”.

El conocimiento y la enseñanza a través de la microhistoria permitiría estar más cerca de la añorada matria, es la historia de la gente de tamaño normal y las acciones típicas y triviales del quehacer cotidiano. Aunque algunos la consideran la rama menos científica, no por ello deja de cumplir su cometido sobre los procesos históricos. Como señala el propio Cervantes, no deja de ser “testigo del pasado, ejemplo y aviso para el presente y advertencia para el porvenir”.