/ sábado 26 de septiembre de 2020

La intervención

La participación es el tema que ha captado la atención abriendo las posturas en bandos encontrados. Esto animado por las diferentes expresiones a las que hemos asistido: manifestaciones de todos los grupos que buscan ser escuchados, los incansables periodistas, los postulados de los líderes religiosos, los desplegados de los diferentes intelectuales, empresarios,

Y de los miles de mexicanos que levantan sus voces inconformes frente a la serie de atropellos de los cuales han sido víctimas, unos pagando con el escarnio social y otros, desgraciadamente, hasta con su vida. Resulta significativa la forma en la que cada bando ha contado su historia. Esto último es muy revelador.

En la etapa previa a la madurez en la vida social, se ha gustado conducirse por la dialéctica del amo y del esclavo. Esto es, uno es el que manda, el que dicta postulados, el que establece las formas en las que ha de conducirse la vida, y otro es el que obedece, el que las recibe, acata y cumple cada una de las cuestiones que ofrece el amo. Uno conquista y avasalla, el otro se deja conquistar y humillar. Una dialéctica de la época adolescente de las relaciones y de las primitivas formas de vida en sociedad, en la que lo único que interesa es que las cosas se lleven a cabo, que los engranes funcionen sin que resulte importante quien los mueve. Lo más adolescente de todo esto es que aquí no interesan los sujetos sino la funcionalidad impersonal del todo.

Aun cuando la libertad de expresión es un derecho que custodia la Declaración Universal de los Derechos Humanos y nuestra propia Constitución, sin mencionar todas las formas de urbanidad y etiqueta. La posibilidad de expresarse no es una cuestión para nada sencilla. Y es que, aunque todos tenemos algo valioso que decir, muchas veces no hemos contribuido del todo para que nuestros ambientes nos permitan desarrollarnos en esa verdadera madurez de la edad adulta. En la madurez responsable de quien sabe expresarse con valentía y humildad. La vida se ha encargado de mostrarnos que no es tan cierto aquello de que nacemos libres; la libertad es una conquista que nos necesita con urgencia. Si eso es una conquista en ciernes, la posibilidad de expresarnos y de que nuestra forma de estar en el mundo impacte de tal modo que nos encamine a que el otro se sienta siempre más humano es una tarea que nos necesita con urgencia. No nos expresamos por principio, sino porque necesitamos hacerlo, por un bien mayor, por un estado más noble.

La participación es el tema que ha captado la atención abriendo las posturas en bandos encontrados. Esto animado por las diferentes expresiones a las que hemos asistido: manifestaciones de todos los grupos que buscan ser escuchados, los incansables periodistas, los postulados de los líderes religiosos, los desplegados de los diferentes intelectuales, empresarios,

Y de los miles de mexicanos que levantan sus voces inconformes frente a la serie de atropellos de los cuales han sido víctimas, unos pagando con el escarnio social y otros, desgraciadamente, hasta con su vida. Resulta significativa la forma en la que cada bando ha contado su historia. Esto último es muy revelador.

En la etapa previa a la madurez en la vida social, se ha gustado conducirse por la dialéctica del amo y del esclavo. Esto es, uno es el que manda, el que dicta postulados, el que establece las formas en las que ha de conducirse la vida, y otro es el que obedece, el que las recibe, acata y cumple cada una de las cuestiones que ofrece el amo. Uno conquista y avasalla, el otro se deja conquistar y humillar. Una dialéctica de la época adolescente de las relaciones y de las primitivas formas de vida en sociedad, en la que lo único que interesa es que las cosas se lleven a cabo, que los engranes funcionen sin que resulte importante quien los mueve. Lo más adolescente de todo esto es que aquí no interesan los sujetos sino la funcionalidad impersonal del todo.

Aun cuando la libertad de expresión es un derecho que custodia la Declaración Universal de los Derechos Humanos y nuestra propia Constitución, sin mencionar todas las formas de urbanidad y etiqueta. La posibilidad de expresarse no es una cuestión para nada sencilla. Y es que, aunque todos tenemos algo valioso que decir, muchas veces no hemos contribuido del todo para que nuestros ambientes nos permitan desarrollarnos en esa verdadera madurez de la edad adulta. En la madurez responsable de quien sabe expresarse con valentía y humildad. La vida se ha encargado de mostrarnos que no es tan cierto aquello de que nacemos libres; la libertad es una conquista que nos necesita con urgencia. Si eso es una conquista en ciernes, la posibilidad de expresarnos y de que nuestra forma de estar en el mundo impacte de tal modo que nos encamine a que el otro se sienta siempre más humano es una tarea que nos necesita con urgencia. No nos expresamos por principio, sino porque necesitamos hacerlo, por un bien mayor, por un estado más noble.