/ viernes 11 de febrero de 2022

La invasión de nuestros espacios

Todos poseemos una identidad cultural, social, de credo, de raza, de pensamiento, y en las cuales radicamos nuestras preferencias e inclinaciones al elegir siempre algo. Si de algún modo medimos un tiempo pasado, bien podemos ubicarlo de 1914 a 1999, y una subsecuente vista del año 2000 al presente.

En la primera parte veremos la primera y la segunda guerra mundial, como antecedentes propios de una evolución geopolítica, industrial y tecnológica de todo el globo terráqueo y sus necesidades expansivas. La invasión de los espacios no ha sido meramente humana, lo ha sido culturalmente hablando, al crear preferencias y tendencias en los grandes conglomerados sociales, una de ellas se vio con el amplio expansionismo yanqui, en vertientes como la música disco, el rock & roll y demás tendencias consumistas en aparatos de uso cotidiano.

Absorbimos y acrisolamos todo muy bien, pues adaptamos a nuestra mexicanidad lo extranjero, niñas morenas con nombres de Jennifer, Madonna, o niños llamados Kevin, Kalvin, Michael Jackson, y así por el estilo, haciendo un desfiguro en los registros civiles del país. Nos olvidamos por mucho tiempo de nuestro nacionalismo socialmente viable, al cual sólo había que darle una conexión de identidad entre los mexicanos, hacernos sentir orgullosos de nombres muy propios dentro del mestizaje urbano que invadirían nuestros espacios materiales, morales, espirituales, artísticos y demás.

Por otro lado, pero en la misma brecha, dábamos por sentado que aquel que no tuviera un walkman, una consola de videojuegos, un coche medio tuneado o arreglado, una casa a la que llamamos de dos pisos y otras cosas por el estilo, era un verdadero marginado social.

Nunca supimos la enorme libertad de la cual gozábamos, ir y venir a los cinemas públicos, a las discotecas, o caminar simplemente por cualquier lugar público sin que nos tomaran a sospechosos, ello al tomarnos la temperatura corporal, al tener que usar cubrebocas, sanitizar el espacio, las manos, mantener la distancia entre la gente. Pero aun así creímos el estar mortificados por nuestras vidas, y el espacio físico y material se ha convertido en mental y vibracional; a muchos conocemos u observamos al decir que tiene muy mala vibra. El gran reto será recuperar nuestros espacios de vida, de juego, convivencia, estudios, laborales, de ejercicios, y demás aspectos.

La salud social refleja el empuje nacional, la seguridad de la movilidad urbana y rural al mismo tiempo son indicadores de la liberación de nuestros espacios vitales para la coexistencia humana. Del año 2000 a la fecha se ha generado un elevadísimo desarrollo tecnológico, el cual nos ha tornado las relaciones humanas en impersonales y frías, con la modestia de confesar que “no soy un robot” o “quiero hablar con un ser humano”, y no con un menú automatizado que nos pide códigos, passwords o cosas similares.

¿Cuál es el espacio más cercano? Nosotros mismos, nuestras mentes, el diálogo interno de cada ser humano, pues ése es el que nos quieren invadir con mayor premura, ya que del control de las conciencias dependerá el subsecuente control de las masas. Ya robotizados, no seremos más que un número de cliente, con un código de barras, ubicados en tiempo y espacio por la tecnología, incluso ya conocen muy bien nuestras preferencias e ideas predominantes. ¿Qué salvar? Lo auténtico, que es nuestra verdadera personalidad; atrevámonos a descubrirla y ejercerla.

Todos poseemos una identidad cultural, social, de credo, de raza, de pensamiento, y en las cuales radicamos nuestras preferencias e inclinaciones al elegir siempre algo. Si de algún modo medimos un tiempo pasado, bien podemos ubicarlo de 1914 a 1999, y una subsecuente vista del año 2000 al presente.

En la primera parte veremos la primera y la segunda guerra mundial, como antecedentes propios de una evolución geopolítica, industrial y tecnológica de todo el globo terráqueo y sus necesidades expansivas. La invasión de los espacios no ha sido meramente humana, lo ha sido culturalmente hablando, al crear preferencias y tendencias en los grandes conglomerados sociales, una de ellas se vio con el amplio expansionismo yanqui, en vertientes como la música disco, el rock & roll y demás tendencias consumistas en aparatos de uso cotidiano.

Absorbimos y acrisolamos todo muy bien, pues adaptamos a nuestra mexicanidad lo extranjero, niñas morenas con nombres de Jennifer, Madonna, o niños llamados Kevin, Kalvin, Michael Jackson, y así por el estilo, haciendo un desfiguro en los registros civiles del país. Nos olvidamos por mucho tiempo de nuestro nacionalismo socialmente viable, al cual sólo había que darle una conexión de identidad entre los mexicanos, hacernos sentir orgullosos de nombres muy propios dentro del mestizaje urbano que invadirían nuestros espacios materiales, morales, espirituales, artísticos y demás.

Por otro lado, pero en la misma brecha, dábamos por sentado que aquel que no tuviera un walkman, una consola de videojuegos, un coche medio tuneado o arreglado, una casa a la que llamamos de dos pisos y otras cosas por el estilo, era un verdadero marginado social.

Nunca supimos la enorme libertad de la cual gozábamos, ir y venir a los cinemas públicos, a las discotecas, o caminar simplemente por cualquier lugar público sin que nos tomaran a sospechosos, ello al tomarnos la temperatura corporal, al tener que usar cubrebocas, sanitizar el espacio, las manos, mantener la distancia entre la gente. Pero aun así creímos el estar mortificados por nuestras vidas, y el espacio físico y material se ha convertido en mental y vibracional; a muchos conocemos u observamos al decir que tiene muy mala vibra. El gran reto será recuperar nuestros espacios de vida, de juego, convivencia, estudios, laborales, de ejercicios, y demás aspectos.

La salud social refleja el empuje nacional, la seguridad de la movilidad urbana y rural al mismo tiempo son indicadores de la liberación de nuestros espacios vitales para la coexistencia humana. Del año 2000 a la fecha se ha generado un elevadísimo desarrollo tecnológico, el cual nos ha tornado las relaciones humanas en impersonales y frías, con la modestia de confesar que “no soy un robot” o “quiero hablar con un ser humano”, y no con un menú automatizado que nos pide códigos, passwords o cosas similares.

¿Cuál es el espacio más cercano? Nosotros mismos, nuestras mentes, el diálogo interno de cada ser humano, pues ése es el que nos quieren invadir con mayor premura, ya que del control de las conciencias dependerá el subsecuente control de las masas. Ya robotizados, no seremos más que un número de cliente, con un código de barras, ubicados en tiempo y espacio por la tecnología, incluso ya conocen muy bien nuestras preferencias e ideas predominantes. ¿Qué salvar? Lo auténtico, que es nuestra verdadera personalidad; atrevámonos a descubrirla y ejercerla.