/ viernes 27 de marzo de 2020

La marcha de la muerte

Ante este nuevo entorno marcado por los temores, la incertidumbre económica y el oportunismo político, la crisis de la democracia liberal, que se encontraba ya amenazada por la simplista retórica populista, enfrenta ahora un reto adicional, pues los costos humanos y económicos de esta crisis de salud podrían pasar la factura a los sistemas democráticos actuales, con su parsimonia y lentitud para tomar decisiones oportunas y la dificultad con la que los políticos en democracias se enfrentan al dilema de tomar o no decisiones drásticas y costosas.

Que alguien me explique. Como ciudadano estoy francamente desconcertado por las señales contradictorias que mandan las autoridades. En una crisis lo que más se valora es la consistencia. No la veo por ningún lado. ¿Será porque le molesta no controlar la situación, porque no puede decretar la inexistencia del virus? Realmente es preocupante que el coronavirus no haga distingos y aceche a un gobierno que desprecia el conocimiento y además lo desafía.

Por una parte, el subsecretario de Salud, López-Gatell, ha decretado que el presidente goza de buena salud, superará la enfermedad y no es una persona de especial riesgo. ¡Qué suerte! Por una parte nos dicen que el principal problema del Covid-19 es su fuerza de contagio y no su letalidad y, por la otra, de nuevo López-Gatell nos sale con que si llegara a ser portador “la fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio”.

Por una parte, el presidente se cansa de decirnos que lo más importante en la política es que el gobernante ponga el ejemplo. Lo ha dicho una y mil veces respecto a la corrupción. “Si el presidente es honesto, los gobernadores serán honestos, los alcaldes, los senadores, los diputados, los empresarios y todo el pueblo. El presidente insiste en que al margen de la ley, nada, por encima de la ley, nadie.

Continuando con la pandemia del coronavirus, el golpe global del virus ya deja huellas profundas en las finanzas y la débil economía del país, cuando aún no se ha declarado ni su gravedad. Sus efectos son también emocionales por noticias desconcertantes en el manejo de la situación y el extravío del liderazgo político para conducir y coordinar esta crisis que, en definitiva, abarca a todos.

¿El gobierno está preparado para la emergencia? La pregunta nos hace vulnerables. El gobierno, en efecto, ha puesto énfasis en reducir el efecto económico de la emergencia, aunque, en el largo plazo, la falta de acciones derivará en mayor costo.

Aunque lo más preocupante es la falta de diseño de políticas para proteger a la población, asegurar el cumplimiento de protocolos de seguridad sanitaria y la fortaleza del sistema de salud ante la estimación oficial sobre el contagio del 70% de ella, de los cuales 200 mil necesitarán atención médica, dijo López-Gatell a diputados.

Ante las cifras, AMLO da muestras de escasa conexión con la gravedad de la situación o incapacidad de liderazgo por ver problemas que escapan a una narrativa monotemática, a pesar de los enormes costos políticos que puede acarrear un mal manejo de la crisis.

Ante este nuevo entorno marcado por los temores, la incertidumbre económica y el oportunismo político, la crisis de la democracia liberal, que se encontraba ya amenazada por la simplista retórica populista, enfrenta ahora un reto adicional, pues los costos humanos y económicos de esta crisis de salud podrían pasar la factura a los sistemas democráticos actuales, con su parsimonia y lentitud para tomar decisiones oportunas y la dificultad con la que los políticos en democracias se enfrentan al dilema de tomar o no decisiones drásticas y costosas.

Que alguien me explique. Como ciudadano estoy francamente desconcertado por las señales contradictorias que mandan las autoridades. En una crisis lo que más se valora es la consistencia. No la veo por ningún lado. ¿Será porque le molesta no controlar la situación, porque no puede decretar la inexistencia del virus? Realmente es preocupante que el coronavirus no haga distingos y aceche a un gobierno que desprecia el conocimiento y además lo desafía.

Por una parte, el subsecretario de Salud, López-Gatell, ha decretado que el presidente goza de buena salud, superará la enfermedad y no es una persona de especial riesgo. ¡Qué suerte! Por una parte nos dicen que el principal problema del Covid-19 es su fuerza de contagio y no su letalidad y, por la otra, de nuevo López-Gatell nos sale con que si llegara a ser portador “la fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio”.

Por una parte, el presidente se cansa de decirnos que lo más importante en la política es que el gobernante ponga el ejemplo. Lo ha dicho una y mil veces respecto a la corrupción. “Si el presidente es honesto, los gobernadores serán honestos, los alcaldes, los senadores, los diputados, los empresarios y todo el pueblo. El presidente insiste en que al margen de la ley, nada, por encima de la ley, nadie.

Continuando con la pandemia del coronavirus, el golpe global del virus ya deja huellas profundas en las finanzas y la débil economía del país, cuando aún no se ha declarado ni su gravedad. Sus efectos son también emocionales por noticias desconcertantes en el manejo de la situación y el extravío del liderazgo político para conducir y coordinar esta crisis que, en definitiva, abarca a todos.

¿El gobierno está preparado para la emergencia? La pregunta nos hace vulnerables. El gobierno, en efecto, ha puesto énfasis en reducir el efecto económico de la emergencia, aunque, en el largo plazo, la falta de acciones derivará en mayor costo.

Aunque lo más preocupante es la falta de diseño de políticas para proteger a la población, asegurar el cumplimiento de protocolos de seguridad sanitaria y la fortaleza del sistema de salud ante la estimación oficial sobre el contagio del 70% de ella, de los cuales 200 mil necesitarán atención médica, dijo López-Gatell a diputados.

Ante las cifras, AMLO da muestras de escasa conexión con la gravedad de la situación o incapacidad de liderazgo por ver problemas que escapan a una narrativa monotemática, a pesar de los enormes costos políticos que puede acarrear un mal manejo de la crisis.