/ martes 2 de octubre de 2018

La masacre del 68

El “milagro nacional” ya no daba para más. En julio de 1968 una torpe escalada represiva contra unos jóvenes preparatorianos hizo aflorar inconteniblemente el profundo malestar social contra el gobierno, encarnado en ese momento por los estudiantes universitarios, politécnicos y normalistas que se presentaban como los heraldos del anhelado cambio democrático para la esclavizada sociedad mexicana. Durante los meses de agosto y septiembre el litigio gubernamental-estudiantil desembocó en la agitación más abierta, constante y multitudinaria de la historia contemporánea de México. Tras series sucesivas de manifestaciones, represiones e intentos de negociación, en vísperas de la apertura de los Juegos Olímpicos, el presidente Gustavo Díaz Ordaz y sus colaboradores inmediatos consideraron intolerable el desafío al principio de autoridad y el 2 de octubre de 1968 el Ejército y la policía acabaron de raíz con la protesta, mediante una matanza indiscriminada de manifestantes en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.

En este espacio periodístico me permito incorporar los testimonios de dos periodistas extranjeros que se vieron envueltos en el infierno dantesco de esa tarde-noche infausta de nuestra historia patria. Claude Kiejmann, corresponsal de Le Monde refiere de manera consternada: “No sabía si estaba muerta o herida. El ruido absolutamente espantoso de las ráfagas de las ametralladoras. Los gemidos. Esa impresión de tiroteo enloquecido. Se disparaba por todas partes, en todos sentidos... Se disparaba para matar. Era tan atroz que tenía la impresión de que era irreal. Al principio, sobre todo, nadie entendía nada. Estábamos todos tranquilos, escuchando a los líderes estudiantiles, y de repente nos encontramos envueltos en una escena de guerra de una violencia brutal, en una especie de campo de batalla... Recuerdo esos helicópteros que sobrevolaban la plaza... Después hubo esa bengala verde. Empecé a sentir algo raro. Enseguida oí disparos secos, como de pistolas. La gente empezó a asustarse y yo también. Los líderes desde el balcón nos pedían calma... Vi claramente a todos esos tipos vestidos de civil con su guante blanco que parecían coordinar el operativo... En ese momento empecé a oír las ametralladoras... Y fue cuando empezó realmente el horror. Ya había oscurecido...”.

Por su parte, Fernand Choisel, de la radioemisora Europa Uno, dice que ese día quedó grabado para siempre en su memoria. Rememora el trance amargo: “De repente vi llegar tanquetas. Me puse nervioso. Un helicóptero, que sobrevolaba la plaza, soltó una bengala verde. Unos segundos después estalló la balacera. Las ametralladoras empezaron a rociarlo todo... Estaba boca abajo. Ya no veía nada. Había un ruido ensordecedor. Mi única obsesión era salirme del balcón. No recuerdo si corrí o me arrastré. Llegué hasta las escaleras. Era el pánico total. Creo que fue en medio de esa confusión cuando vi a Oriana Fallaci (periodista italiana), que perdía sangre. Vi que la cargaban...”.

... Después cayó la noche sobre la noche de Tlatelolco. Los medios nacionales de comunicación en su mayoría callaron. A ese silencio cómplice se sumó el olvido, el miedo y la desesperanza. Díaz Ordaz y sus allegados festejaron las Olimpiadas como si todo hubiera vuelto a la normalidad... Pero se equivocaron... Esa tarde noche olvidada, silenciada, negada por el régimen cambió todo... A 50 años, nuestro país es otro, el monarca sexenal infalible ya no existe, el partido hegemónico cedió los bártulos presidenciales, persisten problemas e inseguridad, así como hay mayor participación ciudadana y la transición democrática va caminando poco a poco...



El “milagro nacional” ya no daba para más. En julio de 1968 una torpe escalada represiva contra unos jóvenes preparatorianos hizo aflorar inconteniblemente el profundo malestar social contra el gobierno, encarnado en ese momento por los estudiantes universitarios, politécnicos y normalistas que se presentaban como los heraldos del anhelado cambio democrático para la esclavizada sociedad mexicana. Durante los meses de agosto y septiembre el litigio gubernamental-estudiantil desembocó en la agitación más abierta, constante y multitudinaria de la historia contemporánea de México. Tras series sucesivas de manifestaciones, represiones e intentos de negociación, en vísperas de la apertura de los Juegos Olímpicos, el presidente Gustavo Díaz Ordaz y sus colaboradores inmediatos consideraron intolerable el desafío al principio de autoridad y el 2 de octubre de 1968 el Ejército y la policía acabaron de raíz con la protesta, mediante una matanza indiscriminada de manifestantes en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.

En este espacio periodístico me permito incorporar los testimonios de dos periodistas extranjeros que se vieron envueltos en el infierno dantesco de esa tarde-noche infausta de nuestra historia patria. Claude Kiejmann, corresponsal de Le Monde refiere de manera consternada: “No sabía si estaba muerta o herida. El ruido absolutamente espantoso de las ráfagas de las ametralladoras. Los gemidos. Esa impresión de tiroteo enloquecido. Se disparaba por todas partes, en todos sentidos... Se disparaba para matar. Era tan atroz que tenía la impresión de que era irreal. Al principio, sobre todo, nadie entendía nada. Estábamos todos tranquilos, escuchando a los líderes estudiantiles, y de repente nos encontramos envueltos en una escena de guerra de una violencia brutal, en una especie de campo de batalla... Recuerdo esos helicópteros que sobrevolaban la plaza... Después hubo esa bengala verde. Empecé a sentir algo raro. Enseguida oí disparos secos, como de pistolas. La gente empezó a asustarse y yo también. Los líderes desde el balcón nos pedían calma... Vi claramente a todos esos tipos vestidos de civil con su guante blanco que parecían coordinar el operativo... En ese momento empecé a oír las ametralladoras... Y fue cuando empezó realmente el horror. Ya había oscurecido...”.

Por su parte, Fernand Choisel, de la radioemisora Europa Uno, dice que ese día quedó grabado para siempre en su memoria. Rememora el trance amargo: “De repente vi llegar tanquetas. Me puse nervioso. Un helicóptero, que sobrevolaba la plaza, soltó una bengala verde. Unos segundos después estalló la balacera. Las ametralladoras empezaron a rociarlo todo... Estaba boca abajo. Ya no veía nada. Había un ruido ensordecedor. Mi única obsesión era salirme del balcón. No recuerdo si corrí o me arrastré. Llegué hasta las escaleras. Era el pánico total. Creo que fue en medio de esa confusión cuando vi a Oriana Fallaci (periodista italiana), que perdía sangre. Vi que la cargaban...”.

... Después cayó la noche sobre la noche de Tlatelolco. Los medios nacionales de comunicación en su mayoría callaron. A ese silencio cómplice se sumó el olvido, el miedo y la desesperanza. Díaz Ordaz y sus allegados festejaron las Olimpiadas como si todo hubiera vuelto a la normalidad... Pero se equivocaron... Esa tarde noche olvidada, silenciada, negada por el régimen cambió todo... A 50 años, nuestro país es otro, el monarca sexenal infalible ya no existe, el partido hegemónico cedió los bártulos presidenciales, persisten problemas e inseguridad, así como hay mayor participación ciudadana y la transición democrática va caminando poco a poco...



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