/ lunes 23 de julio de 2018

La montaña encantada

En una vereda que se realizaba con machetes y palos por tres hombres, los cuales caminaban adelante del jefe de la expedición. Ya habían transcurrido varias horas de recorrido y no encontraban ningún manantial de agua para calmar la inmensa sed que sentían por la fuerte intensidad del sol, en aquel atardecer dominguero. La temporada de la canícula se hallaba en su esplendor y durante su travesía no se encontraron a ninguna persona que habitara en algún pueblo cercano o ranchería.

De pronto, a unos cuantos metros vieron un árbol con unas pocas naranjas, aquellas que se les llaman tardía porque se producen en cualquier temporada del año. Inmediatamente caminaron presurosos y uno de ellos se subió al árbol para cortarlas, mientras otro con una garrocha intentaba derribarlas. Al cabo de unos minutos estaban degustando unas deliciosas naranjas, cuando se dieron cuenta que a menos de un kilómetro se veía una majestuosa montaña.

El más joven de las seis personas que estaban sentadas cerca del árbol de naranja tardía dijo:

—Hay que subir a esa montaña. Desde ahí se puede ver algún poblado cercano, ya que los celulares no funcionan aquí y no hay señal de nada. Estamos perdidos. ¡Vaya desgracia!

Otro respondió:

—Tú eres el más joven, podrías hacernos ese gran favor compañero. ¿Quieres que alguien más te acompañe?

El joven exclamó entusiasmado:

—Sí. ¡Vámonos tú y yo, los demás que nos esperen aquí en este árbol!

Con una señal de aprobación del jefe y de los demás, estas dos personas caminaron rumbo a la montaña. La forma de la montaña era piramidal, algo extraña, porque hasta los montículos de tierra y piedra se encontraban escalonados. Iban subiendo a la montaña cuando el soplo de un viento frío corrió y hasta su piel se les enchinó. Voltearon a verse, uno al otro y el más joven comentó:

—Vamos, que nada ni nadie nos detenga.

Estaban los dos solos entre la inmensidad del monte, cuando de entre los bejucos apareció el rostro de una persona con barba, con la mirada perdida. Hizo a un lado los bejucos y las ramas, hasta que grito:

—¡Soy libre, por fin! ¡He salido de la montaña encantada!

Llevaban aún consigo dos naranjas y se las dieron en solidaridad, sintieron temor por esas palabras, pero a la vez agarraron fuerza y valor. Les fue narrando que un 24 de junio subió con un amigo a esa montaña para ver si de verdad estaba encantada. Ya iban por la mitad de la montaña cuando de pronto su amigo desapareció y nunca supo más de él, después, más adelante él vio un manantial y tomó de su agua. Se sumergió en un sueño y comenta que allá donde se despertó había muchas frutas, alimentos y tesoros. Si querías salir de ahí con algo siempre volvías al mismo lugar. Un día cerró los ojos, caminó y caminó, hasta que de pronto sintió un escalofrió y se tropezó con unas ramas y bejucos. Abrió sus ojos y por fin se halló con sus salvadores.

Los tres se regresaron y el hombre de la montaña les explicó adonde vivía, su casa estaba a media hora de distancia. Fueron por las otras cuatro personas, caminaron más relajadamente hasta que por fin llegaron al pueblo que estaba cerca de la montaña encantada.


Paxkatkatsini (Gracias)

venandiz@hotmail.com

Twitter @tepetototl


En una vereda que se realizaba con machetes y palos por tres hombres, los cuales caminaban adelante del jefe de la expedición. Ya habían transcurrido varias horas de recorrido y no encontraban ningún manantial de agua para calmar la inmensa sed que sentían por la fuerte intensidad del sol, en aquel atardecer dominguero. La temporada de la canícula se hallaba en su esplendor y durante su travesía no se encontraron a ninguna persona que habitara en algún pueblo cercano o ranchería.

De pronto, a unos cuantos metros vieron un árbol con unas pocas naranjas, aquellas que se les llaman tardía porque se producen en cualquier temporada del año. Inmediatamente caminaron presurosos y uno de ellos se subió al árbol para cortarlas, mientras otro con una garrocha intentaba derribarlas. Al cabo de unos minutos estaban degustando unas deliciosas naranjas, cuando se dieron cuenta que a menos de un kilómetro se veía una majestuosa montaña.

El más joven de las seis personas que estaban sentadas cerca del árbol de naranja tardía dijo:

—Hay que subir a esa montaña. Desde ahí se puede ver algún poblado cercano, ya que los celulares no funcionan aquí y no hay señal de nada. Estamos perdidos. ¡Vaya desgracia!

Otro respondió:

—Tú eres el más joven, podrías hacernos ese gran favor compañero. ¿Quieres que alguien más te acompañe?

El joven exclamó entusiasmado:

—Sí. ¡Vámonos tú y yo, los demás que nos esperen aquí en este árbol!

Con una señal de aprobación del jefe y de los demás, estas dos personas caminaron rumbo a la montaña. La forma de la montaña era piramidal, algo extraña, porque hasta los montículos de tierra y piedra se encontraban escalonados. Iban subiendo a la montaña cuando el soplo de un viento frío corrió y hasta su piel se les enchinó. Voltearon a verse, uno al otro y el más joven comentó:

—Vamos, que nada ni nadie nos detenga.

Estaban los dos solos entre la inmensidad del monte, cuando de entre los bejucos apareció el rostro de una persona con barba, con la mirada perdida. Hizo a un lado los bejucos y las ramas, hasta que grito:

—¡Soy libre, por fin! ¡He salido de la montaña encantada!

Llevaban aún consigo dos naranjas y se las dieron en solidaridad, sintieron temor por esas palabras, pero a la vez agarraron fuerza y valor. Les fue narrando que un 24 de junio subió con un amigo a esa montaña para ver si de verdad estaba encantada. Ya iban por la mitad de la montaña cuando de pronto su amigo desapareció y nunca supo más de él, después, más adelante él vio un manantial y tomó de su agua. Se sumergió en un sueño y comenta que allá donde se despertó había muchas frutas, alimentos y tesoros. Si querías salir de ahí con algo siempre volvías al mismo lugar. Un día cerró los ojos, caminó y caminó, hasta que de pronto sintió un escalofrió y se tropezó con unas ramas y bejucos. Abrió sus ojos y por fin se halló con sus salvadores.

Los tres se regresaron y el hombre de la montaña les explicó adonde vivía, su casa estaba a media hora de distancia. Fueron por las otras cuatro personas, caminaron más relajadamente hasta que por fin llegaron al pueblo que estaba cerca de la montaña encantada.


Paxkatkatsini (Gracias)

venandiz@hotmail.com

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