/ sábado 9 de abril de 2022

La Pasión de Cristo

Estamos en las vísperas del comienzo de la Semana Santa, una semana especial en el año por diversas razones. La justificación de esta semana está en la vida de Cristo, pues cada uno de los días de la misma se celebran diferentes acontecimientos fundamentales en la vida de Jesús, concretamente su pasión, muerte y resurrección.

La vida de Cristo nos muestra muchos signos de debilidad, que resultan bastante paradójicos. Y es que, si Cristo se hubiera presentado fortísimo seguramente no habría cabido la menor duda, que Él era el Mesías. Sin embargo, escogió el camino de la debilidad, quiso pasar por siervo. Se callaba y aguantaba. Como siervo no gritaba, ni alzaba la voz, ni quebró la caña resquebrajada, ni apagó la luz mortecina (cfr. Is 42,2-3). No invadía ni impresionaba. ¡Esta es la paradoja de un Dios fuerte, que se ha querido manifestar en signos de mucha debilidad y vulnerabilidad!, y es que Dios, ni aniquila ni destruye; levanta, anima, sostiene, acompaña…

Eso es lo que vemos en la Cruz: a Dios, el Señor de la vida entregándola por su voluntad, nadie se la quita, ¡Él la entrega porque así lo quiere! (Cfr. Jn 10,18). Al Maestro de maestros ofreciendo la última de sus clases, la síntesis de su pensamiento, sus palabras finales. Al único Pontífice verdaderamente anclado en lo humano y en lo divino, el que nos convenía (cfr. Hb 7,26) Al sanador curando con sus heridas. Al sumo y eterno sacerdote, misericordioso y fiel en la hora del culto ofreciendo la única ofrenda agradable a Dios (Hb 2,17). Esa es la grandeza de la Pasión de Cristo, escena que nos llama a la contemplación, al silencio. A la meditación.

Cuando ya la muerte se acercaba, Jesús comprendió que estaba ya en la hora final. Quiso aprovecharla para hacer y decir las últimas cosas de mayor importancia que aún le faltaban por decir. O mejor expresado, quiso insistir en lo más relevante de su mensaje. Aunque no le quedaba casi aliento. Con un esfuerzo sobrehumano, ahorrando las palabras tendría que discernir sus últimas palabras, esas que fueran verdaderamente sustanciales. Una especie de testamento para la humanidad futura. Sus carbones incendiarios, esos que jamás pudieran apagarse. Palabras en las que permaneciera su pensamiento, su identidad. Su alma entera, el sentido de su ser y su misión en el mundo. El último y mejor tesoro. El vino nuevo reservado para el final. La pasión es el triunfo de Dios.

Estamos en las vísperas del comienzo de la Semana Santa, una semana especial en el año por diversas razones. La justificación de esta semana está en la vida de Cristo, pues cada uno de los días de la misma se celebran diferentes acontecimientos fundamentales en la vida de Jesús, concretamente su pasión, muerte y resurrección.

La vida de Cristo nos muestra muchos signos de debilidad, que resultan bastante paradójicos. Y es que, si Cristo se hubiera presentado fortísimo seguramente no habría cabido la menor duda, que Él era el Mesías. Sin embargo, escogió el camino de la debilidad, quiso pasar por siervo. Se callaba y aguantaba. Como siervo no gritaba, ni alzaba la voz, ni quebró la caña resquebrajada, ni apagó la luz mortecina (cfr. Is 42,2-3). No invadía ni impresionaba. ¡Esta es la paradoja de un Dios fuerte, que se ha querido manifestar en signos de mucha debilidad y vulnerabilidad!, y es que Dios, ni aniquila ni destruye; levanta, anima, sostiene, acompaña…

Eso es lo que vemos en la Cruz: a Dios, el Señor de la vida entregándola por su voluntad, nadie se la quita, ¡Él la entrega porque así lo quiere! (Cfr. Jn 10,18). Al Maestro de maestros ofreciendo la última de sus clases, la síntesis de su pensamiento, sus palabras finales. Al único Pontífice verdaderamente anclado en lo humano y en lo divino, el que nos convenía (cfr. Hb 7,26) Al sanador curando con sus heridas. Al sumo y eterno sacerdote, misericordioso y fiel en la hora del culto ofreciendo la única ofrenda agradable a Dios (Hb 2,17). Esa es la grandeza de la Pasión de Cristo, escena que nos llama a la contemplación, al silencio. A la meditación.

Cuando ya la muerte se acercaba, Jesús comprendió que estaba ya en la hora final. Quiso aprovecharla para hacer y decir las últimas cosas de mayor importancia que aún le faltaban por decir. O mejor expresado, quiso insistir en lo más relevante de su mensaje. Aunque no le quedaba casi aliento. Con un esfuerzo sobrehumano, ahorrando las palabras tendría que discernir sus últimas palabras, esas que fueran verdaderamente sustanciales. Una especie de testamento para la humanidad futura. Sus carbones incendiarios, esos que jamás pudieran apagarse. Palabras en las que permaneciera su pensamiento, su identidad. Su alma entera, el sentido de su ser y su misión en el mundo. El último y mejor tesoro. El vino nuevo reservado para el final. La pasión es el triunfo de Dios.