/ lunes 31 de agosto de 2020

La peor vida de todas

Escaleras: La historia sórdida, siniestra y sombría y burda y descarnada, atroz, de los desaparecidos en Veracruz se está reproduciendo. De Fidel Duarte a Cuitláhuac García. La estadística es implacable.

Según la Comisión de Búsqueda de Veracruz, tres mil desaparecidos. De acuerdo con el Solecito, una de las veinte ONG integrada con hijos desaparecidos, del año 2006 a la fecha, veinte mil desaparecidos.

En Veracruz, el fosario más grande del país, quizá compitiendo con el estado de Tamaulipas, allí donde par de gobernadores, Tomás Yarrington y Eugenio Flores Hernández, están presos acusados de malas amistades.

PASAMANOS: Hay desaparecidos en Veracruz hoy como antes. Los penúltimos, los 5 chicos de Xalapa levantados en Emiliano Zapata. Cada vez más desaparecidos en la región de Orizaba y Córdoba según el reporte de las ONG. La búsqueda frenética de fosas clandestinas, el último reducto de la esperanza social. Además, los familiares buscando con sus propios recursos, sin la ayuda oficial, pues el desdén, el menosprecio y el desprecio es, o parece ser, la constante. En el altar de la patria, se afirma, más de setenta y cuatro mil (74 mil) desaparecidos.

CORREDORES: Ningún dolor y sufrimiento es tan grande, terrible y espantoso como la desaparición de un hijo, una madre, un abuelo, un familiar. Un día, así nada más, de pronto, desaparece. Que se lo llevaron. Que lo levantaron en la vía pública. Que a golpes lo sacaron de casa. Que lo plagiaron en el restaurante o en el antro. O en la calle. Que fue la policía. Que fueron los malosos disfrazados de policías. Que los malosos con capucha. Que los malandros sin antifaz. Que fueron policías y entregaron a los malandros. Que los malandros los mataron o quemaron vivos o los cercenaron y tiraron los pedacitos en una fosa clandestina. El peor de los mundos. Lo peor de la vida.

BALCONES: Entonces, la búsqueda frenética y desesperada. En el Forense. El hospital.

En la cárcel. Y hasta con los amigos o la novia o la pareja… por si las dudas. Tocar puertas por todos lados y nada. Nada de nada. Ninguna pista. Ninguna señal. Ningún indicio.

Un día más. Una semana más. Un mes. Un año. Años. Y de cualquier manera, seguir buscando, porque acaso, quizá, esté vivo.

Si está vivo, si ya comió. Si le están dando sus medicinas. Si le habrán dado chance de bañarse. Si dormirá bien.

Si lo estarán torturando. Y si está muerto, dónde habrán tirado sus restos. Pero más aún, dónde poder encontrarlo para la cristiana sepultura y tener un lugar concreto y específico en el panteón para llevar flores y una veladora y rezar.

La peor vida de todas. Las horas más oscuras del día y de la noche. Un mundo canijo que a nadie, absolutamente a nadie, se desea, ni siquiera, vaya, en un arranque de furia y coraje

Escaleras: La historia sórdida, siniestra y sombría y burda y descarnada, atroz, de los desaparecidos en Veracruz se está reproduciendo. De Fidel Duarte a Cuitláhuac García. La estadística es implacable.

Según la Comisión de Búsqueda de Veracruz, tres mil desaparecidos. De acuerdo con el Solecito, una de las veinte ONG integrada con hijos desaparecidos, del año 2006 a la fecha, veinte mil desaparecidos.

En Veracruz, el fosario más grande del país, quizá compitiendo con el estado de Tamaulipas, allí donde par de gobernadores, Tomás Yarrington y Eugenio Flores Hernández, están presos acusados de malas amistades.

PASAMANOS: Hay desaparecidos en Veracruz hoy como antes. Los penúltimos, los 5 chicos de Xalapa levantados en Emiliano Zapata. Cada vez más desaparecidos en la región de Orizaba y Córdoba según el reporte de las ONG. La búsqueda frenética de fosas clandestinas, el último reducto de la esperanza social. Además, los familiares buscando con sus propios recursos, sin la ayuda oficial, pues el desdén, el menosprecio y el desprecio es, o parece ser, la constante. En el altar de la patria, se afirma, más de setenta y cuatro mil (74 mil) desaparecidos.

CORREDORES: Ningún dolor y sufrimiento es tan grande, terrible y espantoso como la desaparición de un hijo, una madre, un abuelo, un familiar. Un día, así nada más, de pronto, desaparece. Que se lo llevaron. Que lo levantaron en la vía pública. Que a golpes lo sacaron de casa. Que lo plagiaron en el restaurante o en el antro. O en la calle. Que fue la policía. Que fueron los malosos disfrazados de policías. Que los malosos con capucha. Que los malandros sin antifaz. Que fueron policías y entregaron a los malandros. Que los malandros los mataron o quemaron vivos o los cercenaron y tiraron los pedacitos en una fosa clandestina. El peor de los mundos. Lo peor de la vida.

BALCONES: Entonces, la búsqueda frenética y desesperada. En el Forense. El hospital.

En la cárcel. Y hasta con los amigos o la novia o la pareja… por si las dudas. Tocar puertas por todos lados y nada. Nada de nada. Ninguna pista. Ninguna señal. Ningún indicio.

Un día más. Una semana más. Un mes. Un año. Años. Y de cualquier manera, seguir buscando, porque acaso, quizá, esté vivo.

Si está vivo, si ya comió. Si le están dando sus medicinas. Si le habrán dado chance de bañarse. Si dormirá bien.

Si lo estarán torturando. Y si está muerto, dónde habrán tirado sus restos. Pero más aún, dónde poder encontrarlo para la cristiana sepultura y tener un lugar concreto y específico en el panteón para llevar flores y una veladora y rezar.

La peor vida de todas. Las horas más oscuras del día y de la noche. Un mundo canijo que a nadie, absolutamente a nadie, se desea, ni siquiera, vaya, en un arranque de furia y coraje

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