/ miércoles 23 de mayo de 2018

La primera infancia, prioritaria

México es un mosaico complejo donde coexisten hasta ahora la riqueza y la pobreza extremas. Basta asomarse con ojos atentos a nuestro entorno para darse cuenta de la existencia de niños flacuchos y de tez cetrina, tomados de la mano de una madre con las mismas características; de niños de siete años con estatura como de cuatro; otros de esta edad que nunca han pisado un salón de clases o que junto con sus madres piden limosna en las esquinas para subsistir. Las causas son diversas. Aunque la fundamental, creemos, es el esquema político, económico y social que no ha permitido una distribución justa de la riqueza. Ésta existe, es innegable, pero mal repartida. Ha faltado una política que favorezca un crecimiento substancial de la clase media y que haya menos ricos y menos pobres. Aunque vale decir también, el problema es global. Según un informe del Credit Suize (Reforma, 15/XI/17), 1% “de la población con más recursos es dueño de 50.1% de toda la riqueza de los hogares del mundo”. Añade que esta proporción creció desde la crisis de 2008 y se debe principalmente “al uso de activos financieros y un fortalecimiento del dólar estadounidense”, siendo los jóvenes los más afectados. En este contexto debe apoyarse la lucha de 300 organizaciones civiles de nuestro país para obtener un compromiso de los candidatos a la presidencia de la República, “a efecto de garantizar la atención de 11 millones de mexicanos entre 0 y cinco años de edad, etapa crucial para el ser humano debido al desarrollo de la arquitectura cerebral” (Reforma, 11/IV/18). Ya que, como dijo uno de sus representantes: “Invertir en la primera infancia genera un alto retorno social y económico e incide de manera positiva en la productividad, la salud y la seguridad pública”. El diseño de las políticas públicas para lograr este objetivo debe hacerse ya; el tiempo es ahora. Porque cada día perdido es un abono al círculo de la pobreza. Los niños en pobreza o pobreza extrema no se nutren adecuadamente, su cerebro no se desarrolla como debiera y limitan de por vida su capacidad de aprendizaje; esto a su vez los deja en los primeros escalones de la escalera de oportunidades por una vida mejor. Empero como en campaña electoral los niños sólo sirven para tomarse la foto y no votan, a los candidatos parece no importarles el tema. Quizás políticamente les sea más redituable que haya más pobres y que por una despensa comprometan su voto.


México es un mosaico complejo donde coexisten hasta ahora la riqueza y la pobreza extremas. Basta asomarse con ojos atentos a nuestro entorno para darse cuenta de la existencia de niños flacuchos y de tez cetrina, tomados de la mano de una madre con las mismas características; de niños de siete años con estatura como de cuatro; otros de esta edad que nunca han pisado un salón de clases o que junto con sus madres piden limosna en las esquinas para subsistir. Las causas son diversas. Aunque la fundamental, creemos, es el esquema político, económico y social que no ha permitido una distribución justa de la riqueza. Ésta existe, es innegable, pero mal repartida. Ha faltado una política que favorezca un crecimiento substancial de la clase media y que haya menos ricos y menos pobres. Aunque vale decir también, el problema es global. Según un informe del Credit Suize (Reforma, 15/XI/17), 1% “de la población con más recursos es dueño de 50.1% de toda la riqueza de los hogares del mundo”. Añade que esta proporción creció desde la crisis de 2008 y se debe principalmente “al uso de activos financieros y un fortalecimiento del dólar estadounidense”, siendo los jóvenes los más afectados. En este contexto debe apoyarse la lucha de 300 organizaciones civiles de nuestro país para obtener un compromiso de los candidatos a la presidencia de la República, “a efecto de garantizar la atención de 11 millones de mexicanos entre 0 y cinco años de edad, etapa crucial para el ser humano debido al desarrollo de la arquitectura cerebral” (Reforma, 11/IV/18). Ya que, como dijo uno de sus representantes: “Invertir en la primera infancia genera un alto retorno social y económico e incide de manera positiva en la productividad, la salud y la seguridad pública”. El diseño de las políticas públicas para lograr este objetivo debe hacerse ya; el tiempo es ahora. Porque cada día perdido es un abono al círculo de la pobreza. Los niños en pobreza o pobreza extrema no se nutren adecuadamente, su cerebro no se desarrolla como debiera y limitan de por vida su capacidad de aprendizaje; esto a su vez los deja en los primeros escalones de la escalera de oportunidades por una vida mejor. Empero como en campaña electoral los niños sólo sirven para tomarse la foto y no votan, a los candidatos parece no importarles el tema. Quizás políticamente les sea más redituable que haya más pobres y que por una despensa comprometan su voto.