/ miércoles 2 de septiembre de 2020

La salud pública y la educación son un reto serio, no de ocurrencias

Las cosas han cambiado algo en los años recientes. El propósito de las marchas y de todas las protestas fue demostrar que el sistema que favorecía la acumulación de riqueza por unos cuantos estaba mal, que nuestra sociedad se beneficiaba de un gobierno corrupto que impedía la movilidad en perjuicio de la gran mayoría de mexicanos.

AMLO es un hombre religioso, que se mueve en la praxis entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y que muchas de sus referencias políticas las ancla en los evangelios. Bajo esos parámetros morales mide a las personas y emite sus juicios milenarios.

La honestidad, lo hemos visto bien, es concebida por AMLO como símbolo de pureza, integridad y de lo incorruptible.

La palabra de un líder moral y religioso como se asume el Presidente, que busca la purificación nacional de la sociedad y que repite a todos los grupos “pórtense bien”, donde la moral rige la política y sus decisiones.

El origen del voto que favoreció su ascenso al poder se halló en el hartazgo del modelo neoliberal impuesto, que volvía ricos a unos cuantos e inmensamente pobres a todos los demás. El discurso no tuvo misericordia frente al neoliberalismo económico, al que impuso la carga de todas las desgracias que atraviesa el mundo.

Hoy, a pesar de que todas las estadísticas aseguran que la crisis de la pandemia pudo haber atravesado la cresta, hay un largo camino por recorrer antes de retornar a la normalidad en términos de salubridad pública. Pero lo que más preocupa es cómo recuperar el bienestar de la economía nacional, del que depende el empleo y los recursos para alimentar, para garantizar la seguridad y el bienestar para toda la gente.

Es en ese escenario crítico en el que Morena y toda su administración sucumbe. Sin dejar de ser atinados en el señalamiento de las imperfecciones del sistema económico liberal, el que a costa de la salud planetaria ha producido el mayor desarrollo de la historia, en la era del mayor crecimiento numérico de la humanidad, el vacío de su retórica no se ve subsanado con el modelo sustitutivo que corrija los errores del anterior. No hay pasos adelante en proceso de construcción de una democracia participativa, o de administración abierta, o de impulso de energías verdes y subsidios a la producción orgánica que vengan a reparar muchos de los males que a lo largo de los últimos lustros se fueron gestando.

Es en ese estado de cosas que los eventos ocurridos a lo largo de las últimas semanas en el ámbito de la educación y la salud brotan como un bálsamo de alivio y de esperanza, anuncios que nos hacen cruzar los dedos a la espera de que sean muestra de un cambio en el entendimiento de la realidad. La crítica no se ha dejado esperar y dejan en evidencia una aparente contradicción del régimen.

Lo hacen presa de su propio discurso.

Los acuerdos firmados con las concesionarias en materia de tele-educación y el anuncio sobre el paso que la inversión privada, a través de la Fundación Slim, realiza con la finalidad de producir una vacuna que pueda ayudarnos a sobrepasar el estado de zozobra en que vivimos, ambos llevados a cabo por parte de esta administración demuestran la sumisión del régimen ante la realidad. Y no debemos confundirnos; no hablamos de una genuflexión del Ejecutivo frente al sector privado, sino de una necesaria y esperada aceptación, de que, para resolver los problemas de México, hace falta construir acuerdos y consensos, un trabajo del que depende el mejor empleo de todos nuestros activos.

La asociación de lo público y lo privado, no como modelo normativo de contratación pública, sino como modelo de gobernanza, no debe significar un retroceso en el necesario proceso de cambio y transformación que atraviesa nuestro país.

El gobierno no sucumbe ante la intervención de empresas y profesionales para remediar los grandes males que aquejan a México.

Levantar a México de la terrible depresión en que se encuentra demanda un esfuerzo conjunto en el que participemos todos. La apertura de mente para que, bajo el ejercicio soberano de control que la Constitución encomienda al gobierno, pueda también involucrarse al sector privado, puede ser el primer paso para que la anunciada transformación acabe por concretarse.

Hay muchas equivocaciones y muchas desviaciones que semana tras semana nos ofrecen una oportunidad para ser críticos del gobierno y el rumbo en que se enderezan las cosas.

En esta colaboración, a diferencia de otras anteriores, preferimos aplaudir la acción anunciada por medio de la cual se respalda la intervención del sector privado para hacer frente, solidariamente, a los retos que vive el país en educación y salud pública.

Las cosas han cambiado algo en los años recientes. El propósito de las marchas y de todas las protestas fue demostrar que el sistema que favorecía la acumulación de riqueza por unos cuantos estaba mal, que nuestra sociedad se beneficiaba de un gobierno corrupto que impedía la movilidad en perjuicio de la gran mayoría de mexicanos.

AMLO es un hombre religioso, que se mueve en la praxis entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y que muchas de sus referencias políticas las ancla en los evangelios. Bajo esos parámetros morales mide a las personas y emite sus juicios milenarios.

La honestidad, lo hemos visto bien, es concebida por AMLO como símbolo de pureza, integridad y de lo incorruptible.

La palabra de un líder moral y religioso como se asume el Presidente, que busca la purificación nacional de la sociedad y que repite a todos los grupos “pórtense bien”, donde la moral rige la política y sus decisiones.

El origen del voto que favoreció su ascenso al poder se halló en el hartazgo del modelo neoliberal impuesto, que volvía ricos a unos cuantos e inmensamente pobres a todos los demás. El discurso no tuvo misericordia frente al neoliberalismo económico, al que impuso la carga de todas las desgracias que atraviesa el mundo.

Hoy, a pesar de que todas las estadísticas aseguran que la crisis de la pandemia pudo haber atravesado la cresta, hay un largo camino por recorrer antes de retornar a la normalidad en términos de salubridad pública. Pero lo que más preocupa es cómo recuperar el bienestar de la economía nacional, del que depende el empleo y los recursos para alimentar, para garantizar la seguridad y el bienestar para toda la gente.

Es en ese escenario crítico en el que Morena y toda su administración sucumbe. Sin dejar de ser atinados en el señalamiento de las imperfecciones del sistema económico liberal, el que a costa de la salud planetaria ha producido el mayor desarrollo de la historia, en la era del mayor crecimiento numérico de la humanidad, el vacío de su retórica no se ve subsanado con el modelo sustitutivo que corrija los errores del anterior. No hay pasos adelante en proceso de construcción de una democracia participativa, o de administración abierta, o de impulso de energías verdes y subsidios a la producción orgánica que vengan a reparar muchos de los males que a lo largo de los últimos lustros se fueron gestando.

Es en ese estado de cosas que los eventos ocurridos a lo largo de las últimas semanas en el ámbito de la educación y la salud brotan como un bálsamo de alivio y de esperanza, anuncios que nos hacen cruzar los dedos a la espera de que sean muestra de un cambio en el entendimiento de la realidad. La crítica no se ha dejado esperar y dejan en evidencia una aparente contradicción del régimen.

Lo hacen presa de su propio discurso.

Los acuerdos firmados con las concesionarias en materia de tele-educación y el anuncio sobre el paso que la inversión privada, a través de la Fundación Slim, realiza con la finalidad de producir una vacuna que pueda ayudarnos a sobrepasar el estado de zozobra en que vivimos, ambos llevados a cabo por parte de esta administración demuestran la sumisión del régimen ante la realidad. Y no debemos confundirnos; no hablamos de una genuflexión del Ejecutivo frente al sector privado, sino de una necesaria y esperada aceptación, de que, para resolver los problemas de México, hace falta construir acuerdos y consensos, un trabajo del que depende el mejor empleo de todos nuestros activos.

La asociación de lo público y lo privado, no como modelo normativo de contratación pública, sino como modelo de gobernanza, no debe significar un retroceso en el necesario proceso de cambio y transformación que atraviesa nuestro país.

El gobierno no sucumbe ante la intervención de empresas y profesionales para remediar los grandes males que aquejan a México.

Levantar a México de la terrible depresión en que se encuentra demanda un esfuerzo conjunto en el que participemos todos. La apertura de mente para que, bajo el ejercicio soberano de control que la Constitución encomienda al gobierno, pueda también involucrarse al sector privado, puede ser el primer paso para que la anunciada transformación acabe por concretarse.

Hay muchas equivocaciones y muchas desviaciones que semana tras semana nos ofrecen una oportunidad para ser críticos del gobierno y el rumbo en que se enderezan las cosas.

En esta colaboración, a diferencia de otras anteriores, preferimos aplaudir la acción anunciada por medio de la cual se respalda la intervención del sector privado para hacer frente, solidariamente, a los retos que vive el país en educación y salud pública.