/ domingo 10 de enero de 2021

La suma de todas las cosas

Paul Auster en Diario de invierno escribía: “Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti (…) y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas las cosas, igual que le suceden a cualquier otro”. Así estaba yo, que iba con mi desinfectante a todos lados, que creía cuidarme, conocía los síntomas, estaba segura de incluso terminar el año libre de cualquier virus. Al igual que Paul Auster, me equivoqué.

No sé cómo, no sé cuándo, pero me contagié, igual que más de 1.5 millones de personas en nuestro país, de repente me encontraba con síntomas que nunca vi en los reportes, rogando que la prueba fuese negativa, pero el resultado fue todo lo contrario. Me encerré de inmediato. Y entonces viví en carne propia el temor de no saber cómo sería mi evolución, se hizo presente el temor a lo desconocido. Conforme pasaban los días mi estado físico era mejor, pero descubrí que hay otras cosas de las que nadie habla que duelen más, otros puntos que no consideramos y que son tan curativos como las medicinas.

Mientras mi cuerpo luchaba por erradicar la enfermedad descubrí que ningún caso es igual, el mío fue leve, tuve la fortuna de un diagnóstico casi inmediato y de atención oportuna que me permitió refugiarme en cuatro paredes dentro de mi casa. Sin embargo, durante esos días de refugio era inevitable pensar en el número de contagios que incrementarían por irresponsabilidad.

Durante los últimos días del año mis redes sociales se llenaron de historias con gente en fiestas multitudinarias, comercios abarrotados sin la menor medida, personas en la playa, aeropuertos atascados y si yo que tomé medidas de resguardo acabé enferma, ¿cuántos que siguen sin creer en el tema o sin acatar lo mínimo como el uso de cubrebocas no terminarían igual o peor?

El 2021 llega con esperanza y se ve prometedor por la existencia de una vacuna, pero su alcance con la población al menos en nuestro país, sigue siendo sumamente inferior. Hemos sido el país de América Latina que más vacunas ha aplicado, se ponen alrededor de 4 mil 823 dosis diarias, pero aún así, considerando el tamaño de nuestra población, a este ritmo tardaríamos más de 14 años en inmunizar tan sólo al 20% de los mexicanos.

Les comparto el dato anterior porque los esfuerzos de cuidado conjunto no tendrían que disminuir. En países como Singapur además de medidas drásticas por parte de las autoridades, existe una gran conciencia social. Cuidar de todos no es una tarea de solidaridad, es una obligación. Hay sacrificios como el contacto social y compartir momentos de esparcimiento con otros, pero no valoras cuán necesarios son hasta que no te pasa, hasta que no sientes el temor de perder a alguien o la angustia de no saber si todo en tu vida podrá seguir igual, si podrás volver a disfrutar de los aspectos más básicos del día a día. No entiendes la necesidad de exagerar hasta que no pierdes algo tan simple como el olor o el sabor de lo que más disfrutas en las mañanas.

Cuando estás enfermo sufre tu cuerpo, puedes llegar a tener todo tipo de malestares e incluso hay quienes pierden la vida, pero hay dolores que sufren los que están a tu alrededor, si quien padece la enfermedad tiene miedo, aquellos que le cuidan sufren mucho más, porque ni siquiera pueden entender qué pasa con el otro. El aislamiento total es terrible, pero aún más terrible es no saber si la persona que amas va a salir del cuadro, tener que esperar afuera de un hospital sin siquiera una llamada. Con el temor de que el único aviso que recibas es el de un deceso. Sin tener un adiós o palabras finales de cariño.

Esta pandemia nos sigue mostrando diversos rostros, pero también nos recuerda que la solidaridad puede restaurar el alma, que para muchos enfermos y las familias sí ayudan las palabras de aliento, que compartir con otros puede darnos más de lo que estamos dejando ir, que extremar cuidados no es una exageración sino algo vital y que si queremos salir adelante tenemos que ser más empáticos y menos egoístas.

No todos pueden quedarse en casa, pero todos sí podemos aportar positivamente algo a la vida de los demás, hay acciones sencillas pero que suman demasiado, comienza por consumir productos locales en lugar de los importados, procura comprar los comestibles a productores en mercados, recuerda no realizar reuniones o trasladarte a otros puntos si no es verdaderamente necesario. Sigue todas las recomendaciones de las autoridades, pese a que las autoridades no las sigan. Confiemos en que nuestros gobiernos tomarán las decisiones que consideren convenientes, pero hay recomendaciones universales y de sentido común que podemos seguir sin que alguien más las imponga o diga. Cuidarnos es responsabilidad de todos.

E-mail:

zairosas.22@gmail.com

Paul Auster en Diario de invierno escribía: “Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti (…) y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas las cosas, igual que le suceden a cualquier otro”. Así estaba yo, que iba con mi desinfectante a todos lados, que creía cuidarme, conocía los síntomas, estaba segura de incluso terminar el año libre de cualquier virus. Al igual que Paul Auster, me equivoqué.

No sé cómo, no sé cuándo, pero me contagié, igual que más de 1.5 millones de personas en nuestro país, de repente me encontraba con síntomas que nunca vi en los reportes, rogando que la prueba fuese negativa, pero el resultado fue todo lo contrario. Me encerré de inmediato. Y entonces viví en carne propia el temor de no saber cómo sería mi evolución, se hizo presente el temor a lo desconocido. Conforme pasaban los días mi estado físico era mejor, pero descubrí que hay otras cosas de las que nadie habla que duelen más, otros puntos que no consideramos y que son tan curativos como las medicinas.

Mientras mi cuerpo luchaba por erradicar la enfermedad descubrí que ningún caso es igual, el mío fue leve, tuve la fortuna de un diagnóstico casi inmediato y de atención oportuna que me permitió refugiarme en cuatro paredes dentro de mi casa. Sin embargo, durante esos días de refugio era inevitable pensar en el número de contagios que incrementarían por irresponsabilidad.

Durante los últimos días del año mis redes sociales se llenaron de historias con gente en fiestas multitudinarias, comercios abarrotados sin la menor medida, personas en la playa, aeropuertos atascados y si yo que tomé medidas de resguardo acabé enferma, ¿cuántos que siguen sin creer en el tema o sin acatar lo mínimo como el uso de cubrebocas no terminarían igual o peor?

El 2021 llega con esperanza y se ve prometedor por la existencia de una vacuna, pero su alcance con la población al menos en nuestro país, sigue siendo sumamente inferior. Hemos sido el país de América Latina que más vacunas ha aplicado, se ponen alrededor de 4 mil 823 dosis diarias, pero aún así, considerando el tamaño de nuestra población, a este ritmo tardaríamos más de 14 años en inmunizar tan sólo al 20% de los mexicanos.

Les comparto el dato anterior porque los esfuerzos de cuidado conjunto no tendrían que disminuir. En países como Singapur además de medidas drásticas por parte de las autoridades, existe una gran conciencia social. Cuidar de todos no es una tarea de solidaridad, es una obligación. Hay sacrificios como el contacto social y compartir momentos de esparcimiento con otros, pero no valoras cuán necesarios son hasta que no te pasa, hasta que no sientes el temor de perder a alguien o la angustia de no saber si todo en tu vida podrá seguir igual, si podrás volver a disfrutar de los aspectos más básicos del día a día. No entiendes la necesidad de exagerar hasta que no pierdes algo tan simple como el olor o el sabor de lo que más disfrutas en las mañanas.

Cuando estás enfermo sufre tu cuerpo, puedes llegar a tener todo tipo de malestares e incluso hay quienes pierden la vida, pero hay dolores que sufren los que están a tu alrededor, si quien padece la enfermedad tiene miedo, aquellos que le cuidan sufren mucho más, porque ni siquiera pueden entender qué pasa con el otro. El aislamiento total es terrible, pero aún más terrible es no saber si la persona que amas va a salir del cuadro, tener que esperar afuera de un hospital sin siquiera una llamada. Con el temor de que el único aviso que recibas es el de un deceso. Sin tener un adiós o palabras finales de cariño.

Esta pandemia nos sigue mostrando diversos rostros, pero también nos recuerda que la solidaridad puede restaurar el alma, que para muchos enfermos y las familias sí ayudan las palabras de aliento, que compartir con otros puede darnos más de lo que estamos dejando ir, que extremar cuidados no es una exageración sino algo vital y que si queremos salir adelante tenemos que ser más empáticos y menos egoístas.

No todos pueden quedarse en casa, pero todos sí podemos aportar positivamente algo a la vida de los demás, hay acciones sencillas pero que suman demasiado, comienza por consumir productos locales en lugar de los importados, procura comprar los comestibles a productores en mercados, recuerda no realizar reuniones o trasladarte a otros puntos si no es verdaderamente necesario. Sigue todas las recomendaciones de las autoridades, pese a que las autoridades no las sigan. Confiemos en que nuestros gobiernos tomarán las decisiones que consideren convenientes, pero hay recomendaciones universales y de sentido común que podemos seguir sin que alguien más las imponga o diga. Cuidarnos es responsabilidad de todos.

E-mail:

zairosas.22@gmail.com

ÚLTIMASCOLUMNAS