/ viernes 2 de noviembre de 2018

La vida es muy breve

Una verdad que fulgura por su fría evidencia sostiene que todos nos vamos a morir. No hay más, a la vuelta de la vida a todos nos espera la muerte. Yo, tú, él, nosotros, ustedes y ellos; a todos nos va a alcanzar la muerte. Y más que emprender una loca carrera para escondernos de ella, hay que saber esperarla. Qué más da, de cualquier modo, nos va a alcanzar. Pero, esto que suena tan sencillo genera miedo. No es fácil comprenderlo. Por eso para los antiguos el arte de la vida era aprender a morir, y el único valor de la sabiduría era entenderla como una meditación para la muerte.

Y es que no queda de otra, ante una cuestión inevitable como la muerte, no hay mayor razón que encontrarle a la vida su sentido más noble para que, así nuestra salida definitiva de este mundo se vea revestida por una causa justa, y dar lugar a la inmortalidad; la que se empieza a vivir desde ahora, siendo ya, pero todavía no, caminantes del paraíso.

Algunos han aconsejado dejar de pensar en la muerte y pensar en la inmortalidad, lo cual puede notarse como una consolación ante la brevedad de la vida o como una prolongación sin más de la vida, la cual siempre resulta breve. Pensar en la inmortalidad no suprime el hecho de la muerte, si a acaso lo somete, pero no lo atenúa.

Es cierto que, pensando en la muerte, a todos nos resulta más fácil darle su justo valor a la vida, éste es uno de los primeros principios: “Hay realidades que, si bien no existen realmente, sólo las valoramos como ausencia”, esto aplica para la muerte, la cual no existe, pero como ausencia de la vida nos permite valorarla como la única oportunidad en este mundo de prolongarnos sin final.

¿Será que hayamos entendido en qué consiste vivir?, posiblemente quien alcance una comprensión verdadera de la vida y la grandeza que ésta comporta no se permitiría estar en el mundo por estar, sin ser. Quien entiende la honda sacralidad de la vida no camina de prisa, se detiene a pensar ¿por qué tanta urgencia? Tampoco anda por la vida con la nostalgia de los grandes puestos, tras los carros de los faraones que esclavizan y queriendo ser el poderoso jinete. Quien entiende la brevedad de la vida es un compañero de camino. Al cabo, si la vida es breve, es mejor caminar con el otro, en la tranquilidad de un camino cuyo final nos cogerá por sorpresa. La vida es un viaje a la eternidad, sólo de ida, no podemos limitarla a una carrera de encostalados o de relevos, en el peor de los casos.



Una verdad que fulgura por su fría evidencia sostiene que todos nos vamos a morir. No hay más, a la vuelta de la vida a todos nos espera la muerte. Yo, tú, él, nosotros, ustedes y ellos; a todos nos va a alcanzar la muerte. Y más que emprender una loca carrera para escondernos de ella, hay que saber esperarla. Qué más da, de cualquier modo, nos va a alcanzar. Pero, esto que suena tan sencillo genera miedo. No es fácil comprenderlo. Por eso para los antiguos el arte de la vida era aprender a morir, y el único valor de la sabiduría era entenderla como una meditación para la muerte.

Y es que no queda de otra, ante una cuestión inevitable como la muerte, no hay mayor razón que encontrarle a la vida su sentido más noble para que, así nuestra salida definitiva de este mundo se vea revestida por una causa justa, y dar lugar a la inmortalidad; la que se empieza a vivir desde ahora, siendo ya, pero todavía no, caminantes del paraíso.

Algunos han aconsejado dejar de pensar en la muerte y pensar en la inmortalidad, lo cual puede notarse como una consolación ante la brevedad de la vida o como una prolongación sin más de la vida, la cual siempre resulta breve. Pensar en la inmortalidad no suprime el hecho de la muerte, si a acaso lo somete, pero no lo atenúa.

Es cierto que, pensando en la muerte, a todos nos resulta más fácil darle su justo valor a la vida, éste es uno de los primeros principios: “Hay realidades que, si bien no existen realmente, sólo las valoramos como ausencia”, esto aplica para la muerte, la cual no existe, pero como ausencia de la vida nos permite valorarla como la única oportunidad en este mundo de prolongarnos sin final.

¿Será que hayamos entendido en qué consiste vivir?, posiblemente quien alcance una comprensión verdadera de la vida y la grandeza que ésta comporta no se permitiría estar en el mundo por estar, sin ser. Quien entiende la honda sacralidad de la vida no camina de prisa, se detiene a pensar ¿por qué tanta urgencia? Tampoco anda por la vida con la nostalgia de los grandes puestos, tras los carros de los faraones que esclavizan y queriendo ser el poderoso jinete. Quien entiende la brevedad de la vida es un compañero de camino. Al cabo, si la vida es breve, es mejor caminar con el otro, en la tranquilidad de un camino cuyo final nos cogerá por sorpresa. La vida es un viaje a la eternidad, sólo de ida, no podemos limitarla a una carrera de encostalados o de relevos, en el peor de los casos.