/ viernes 29 de marzo de 2019

Las cartas del perdón

A inicios de esta semana se fue configurando la nota, primero se hizo alusión a unas misivas exigiendo una disculpa por la Conquista. Después se jugó con la existencia física de las mismas. Luego hubo respuesta por parte de los destinatarios de las cartas y, así, hasta que se filtraron y aparecieron..., toda una odisea que nos tuvo al borde de la butaca por media semana. Algo de la más elevada diplomacia terminó en ocurrencia.

No podemos juzgar un hecho de hace siglos, con las categorías que tenemos ahora. No podemos aplicar los mismos parámetros para juzgarlo; es anacrónico, irreverente, fuera de lugar. No hay marco que sirva de referencia para hacerlo. ¿Con qué objeto?, ¿para qué?, ¿en qué construye la soberanía nacional?, ¿abona a resolver los problemas agudos del país?

Un crimen nunca podrá ser defendido, y la Iglesia aun antes de las cartas retroactivas del perdón, ya se había expresado avergonzada por las faltas que se habían cometido con los pueblos originarios. No es algo nuevo, los últimos pontífices lo han hecho, han dado la cara y han ofrecido disculpas a nombre de la institución, en un gesto reverente y esperanzador.

La tarea política no se puede reducir a estar hurgando en el pasado lo que ha sucedido y a buscar culpables por todos lados, eso es un mal síntoma. ¡Cruento desperdicio!, la tarea política va más allá. Y lejos de buscar fuera los responsables que están dentro, tal parece que las cartas del perdón tendrían como destinatarios a todos los mexicanos, encabezados por los servidores públicos. Que no se pueden pasar el ejercicio de su poder enviando cartas a diestra y siniestra, señalando y responsabilizando, cuando las urgencias de este país constituyen verdaderas emergencias, dignas de ser atendidas cuanto antes y con las políticas públicas correctas.

Ya no estamos en condiciones de volver al pasado, como en la cadena interminable, con tal de ir tras todos los que nos la deben para buscar que nos la paguen. Eso sería igual a vivir de las rentas de un pasado del que no nos hemos querido liberar; un pasado que no se ha querido ventilar para ser sanado.

Estamos en el tiempo del esfuerzo, de la belleza, de la liberalidad, del amor y del futuro. En el tiempo que abre paso a la esperanza no para crear muros contra los enemigos, sino para abrir los brazos fuertes a los amigos, para caminar del lado de aquellos que elevan nuestros ideales y nos animan a caminar con pasión; es el tiempo del esfuerzo.

A inicios de esta semana se fue configurando la nota, primero se hizo alusión a unas misivas exigiendo una disculpa por la Conquista. Después se jugó con la existencia física de las mismas. Luego hubo respuesta por parte de los destinatarios de las cartas y, así, hasta que se filtraron y aparecieron..., toda una odisea que nos tuvo al borde de la butaca por media semana. Algo de la más elevada diplomacia terminó en ocurrencia.

No podemos juzgar un hecho de hace siglos, con las categorías que tenemos ahora. No podemos aplicar los mismos parámetros para juzgarlo; es anacrónico, irreverente, fuera de lugar. No hay marco que sirva de referencia para hacerlo. ¿Con qué objeto?, ¿para qué?, ¿en qué construye la soberanía nacional?, ¿abona a resolver los problemas agudos del país?

Un crimen nunca podrá ser defendido, y la Iglesia aun antes de las cartas retroactivas del perdón, ya se había expresado avergonzada por las faltas que se habían cometido con los pueblos originarios. No es algo nuevo, los últimos pontífices lo han hecho, han dado la cara y han ofrecido disculpas a nombre de la institución, en un gesto reverente y esperanzador.

La tarea política no se puede reducir a estar hurgando en el pasado lo que ha sucedido y a buscar culpables por todos lados, eso es un mal síntoma. ¡Cruento desperdicio!, la tarea política va más allá. Y lejos de buscar fuera los responsables que están dentro, tal parece que las cartas del perdón tendrían como destinatarios a todos los mexicanos, encabezados por los servidores públicos. Que no se pueden pasar el ejercicio de su poder enviando cartas a diestra y siniestra, señalando y responsabilizando, cuando las urgencias de este país constituyen verdaderas emergencias, dignas de ser atendidas cuanto antes y con las políticas públicas correctas.

Ya no estamos en condiciones de volver al pasado, como en la cadena interminable, con tal de ir tras todos los que nos la deben para buscar que nos la paguen. Eso sería igual a vivir de las rentas de un pasado del que no nos hemos querido liberar; un pasado que no se ha querido ventilar para ser sanado.

Estamos en el tiempo del esfuerzo, de la belleza, de la liberalidad, del amor y del futuro. En el tiempo que abre paso a la esperanza no para crear muros contra los enemigos, sino para abrir los brazos fuertes a los amigos, para caminar del lado de aquellos que elevan nuestros ideales y nos animan a caminar con pasión; es el tiempo del esfuerzo.