/ miércoles 3 de julio de 2019

Las jacarandas  

En los años 70 del siglo pasado, tenía un amigo, José Francisco, quien vivía en una casona porfiriana de la colonia Roma, en la Ciudad de México, cerca de la Iglesia de la Sagrada Familia. El enorme jardín estaba delimitado por una barda de roca volcánica. Al fondo, unas jacarandas cuando florecían daban al jardín un tono lila encantador. Él junto con su esposa habían procreado cinco hijos varones. Y exactamente frente a su casa vivían unos vecinos que eran sus amigos. Éstos eran padres de cinco bellas niñas, muy bonitas como Maribel su madre, que era originaria de Sinaloa. Se frecuentaban ambas familias, de tal manera que a veces cruzaban la calle para comer todos en la casa de uno de ellos. Juntos festejaban los cumpleaños de los menores, o la Navidad la pasaban al calor de la chimenea de uno u otro. Ambas familias eran de clase media alta. Y la cercanía era tal, que alguna vez en época de vacaciones veraniegas de los niños hicieron un largo viaje por Europa. En otra ocasión el viaje fue en un crucero por el Caribe. Así iban las cosas. Cuando la hija mayor de Maribel, que se llamaba también así, iba a cumplir 12 años, se suscitó un escándalo. Resulta que la señora Maribel y el vecino se habían enamorado y anunciaron a sus respectivas parejas que querían divorciarse, lo que lograron después de diversas negociaciones. El excónyuge de Maribel se regresó a Canadá, que de allá era originario. La esposa de José Francisco se fue a Cancún a atender un hotel que le quedó de la liquidación de la sociedad conyugal. Tanto José Francisco como Maribel se quedaron con la custodia de sus respectivos hijos. Pasado un año del divorcio éstos contrajeron matrimonio civil; por la Iglesia no pudieron ya que ambos lo habían hecho previamente. Él agrandó su casa y ahí cupieron todos. El nuevo matrimonio sólo tuvo una hija: Marijose, como símbolo de unión del nombre y amor de sus padres. Entre los jóvenes privaba una gran armonía ya que eran amigos desde muy pequeños amén que habían asistido a las mismas escuelas. Con el paso de los años no necesitaron ir muy lejos para encontrar novio o novia: entre ellos mismos hallaron lo que querían, tanto, que andando el tiempo y en forma escalonada, terminaron casándose los cinco hijos de José Francisco con las cinco hijas de Maribel. Así, Marijose pasó a tener diez medios hermanos que, su vez, eran cinco cuñados y cinco cuñadas. Ella era la más querida de todos y, también, la mediadora en sus querellas ocasionales. Las añosas jacarandas desde el fondo del jardín seguían dando testimonio del amor que reinaba en aquella casona.


En los años 70 del siglo pasado, tenía un amigo, José Francisco, quien vivía en una casona porfiriana de la colonia Roma, en la Ciudad de México, cerca de la Iglesia de la Sagrada Familia. El enorme jardín estaba delimitado por una barda de roca volcánica. Al fondo, unas jacarandas cuando florecían daban al jardín un tono lila encantador. Él junto con su esposa habían procreado cinco hijos varones. Y exactamente frente a su casa vivían unos vecinos que eran sus amigos. Éstos eran padres de cinco bellas niñas, muy bonitas como Maribel su madre, que era originaria de Sinaloa. Se frecuentaban ambas familias, de tal manera que a veces cruzaban la calle para comer todos en la casa de uno de ellos. Juntos festejaban los cumpleaños de los menores, o la Navidad la pasaban al calor de la chimenea de uno u otro. Ambas familias eran de clase media alta. Y la cercanía era tal, que alguna vez en época de vacaciones veraniegas de los niños hicieron un largo viaje por Europa. En otra ocasión el viaje fue en un crucero por el Caribe. Así iban las cosas. Cuando la hija mayor de Maribel, que se llamaba también así, iba a cumplir 12 años, se suscitó un escándalo. Resulta que la señora Maribel y el vecino se habían enamorado y anunciaron a sus respectivas parejas que querían divorciarse, lo que lograron después de diversas negociaciones. El excónyuge de Maribel se regresó a Canadá, que de allá era originario. La esposa de José Francisco se fue a Cancún a atender un hotel que le quedó de la liquidación de la sociedad conyugal. Tanto José Francisco como Maribel se quedaron con la custodia de sus respectivos hijos. Pasado un año del divorcio éstos contrajeron matrimonio civil; por la Iglesia no pudieron ya que ambos lo habían hecho previamente. Él agrandó su casa y ahí cupieron todos. El nuevo matrimonio sólo tuvo una hija: Marijose, como símbolo de unión del nombre y amor de sus padres. Entre los jóvenes privaba una gran armonía ya que eran amigos desde muy pequeños amén que habían asistido a las mismas escuelas. Con el paso de los años no necesitaron ir muy lejos para encontrar novio o novia: entre ellos mismos hallaron lo que querían, tanto, que andando el tiempo y en forma escalonada, terminaron casándose los cinco hijos de José Francisco con las cinco hijas de Maribel. Así, Marijose pasó a tener diez medios hermanos que, su vez, eran cinco cuñados y cinco cuñadas. Ella era la más querida de todos y, también, la mediadora en sus querellas ocasionales. Las añosas jacarandas desde el fondo del jardín seguían dando testimonio del amor que reinaba en aquella casona.