/ viernes 22 de febrero de 2019

Las neuronas de Dios

Éste es el título que Diego Golombek, biólogo e investigador argentino, con una gran trayectoria de divulgador de la ciencia da a su libro, que a modo de subtítulo lo presenta como: “Una neurociencia de la religión, la espiritualidad y la luz al final del túnel”. Efectivamente, es un ensayo que propone cambiar la tradicional lucha de la ciencia contra la religión. Hay que cambiar las preposiciones, dice Golombek: Ya no la ciencia versus la religión, sino “la ciencia de la religión”. Porque está demostrado que las creencias religiosas, lo sobrenatural y toda forma de misticismo, provienen de estructuras cerebrales que responden a una activación intrínseca o extrínseca. Varios autores afirman que el ser humano es capaz de acceder a una realidad distinta que la llaman, primera que es la realidad cotidiana. “Esta segunda realidad —dice Francisco J. Rubia, en su ensayo La Conexión Divina— es a la que llega en el éxtasis místico o experiencia de trascendencia, a la que han aspirado los humanos en todas las épocas”.

Sabater plantea la cuestión de estas dos realidades que coexisten en el ser humano de la siguiente forma: “Cada uno de nosotros vive sometido a las urgencias de lo cotidiano, a la ínfima batalla por sobrevivir y medrar, buscando el pequeño placer para el día y el de la noche… Pero también somos criaturas metafísicas y de vez en cuando al trasluz de la rutina, nos asaltan preguntas qué va a ser de nosotros… ese algo en el hombre que no le debe vasallaje al sol, que reclama ideas o leyendas de magnitud cósmica. También Freud en su Interpretación de los sueños —citado por F. Rubia—, divide el pensamiento humano en dos procesos psíquicos diferentes, que denominó proceso primario y secundario. “El primero son pensamientos contradictorios no tienden a sustituirse, sino permanecen yuxtapuestos; es el pensamiento onírico, producto de un primitivo aparato psíquico”. El segundo es el pensamiento analítico–racional al que estamos acostumbrados. Jung también coincide en estas dos formas de pensar.

Existe pues, una confluencia en que nuestra psique, producto de un proceso larguísimo de evolución que ha “cableado” nuestro cerebro para tener esa disposición a las creencias sobrenaturales y religiosas. Golombek describe un hipotético fenómeno que podría ser el principio de la selección natural: dos homínidos se enfrentan a algo invisible entre la maleza, uno cree en algo sobrenatural y huye; el otro espera comprobar de qué se trata y muere aplastado por el dinosaurio. Y el que queda, sobrevive y será el que prolongará la especie. He visto dos fenómenos parecidos por sobrevivir. Una gallina con sus polluelos de apenas ocho o diez días de nacidos, que cuando pasa un gavilán y lanza su chillido amenazador la gallina alza sus alas, protege a los pollitos y corren hacia plantas que los protejan. Lo más seguro es que la gallina nunca ha visto a un gavilán, mucho menos los pollitos. Pasaron por la televisión una parvada de miles de estorninos que emigran de Europa central hasta Israel, que en perfecta sincronía dibujan diversas figuras en su vuelo, la conductora del programa aclara que se sabe porqué lo hacen (que es para confundir a otra ave predadora que los ataca), pero no sabemos cómo lo hacen. Mismo espectáculo nos ofrecen los cardúmenes.

Carl Sagan explica en su libro Los Demonios del Eden, la evolución de nuestro cerebro, desde el cerebro animal, el límbico (el de las emociones) hasta la formación del neocortex, producto del larguísimo periodo evolutivo, sin desechar el anterior, coincidiendo con otros investigadores que catalogan al cerebro como el órgano de la sobrevivencia. Empatando estos conceptos con los de la dualidad de nuestro pensamiento antes descrito, arribamos a la conclusión de que la mente no es otra cosa que la visión subjetiva de procesos objetivos que tienen lugar en nuestro cerebro. La neurofisiología intenta averiguar dónde se encuentra aquellas áreas que dan lugar a las experiencias místicas y sobrenaturales. En Estados Unidos la llaman neuroteología. Otro capítulo extenso y bastante interesante, que es la influencia de las drogas en la función cerebral y en los fenómenos religiosos productoras del éxtasis. Las endorfinas, hormona parecida a la morfina, producidas por el cerebro, cuya función principalmente es analgésica y pueden también producir euforia y estados placenteros alterados de conciencia. En última instancia nuestra conducta y nuestro pensamiento está regido por la química. Hasta en forma coloquial una relación interpersonal se dice si hay química o no la hay, según existía empatía o no con tal persona. Así pues, en última instancia, somos química.

Éste es el título que Diego Golombek, biólogo e investigador argentino, con una gran trayectoria de divulgador de la ciencia da a su libro, que a modo de subtítulo lo presenta como: “Una neurociencia de la religión, la espiritualidad y la luz al final del túnel”. Efectivamente, es un ensayo que propone cambiar la tradicional lucha de la ciencia contra la religión. Hay que cambiar las preposiciones, dice Golombek: Ya no la ciencia versus la religión, sino “la ciencia de la religión”. Porque está demostrado que las creencias religiosas, lo sobrenatural y toda forma de misticismo, provienen de estructuras cerebrales que responden a una activación intrínseca o extrínseca. Varios autores afirman que el ser humano es capaz de acceder a una realidad distinta que la llaman, primera que es la realidad cotidiana. “Esta segunda realidad —dice Francisco J. Rubia, en su ensayo La Conexión Divina— es a la que llega en el éxtasis místico o experiencia de trascendencia, a la que han aspirado los humanos en todas las épocas”.

Sabater plantea la cuestión de estas dos realidades que coexisten en el ser humano de la siguiente forma: “Cada uno de nosotros vive sometido a las urgencias de lo cotidiano, a la ínfima batalla por sobrevivir y medrar, buscando el pequeño placer para el día y el de la noche… Pero también somos criaturas metafísicas y de vez en cuando al trasluz de la rutina, nos asaltan preguntas qué va a ser de nosotros… ese algo en el hombre que no le debe vasallaje al sol, que reclama ideas o leyendas de magnitud cósmica. También Freud en su Interpretación de los sueños —citado por F. Rubia—, divide el pensamiento humano en dos procesos psíquicos diferentes, que denominó proceso primario y secundario. “El primero son pensamientos contradictorios no tienden a sustituirse, sino permanecen yuxtapuestos; es el pensamiento onírico, producto de un primitivo aparato psíquico”. El segundo es el pensamiento analítico–racional al que estamos acostumbrados. Jung también coincide en estas dos formas de pensar.

Existe pues, una confluencia en que nuestra psique, producto de un proceso larguísimo de evolución que ha “cableado” nuestro cerebro para tener esa disposición a las creencias sobrenaturales y religiosas. Golombek describe un hipotético fenómeno que podría ser el principio de la selección natural: dos homínidos se enfrentan a algo invisible entre la maleza, uno cree en algo sobrenatural y huye; el otro espera comprobar de qué se trata y muere aplastado por el dinosaurio. Y el que queda, sobrevive y será el que prolongará la especie. He visto dos fenómenos parecidos por sobrevivir. Una gallina con sus polluelos de apenas ocho o diez días de nacidos, que cuando pasa un gavilán y lanza su chillido amenazador la gallina alza sus alas, protege a los pollitos y corren hacia plantas que los protejan. Lo más seguro es que la gallina nunca ha visto a un gavilán, mucho menos los pollitos. Pasaron por la televisión una parvada de miles de estorninos que emigran de Europa central hasta Israel, que en perfecta sincronía dibujan diversas figuras en su vuelo, la conductora del programa aclara que se sabe porqué lo hacen (que es para confundir a otra ave predadora que los ataca), pero no sabemos cómo lo hacen. Mismo espectáculo nos ofrecen los cardúmenes.

Carl Sagan explica en su libro Los Demonios del Eden, la evolución de nuestro cerebro, desde el cerebro animal, el límbico (el de las emociones) hasta la formación del neocortex, producto del larguísimo periodo evolutivo, sin desechar el anterior, coincidiendo con otros investigadores que catalogan al cerebro como el órgano de la sobrevivencia. Empatando estos conceptos con los de la dualidad de nuestro pensamiento antes descrito, arribamos a la conclusión de que la mente no es otra cosa que la visión subjetiva de procesos objetivos que tienen lugar en nuestro cerebro. La neurofisiología intenta averiguar dónde se encuentra aquellas áreas que dan lugar a las experiencias místicas y sobrenaturales. En Estados Unidos la llaman neuroteología. Otro capítulo extenso y bastante interesante, que es la influencia de las drogas en la función cerebral y en los fenómenos religiosos productoras del éxtasis. Las endorfinas, hormona parecida a la morfina, producidas por el cerebro, cuya función principalmente es analgésica y pueden también producir euforia y estados placenteros alterados de conciencia. En última instancia nuestra conducta y nuestro pensamiento está regido por la química. Hasta en forma coloquial una relación interpersonal se dice si hay química o no la hay, según existía empatía o no con tal persona. Así pues, en última instancia, somos química.