/ miércoles 17 de julio de 2019

Las vaciladas como cortina de humo





Es increíble observar cómo se pueden armar teatros para distraer la atención nacional con el propósito de ocultar temas que en realidad importan a los mexicanos, como la intempestiva salida del secretario Carlos Manuel Urzúa Martínez, que puso en evidencia el inadecuado manejo de la economía del país; el tufo de corrupción en el que está involucrado el exsúper delegado federal en Jalisco, con el negocio de medicamentos por su empresa al sector Salud federal y a varios estados; el problema migratorio en la frontera sur, convertido casi en crisis humanitaria; el escándalo de la reforma a la Constitución en Baja California, para que el gobernador electo Jaime Bonilla amplíe de dos a cinco años el plazo para el que fue electo y, desde luego, el problema de la violencia e inseguridad en el país. El distractor que se ocupa para desviar la atención es nada menos que Javier Duarte de Ochoa, exgobernador de Veracruz, que junto con su antecesor Fidel Herrera Beltrán, son principales responsables de la quiebra financiera del estado. Duarte purga una insignificante condena en prisión gracias a un juicio abreviado en el que se declaró culpable de algunos de los muchos delitos de los que fue acusado, modificándose el de lavado de dinero de procedencia ilícita y por lo cual solamente fue sentenciado a una condena de nueve años de prisión (que la van a reducir seguramente “por buena conducta”), ahora salta a la palestra para revelar que no fue detenido en Guatemala, como se señaló en su momento, que en realidad se trató de una entrega pactada con el entonces secretario de Gobernación y ahora senador Miguel Ángel Osorio Chong, quien debió ser autorizado por el expresidente Enrique Peña Nieto, a cambio de que la entonces Procuraduría General de la República (PGR) dejara de acosar a su familia, entendible aunque no legal y, según sus dichos, para que obtuviera buen trato de las autoridades en su proceso. ¿Tiene caso su hiperactividad mediática si, como resultado de esos acuerdos, muy pronto obtendría su libertad? ¿Para “lavar su dignidad”? Desde luego que no. La explicación lógica es que se prestó a hacer ese show como una cortina de humo o señuelo para que los ciudadanos sean atrapados en su historia de que fue víctima de persecución política de Chong y, después, del exencargado de la PGR, Alberto Elías Beltrán, a quien acusa de haberlo extorsionado. Nadie en su sano juicio puede creer estas historias truculentas, y menos que el estado de Veracruz, sus finanzas, se encuentren en una lamentable situación financiera, endeudado hasta las cachas, debido al desvío de recursos y corrupción que documentó la Auditoría Superior de la Federación (ASF) y por lo cual JDO fue denunciado, lo mismo que varios miembros de su gabinete, a quienes no se les ha sometido a proceso. Ahora podría resultar que hasta una disculpa tendría que ofrecerse a Javier Duarte por todas las infamias que se habrían inventado en su contra. Pero, regresando al tema inicial, el asunto importante es lo que el nuevo régimen comienza a padecer los mismos síntomas de la enfermedad del régimen al que trata de sepultar. Así las cosas.





Es increíble observar cómo se pueden armar teatros para distraer la atención nacional con el propósito de ocultar temas que en realidad importan a los mexicanos, como la intempestiva salida del secretario Carlos Manuel Urzúa Martínez, que puso en evidencia el inadecuado manejo de la economía del país; el tufo de corrupción en el que está involucrado el exsúper delegado federal en Jalisco, con el negocio de medicamentos por su empresa al sector Salud federal y a varios estados; el problema migratorio en la frontera sur, convertido casi en crisis humanitaria; el escándalo de la reforma a la Constitución en Baja California, para que el gobernador electo Jaime Bonilla amplíe de dos a cinco años el plazo para el que fue electo y, desde luego, el problema de la violencia e inseguridad en el país. El distractor que se ocupa para desviar la atención es nada menos que Javier Duarte de Ochoa, exgobernador de Veracruz, que junto con su antecesor Fidel Herrera Beltrán, son principales responsables de la quiebra financiera del estado. Duarte purga una insignificante condena en prisión gracias a un juicio abreviado en el que se declaró culpable de algunos de los muchos delitos de los que fue acusado, modificándose el de lavado de dinero de procedencia ilícita y por lo cual solamente fue sentenciado a una condena de nueve años de prisión (que la van a reducir seguramente “por buena conducta”), ahora salta a la palestra para revelar que no fue detenido en Guatemala, como se señaló en su momento, que en realidad se trató de una entrega pactada con el entonces secretario de Gobernación y ahora senador Miguel Ángel Osorio Chong, quien debió ser autorizado por el expresidente Enrique Peña Nieto, a cambio de que la entonces Procuraduría General de la República (PGR) dejara de acosar a su familia, entendible aunque no legal y, según sus dichos, para que obtuviera buen trato de las autoridades en su proceso. ¿Tiene caso su hiperactividad mediática si, como resultado de esos acuerdos, muy pronto obtendría su libertad? ¿Para “lavar su dignidad”? Desde luego que no. La explicación lógica es que se prestó a hacer ese show como una cortina de humo o señuelo para que los ciudadanos sean atrapados en su historia de que fue víctima de persecución política de Chong y, después, del exencargado de la PGR, Alberto Elías Beltrán, a quien acusa de haberlo extorsionado. Nadie en su sano juicio puede creer estas historias truculentas, y menos que el estado de Veracruz, sus finanzas, se encuentren en una lamentable situación financiera, endeudado hasta las cachas, debido al desvío de recursos y corrupción que documentó la Auditoría Superior de la Federación (ASF) y por lo cual JDO fue denunciado, lo mismo que varios miembros de su gabinete, a quienes no se les ha sometido a proceso. Ahora podría resultar que hasta una disculpa tendría que ofrecerse a Javier Duarte por todas las infamias que se habrían inventado en su contra. Pero, regresando al tema inicial, el asunto importante es lo que el nuevo régimen comienza a padecer los mismos síntomas de la enfermedad del régimen al que trata de sepultar. Así las cosas.