/ miércoles 10 de noviembre de 2021

Los derechos del hombre y del ciudadano

Varios colegas han comentado recientemente sobre que discutir la forma en la que deben hacerse realidad los derechos de las personas es un debate que debe mantenerse vivo y abierto, aún cuando existan voces con las que no coincidimos.

La Declaración de los Derechos Humanos del Hombre y del Ciudadano publicada por la revolucionaria Asamblea Nacional Constituyente de Francia, en 1989, es un documento escrito a dos manos, la de Thomas Jefferson y la del Márques de La Fayette e inspirado en las ideas de la ilustración. Se trata de un documento que ha tenido una influencia muy importante en el desarrollo de los conceptos de libertad individual y de democracia en todo el mundo.

Esta declaración pertenece a una estirpe de documentos históricos con los que comparte su ADN, un cierto aire de familia y entre los que están la Declaración de Independencia de Estados Unidos, en la que también Thomas Jefferson tuvo una participación eminente, y desde luego, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU de 1948, por citar sólo a los más conocidos.

Múltiples documentos fundacionales de un gran número de países declaraciones de independencia, constituciones, cartas de derechos y otros, están inspirados en este linaje de textos históricos que han tratado a lo largo de muchos siglos de establecer un conjunto, un cuerpo de derechos que son inseparables de lo humano y que son la base de la defensa de las personas ante los abusos de los poderosos.

Son el cimiento de las libertades de todos nosotros, de la libertad de expresión, la libertad de culto, y en términos más generales, de la libertad de cada uno de perseguir nuestra propia felicidad.

Son los ideales a los que aspiramos muchos y representan el parámetro con el que valoramos si existe justicia o no en las acciones de los dirigentes políticos y sobre cómo esas acciones determinan la legitimidad democrática de los gobiernos. Toda la construcción política, social, legal, histórica y cultural que ha llevado a establecer derechos básicos ha sido desde luego, revisada y adaptada a nuevos tiempos y a nuevas realidades. De ahí se han abierto discusiones sobre los derechos llamados de segunda y tercera generación, y que son precisamente eso, generaciones que parten de un antepasado común.

En años recientes se ha presentado un debate sobre la pertinencia o no de estos derechos humanos de segunda o tercera generación.

Sobre si los derechos humanos han “individualizado” en extremo a las personas y nos han hecho perder “humanidad”. Esta visión crítica de la construcción histórica de los derechos humanos propone que esta deshumanización individualista se origina entre otras causas a la globalización del comercio, a la confianza ciega en la ciencia, al multiculturalismo que abre el camino libre a la migración, al avance de las tecnologías de la información y los algoritmos del big data, y desde luego, a las políticas económicas neoliberales.

Un ejemplo de esta crítica es el escritor Grégor Puppinck, representante del Vaticano ante los comités de expertos del Consejo de Europa, es autor del libro Mi deseo es la ley. Los derechos del hombre sin naturaleza, en donde expone algunas ideas que definen una de las vertientes de la crítica a los derechos humanos y a movimientos como el feminismo y en específico, al movimiento a favor de la libertad de las mujeres a interrumpir su embarazo. Grégor Puppinck propone como solución a los nuevos derechos individualistas y deshumanizantes al abandono de la voluntad de las persona en favor del ser, el preferir otro bien a nosotros mismos, ejercitar la caridad.

Una crítica menos sofisticada a los derechos humanos pero quizá inspirada en visiones conservadoras como las de Puppinck, viene de líderes políticos populistas que se han montado en la ola de la crítica revisionista de los derechos humanos de tres generaciones para consolidar su apoyo político promoviendo la desconfianza o la franca condena de la sociedad a la ciencia, el libre mercado, la libre migración, la libre expresión, y los derechos de las mujeres y de las minorías a partir de enfatizar la idea de que hay un “pueblo” opuesto a una “élite” y que esos derechos son una expresión de la dominación del pueblo por la élite.

Pero cuando la discusión se suprime desde el poder y desde ahí se pretende imponer una visión única sobre los derechos de las personas, una visión que cancela de antemano la legitimidad de movimientos como el feminismo, el ambientalismo, a los mismos derechos humanos y la protección de los animales, estamos frente a lo que precisamente motivó a los revolucionarios franceses a publicar la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano; la necesidad de reafirmar la libertad de los individuos y de prevenir los abusos desde el poder.

Varios colegas han comentado recientemente sobre que discutir la forma en la que deben hacerse realidad los derechos de las personas es un debate que debe mantenerse vivo y abierto, aún cuando existan voces con las que no coincidimos.

La Declaración de los Derechos Humanos del Hombre y del Ciudadano publicada por la revolucionaria Asamblea Nacional Constituyente de Francia, en 1989, es un documento escrito a dos manos, la de Thomas Jefferson y la del Márques de La Fayette e inspirado en las ideas de la ilustración. Se trata de un documento que ha tenido una influencia muy importante en el desarrollo de los conceptos de libertad individual y de democracia en todo el mundo.

Esta declaración pertenece a una estirpe de documentos históricos con los que comparte su ADN, un cierto aire de familia y entre los que están la Declaración de Independencia de Estados Unidos, en la que también Thomas Jefferson tuvo una participación eminente, y desde luego, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU de 1948, por citar sólo a los más conocidos.

Múltiples documentos fundacionales de un gran número de países declaraciones de independencia, constituciones, cartas de derechos y otros, están inspirados en este linaje de textos históricos que han tratado a lo largo de muchos siglos de establecer un conjunto, un cuerpo de derechos que son inseparables de lo humano y que son la base de la defensa de las personas ante los abusos de los poderosos.

Son el cimiento de las libertades de todos nosotros, de la libertad de expresión, la libertad de culto, y en términos más generales, de la libertad de cada uno de perseguir nuestra propia felicidad.

Son los ideales a los que aspiramos muchos y representan el parámetro con el que valoramos si existe justicia o no en las acciones de los dirigentes políticos y sobre cómo esas acciones determinan la legitimidad democrática de los gobiernos. Toda la construcción política, social, legal, histórica y cultural que ha llevado a establecer derechos básicos ha sido desde luego, revisada y adaptada a nuevos tiempos y a nuevas realidades. De ahí se han abierto discusiones sobre los derechos llamados de segunda y tercera generación, y que son precisamente eso, generaciones que parten de un antepasado común.

En años recientes se ha presentado un debate sobre la pertinencia o no de estos derechos humanos de segunda o tercera generación.

Sobre si los derechos humanos han “individualizado” en extremo a las personas y nos han hecho perder “humanidad”. Esta visión crítica de la construcción histórica de los derechos humanos propone que esta deshumanización individualista se origina entre otras causas a la globalización del comercio, a la confianza ciega en la ciencia, al multiculturalismo que abre el camino libre a la migración, al avance de las tecnologías de la información y los algoritmos del big data, y desde luego, a las políticas económicas neoliberales.

Un ejemplo de esta crítica es el escritor Grégor Puppinck, representante del Vaticano ante los comités de expertos del Consejo de Europa, es autor del libro Mi deseo es la ley. Los derechos del hombre sin naturaleza, en donde expone algunas ideas que definen una de las vertientes de la crítica a los derechos humanos y a movimientos como el feminismo y en específico, al movimiento a favor de la libertad de las mujeres a interrumpir su embarazo. Grégor Puppinck propone como solución a los nuevos derechos individualistas y deshumanizantes al abandono de la voluntad de las persona en favor del ser, el preferir otro bien a nosotros mismos, ejercitar la caridad.

Una crítica menos sofisticada a los derechos humanos pero quizá inspirada en visiones conservadoras como las de Puppinck, viene de líderes políticos populistas que se han montado en la ola de la crítica revisionista de los derechos humanos de tres generaciones para consolidar su apoyo político promoviendo la desconfianza o la franca condena de la sociedad a la ciencia, el libre mercado, la libre migración, la libre expresión, y los derechos de las mujeres y de las minorías a partir de enfatizar la idea de que hay un “pueblo” opuesto a una “élite” y que esos derechos son una expresión de la dominación del pueblo por la élite.

Pero cuando la discusión se suprime desde el poder y desde ahí se pretende imponer una visión única sobre los derechos de las personas, una visión que cancela de antemano la legitimidad de movimientos como el feminismo, el ambientalismo, a los mismos derechos humanos y la protección de los animales, estamos frente a lo que precisamente motivó a los revolucionarios franceses a publicar la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano; la necesidad de reafirmar la libertad de los individuos y de prevenir los abusos desde el poder.