/ miércoles 14 de julio de 2021

Los gobiernos totalitarios siempre fracasan

Cuando el cansancio y el hartazgo se apoderan de la mayor parte de la sociedad, en cualquier momento puede encenderse la chispa que dé lugar a la insurrección, sumándose a las protestas bajo cualquier pretexto de los muchos pendientes que siempre existen en gobiernos totalitarios, por promesas incumplidas de los gobernantes.

Hace tres días comenzaron las protestas en Cuba y lo mismo ha sucedido en otros países latinoamericanos, como Nicaragua, donde con la misma vara que midió el presidente Daniel Ortega a su antecesor, Anastacio Somoza, ahora podría ser medido, dado el cansancio que existe entre los nicaragüenses por el mal gobierno de aquel líder “revolucionario” que lleva una treintena de años al frente del gobierno de su país; y la semana pasada, en circunstancias similares, el presidente de Haití fue cobardemente asesinado por un grupo de sicarios, que ahora se dicen revolucionarios y luchadores sociales.

Lo ocurrido en Cuba no tiene precedente por la longevidad del gobierno que en 1959 entronizó a Fidel Castro y derrocó a Fulgencio Batista, y no se ha visto desde la segunda mitad del siglo pasado hasta nuestros días, un cambio que signifique beneficio social, económico o político para los cubanos, aún contando con el apoyo de una de las principales potencias del mundo como lo fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Las protestas callejeras por el bloqueo de internet en toda la isla, que acabó momentáneamente con las “benditas redes sociales”, pueden ser el inicio de un estallido social que traiga aparejado el derrocamiento del gobierno castrista, más ahora que el líder de la revolución cubana, Fidel Castro, ha fallecido y su hermano Raúl se encuentra retirado de la política y del gobierno en la isla caribeña.

Tampoco en Cuba, con gobiernos improvisados y promesas incumplidas, se ha visto beneficio alguno para su pueblo en lo político, económico o social; esperemos que la sangre no corra por las pintorescas calles de La Habana, porque el daño que se ocasionaría no habría forma de repararlo, si la violencia rebasa a la razón.

Cuando el cansancio y el hartazgo se apoderan de la mayor parte de la sociedad, en cualquier momento puede encenderse la chispa que dé lugar a la insurrección, sumándose a las protestas bajo cualquier pretexto de los muchos pendientes que siempre existen en gobiernos totalitarios, por promesas incumplidas de los gobernantes.

Hace tres días comenzaron las protestas en Cuba y lo mismo ha sucedido en otros países latinoamericanos, como Nicaragua, donde con la misma vara que midió el presidente Daniel Ortega a su antecesor, Anastacio Somoza, ahora podría ser medido, dado el cansancio que existe entre los nicaragüenses por el mal gobierno de aquel líder “revolucionario” que lleva una treintena de años al frente del gobierno de su país; y la semana pasada, en circunstancias similares, el presidente de Haití fue cobardemente asesinado por un grupo de sicarios, que ahora se dicen revolucionarios y luchadores sociales.

Lo ocurrido en Cuba no tiene precedente por la longevidad del gobierno que en 1959 entronizó a Fidel Castro y derrocó a Fulgencio Batista, y no se ha visto desde la segunda mitad del siglo pasado hasta nuestros días, un cambio que signifique beneficio social, económico o político para los cubanos, aún contando con el apoyo de una de las principales potencias del mundo como lo fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Las protestas callejeras por el bloqueo de internet en toda la isla, que acabó momentáneamente con las “benditas redes sociales”, pueden ser el inicio de un estallido social que traiga aparejado el derrocamiento del gobierno castrista, más ahora que el líder de la revolución cubana, Fidel Castro, ha fallecido y su hermano Raúl se encuentra retirado de la política y del gobierno en la isla caribeña.

Tampoco en Cuba, con gobiernos improvisados y promesas incumplidas, se ha visto beneficio alguno para su pueblo en lo político, económico o social; esperemos que la sangre no corra por las pintorescas calles de La Habana, porque el daño que se ocasionaría no habría forma de repararlo, si la violencia rebasa a la razón.