/ viernes 13 de julio de 2018

Los nuevos VII pecados capitales

Por nuevos pecados capitales hacemos referencia a los siete desaciertos de la posmodernidad que ejercen primacía sobre toda una cadena de errores; que cuando los cometemos desafortunadamente estamos en la serie de traspiés que atentan contra la grandeza de nuestra naturaleza humana.

El primer pecado capital de la posmodernidad es “la mentira”. La fidelidad a la palabra dada. El valor tan honorable de mantenerse en lo dicho, son cosas del pasado. Se expresan sentimientos tan nobles que no hacen vibrar. Parece que es mejor “decir por decir” y no vale la pena respaldar con la autenticidad de la vida la palabra que se ha empeñado.

“La imagen” es el segundo pecado capital. Somos testigos de un despiadado e inhumano culto narcisista a la imagen. Al deseo estresante de proyectar “buena imagen”, de acuerdo con los estándares de belleza que se consideran adecuados. El dolor que pesa en todos aquellos que se sienten marginados por no estar de moda ni a la moda. La frustración de quienes se olvidan de sí por ser lo que creen que deberían ser.

“El yaismo”, éste es el tercer pecado. La posmodernidad es una era tremendamente impaciente. No sabemos esperar, no nos gusta esperar. A la hora que salgamos a la calle nos encontramos con autómatas del tiempo, gente en carreras feroces contrarreloj, desesperantes impacientes. Gente que siempre va tarde.

“La superficialidad”, éste es el cuarto pecado que señalamos. La posmodernidad es la era de lo superficial y lo desechable. Es cierto que nada es para siempre, pero de ahí a que los vínculos, las relaciones, las instituciones se consideren superficiales hay mucha distancia. Parece que hay un profundo anhelo de lo esencial.

“La productividad”, el quinto pecado. Es la idea que late en el fondo de muchas personas, ser productivos, ser exitosos, estar siempre en acción. No hay espacio para el deleitante descanso cuando sí para producir, hacer, realizar. Importa la cantidad, no tanto la calidad. “Eres lo que produces”.

“La hiperconexión”, el sexto pecado es “estar siempre en línea”, conectados a las plataformas de la comunicación. Son importantes las relaciones virtuales, no tanto las reales. La realidad se pinta en grises, en la red todo está en alta definición.

“La actualización”, el último pecado es el deseo de estar en lo nuevo. En “el tiempo real”, así sea el desliz de algún actor o la vida privada de un deportista. Parece que hay una sed incandescente de conocer lo nuevo.


Por nuevos pecados capitales hacemos referencia a los siete desaciertos de la posmodernidad que ejercen primacía sobre toda una cadena de errores; que cuando los cometemos desafortunadamente estamos en la serie de traspiés que atentan contra la grandeza de nuestra naturaleza humana.

El primer pecado capital de la posmodernidad es “la mentira”. La fidelidad a la palabra dada. El valor tan honorable de mantenerse en lo dicho, son cosas del pasado. Se expresan sentimientos tan nobles que no hacen vibrar. Parece que es mejor “decir por decir” y no vale la pena respaldar con la autenticidad de la vida la palabra que se ha empeñado.

“La imagen” es el segundo pecado capital. Somos testigos de un despiadado e inhumano culto narcisista a la imagen. Al deseo estresante de proyectar “buena imagen”, de acuerdo con los estándares de belleza que se consideran adecuados. El dolor que pesa en todos aquellos que se sienten marginados por no estar de moda ni a la moda. La frustración de quienes se olvidan de sí por ser lo que creen que deberían ser.

“El yaismo”, éste es el tercer pecado. La posmodernidad es una era tremendamente impaciente. No sabemos esperar, no nos gusta esperar. A la hora que salgamos a la calle nos encontramos con autómatas del tiempo, gente en carreras feroces contrarreloj, desesperantes impacientes. Gente que siempre va tarde.

“La superficialidad”, éste es el cuarto pecado que señalamos. La posmodernidad es la era de lo superficial y lo desechable. Es cierto que nada es para siempre, pero de ahí a que los vínculos, las relaciones, las instituciones se consideren superficiales hay mucha distancia. Parece que hay un profundo anhelo de lo esencial.

“La productividad”, el quinto pecado. Es la idea que late en el fondo de muchas personas, ser productivos, ser exitosos, estar siempre en acción. No hay espacio para el deleitante descanso cuando sí para producir, hacer, realizar. Importa la cantidad, no tanto la calidad. “Eres lo que produces”.

“La hiperconexión”, el sexto pecado es “estar siempre en línea”, conectados a las plataformas de la comunicación. Son importantes las relaciones virtuales, no tanto las reales. La realidad se pinta en grises, en la red todo está en alta definición.

“La actualización”, el último pecado es el deseo de estar en lo nuevo. En “el tiempo real”, así sea el desliz de algún actor o la vida privada de un deportista. Parece que hay una sed incandescente de conocer lo nuevo.