/ viernes 3 de septiembre de 2021

Los privilegiados


Pobre es el que está situado a la orilla del camino, aquel que no tiene un sueño que lo haga despertar enamorado. El que se acomodó al statu quo sin soñar con que esto puede ser mejor. Pobre es quien anda los días de su vida herido, cansado, insatisfecho. Pobre es quien se afana sin saber por qué hace las cosas. Pero no todo está en vías de caos, la esperanza se abre paso firme y decidido cuando el pobre acaricia un sueño, aunque le quieran arrebatar esa oportunidad.

Escuchando y sintiendo la vida de Cristo es posible reconocer que Él era el hombre de las periferias. Es en Él donde se descubre, por fin, la imagen de un Dios que no tiene preferencias al estilo humano. Él no se inclina en favor de los buenos o de los poderosos. Es radicalmente opuesta la imagen del Dios que en su vida se descubre, frente a los estilos de las divinidades de los panteones de las diversas culturas. Él no satisface solamente a los que le ofrecen sacrificios ni a los buenos, o a los fuertes, o a los poderosos. No está de lado de los señores de este mundo. Es el hombre-Dios contraestructural. Sale de los cánones permitidos a los dioses. Su pasión es el Reino, que comporta la gran fuerza de humanización, desplegada en favor de todos, pero, especialmente, en favor de los pobres y excluidos. Es el acceso a la vida verdaderamente humana para todos, especialmente para los que sufren, para los pobres y enfermos. Para los excluidos, para los menos útiles a los ojos del mundo.

Jesús escucha, discierne y descubre que los pobres están cansados de no ser tomados con seriedad. De ser tratados en la impersonalidad de la masa y sin rostro, con un nombre y una historia sagrada. La pobreza se abre paso ante la mezquina pobreza humana, que no hace nada extraordinario cuando ayuda al que puede devolver el favor, o que sólo presta a quien le puede pagar. En la pobreza se ventila lo interesado que es el corazón del hombre, del que sale el bien y el mal.

La Iglesia reconoce que los pobres son una invitación tan antigua y tan nueva de pasar por el mundo con una vida humana, honesta, sencilla. Con una vida verdaderamente cristiana; una vida del Reino. Una vida que sea luz y sal. Denunciando con carácter profético las injusticias y los sistemas fracasados, encarnando una modestia de vida que permita acoger al otro, siendo hermanos, compañeros de camino, caminando junto, encontrándose humana y cálidamente con el otro.


Pobre es el que está situado a la orilla del camino, aquel que no tiene un sueño que lo haga despertar enamorado. El que se acomodó al statu quo sin soñar con que esto puede ser mejor. Pobre es quien anda los días de su vida herido, cansado, insatisfecho. Pobre es quien se afana sin saber por qué hace las cosas. Pero no todo está en vías de caos, la esperanza se abre paso firme y decidido cuando el pobre acaricia un sueño, aunque le quieran arrebatar esa oportunidad.

Escuchando y sintiendo la vida de Cristo es posible reconocer que Él era el hombre de las periferias. Es en Él donde se descubre, por fin, la imagen de un Dios que no tiene preferencias al estilo humano. Él no se inclina en favor de los buenos o de los poderosos. Es radicalmente opuesta la imagen del Dios que en su vida se descubre, frente a los estilos de las divinidades de los panteones de las diversas culturas. Él no satisface solamente a los que le ofrecen sacrificios ni a los buenos, o a los fuertes, o a los poderosos. No está de lado de los señores de este mundo. Es el hombre-Dios contraestructural. Sale de los cánones permitidos a los dioses. Su pasión es el Reino, que comporta la gran fuerza de humanización, desplegada en favor de todos, pero, especialmente, en favor de los pobres y excluidos. Es el acceso a la vida verdaderamente humana para todos, especialmente para los que sufren, para los pobres y enfermos. Para los excluidos, para los menos útiles a los ojos del mundo.

Jesús escucha, discierne y descubre que los pobres están cansados de no ser tomados con seriedad. De ser tratados en la impersonalidad de la masa y sin rostro, con un nombre y una historia sagrada. La pobreza se abre paso ante la mezquina pobreza humana, que no hace nada extraordinario cuando ayuda al que puede devolver el favor, o que sólo presta a quien le puede pagar. En la pobreza se ventila lo interesado que es el corazón del hombre, del que sale el bien y el mal.

La Iglesia reconoce que los pobres son una invitación tan antigua y tan nueva de pasar por el mundo con una vida humana, honesta, sencilla. Con una vida verdaderamente cristiana; una vida del Reino. Una vida que sea luz y sal. Denunciando con carácter profético las injusticias y los sistemas fracasados, encarnando una modestia de vida que permita acoger al otro, siendo hermanos, compañeros de camino, caminando junto, encontrándose humana y cálidamente con el otro.