/ lunes 25 de junio de 2018

Medicina en dramaturgia de Shakespeare

William Shakespeare, el Cisne o el Bardo de Avon, tenía amplio conocimiento de disciplinas ajenas a su quehacer literario, con amplia cultura universal su obra contiene más de 700 referencias médicas, muestras del conocimiento de la medicina de su tiempo. Sus biógrafos han creído que ello se debió a la relación con su yerno, el doctor John May, o por su amistad con el médico Williams Harvey, descubridor de la circulación sanguínea. Sin embargo, no hay fundamentos que expliquen la cultura médica del señor William Shakespeare.

Sus obras aparecieron en el Renacimiento, en la segunda mitad del siglo dieciséis cuando la medicina europea resplandecía. En la obra shakesperiana aparecen ocho médicos, protagonistas importantes en el desarrollo de sus obras.

El escritor describe claramente varios cuadros clínicos. En Medida por medida habla poéticamente de la preñez; “Vuestro hermano y su amante se han abrazado y una vez en tierra las semillas, el tiempo que todo lo hace crecer, transformará un campo maduro en un estado de opulenta abundancia. Así, habrá sucedido que su vientre fértil acuse ya la altura que tiene, con los cuidados del labrador”.

En El rey Lear, la locura la dibuja dramática y, de ahí, Michel Foucault considera a ese trastorno como un verdadero “no ser”. En Enrique IV describe con elegancia un ataque de angina de pecho, el monarca que sufrió sífilis en su juventud, y el cuadro es claramente descrito en la prosa. En El rey Ricardo II hace una objetiva referencia a la menopausia.

En Las alegres comadres de Windsor describe a John Falstaff, gordo, cínico, goloso insensato y muere de una enfermedad con cuadro muy sugestivo de tifoidea. Shakespeare habla de epilepsia, con visión clínica, en Otelo y en Julio César. Menciona las propiedades hipnóticas, de la Mandrágora en Cleopatra y Otelo.

De los narcóticos y venenos se ocupa en Mucho ruido y pocas nueces, analiza las cualidades del Carduus Benedictus, medicamento usado para curar pleuresía, heridas infectadas y mordidas de perro.

En el Renacimiento, se aceptaba que el carácter humano estaba gobernado por uno de cuatro humores, influenciados por los planetas: Colérico, sanguíneo, flemático y melancólico. Shakespeare describe con erudición personalidades clásicas con estos humores: Falstaff, sanguíneo. Otelo, colérico y Hamlet, el célebre príncipe melancólico, objeto de profundos estudios psico-filosóficos a lo largo de 350 años.

Iván Turguénev, escritor ruso (Oriol, 1818-1883), escribió “No hay alguien que no simpatize con Hamlet, porque no se puede negar que el príncipe tiene una o más, de las características psicológica de cualquiera de nosotros”. William Shakespeare fue un ser de elevado sentimiento y mente genial, un inmortal. En esta era actual de deshumanización e incultura rampante progresivas, es un ser desconocido para los jóvenes porque jamás leen y para adultos también, porque casi tampoco, es triste.

hsilva_mendoza@hotmail.com

William Shakespeare, el Cisne o el Bardo de Avon, tenía amplio conocimiento de disciplinas ajenas a su quehacer literario, con amplia cultura universal su obra contiene más de 700 referencias médicas, muestras del conocimiento de la medicina de su tiempo. Sus biógrafos han creído que ello se debió a la relación con su yerno, el doctor John May, o por su amistad con el médico Williams Harvey, descubridor de la circulación sanguínea. Sin embargo, no hay fundamentos que expliquen la cultura médica del señor William Shakespeare.

Sus obras aparecieron en el Renacimiento, en la segunda mitad del siglo dieciséis cuando la medicina europea resplandecía. En la obra shakesperiana aparecen ocho médicos, protagonistas importantes en el desarrollo de sus obras.

El escritor describe claramente varios cuadros clínicos. En Medida por medida habla poéticamente de la preñez; “Vuestro hermano y su amante se han abrazado y una vez en tierra las semillas, el tiempo que todo lo hace crecer, transformará un campo maduro en un estado de opulenta abundancia. Así, habrá sucedido que su vientre fértil acuse ya la altura que tiene, con los cuidados del labrador”.

En El rey Lear, la locura la dibuja dramática y, de ahí, Michel Foucault considera a ese trastorno como un verdadero “no ser”. En Enrique IV describe con elegancia un ataque de angina de pecho, el monarca que sufrió sífilis en su juventud, y el cuadro es claramente descrito en la prosa. En El rey Ricardo II hace una objetiva referencia a la menopausia.

En Las alegres comadres de Windsor describe a John Falstaff, gordo, cínico, goloso insensato y muere de una enfermedad con cuadro muy sugestivo de tifoidea. Shakespeare habla de epilepsia, con visión clínica, en Otelo y en Julio César. Menciona las propiedades hipnóticas, de la Mandrágora en Cleopatra y Otelo.

De los narcóticos y venenos se ocupa en Mucho ruido y pocas nueces, analiza las cualidades del Carduus Benedictus, medicamento usado para curar pleuresía, heridas infectadas y mordidas de perro.

En el Renacimiento, se aceptaba que el carácter humano estaba gobernado por uno de cuatro humores, influenciados por los planetas: Colérico, sanguíneo, flemático y melancólico. Shakespeare describe con erudición personalidades clásicas con estos humores: Falstaff, sanguíneo. Otelo, colérico y Hamlet, el célebre príncipe melancólico, objeto de profundos estudios psico-filosóficos a lo largo de 350 años.

Iván Turguénev, escritor ruso (Oriol, 1818-1883), escribió “No hay alguien que no simpatize con Hamlet, porque no se puede negar que el príncipe tiene una o más, de las características psicológica de cualquiera de nosotros”. William Shakespeare fue un ser de elevado sentimiento y mente genial, un inmortal. En esta era actual de deshumanización e incultura rampante progresivas, es un ser desconocido para los jóvenes porque jamás leen y para adultos también, porque casi tampoco, es triste.

hsilva_mendoza@hotmail.com