/ lunes 5 de febrero de 2018

Mi barrio xalapeño en 1956

A Xalapa siempre la he sentido igual, me refiero a “mi siempre”, al tiempo vivido en ella desde que la conozco, cuando vi mi luz primera y adquirí conciencia. En mi mente están grabadas las primeras imágenes de aquel Xalapa incomparable de cuando fuimos niños los adultos de mi generación.

Actualmente guarda su misma esencia a pesar de los cambios que le ha impreso la evolución social y “el progreso”, destructor de imágenes de provincia y tradición. El entorno climático no cambia en su mística natural, ha variado su poblado físico y humano, labor del hombre.

Cuando fui niño viví en una casona de típico barrio xalapeño que aún perdura aunque no igual, justo abajo del parque Juárez. Recuerdo los atardeceres de esta época, veía desde el “traspatio” el parpadear de aquellos arbotantes, cada uno con cinco focos redondos alumbrando “la  rampa del parque”, eran suaves latidos haciéndose notar con dificultad entre la espesura de la niebla. Imágenes que imbuían mi espíritu infantil de una sensación de regocijo al percibir el pulso de mi ciudad  latiendo con luz de vida propia. Al revivirlas el alma se tonifica, aunque a los años los multiplique el tiempo inexorable.

La tarde de este domingo recordé mi Xalapa de hace sesenta años, caminé de la mano de Graciela, por El Dique, J.J. Herrera (le decíamos la JJ”), rampa del parque Juárez y Zaragoza, contemplé las esquinas donde estuvieron “La jarochita, “El volcán”y “La higiénica”, abarrotes y carnicería donde mi madre obtenía fiado el sustento del día. Empezando la cuesta de “JJ”, “vi” la casa de “Don Lupe”, mercería donde todo había, señor heriático de verdes ojos, de quien la señoras cuchicheaban “es evangelista”. En la esquina, debajo de la terraza del parque, “vi” la imagen del “Bar tío Mickey”´, célebre cantina reducto de papás del barrio que poco tenían que escoger los sábados en la tarde y cuyas tertulias se prolongaban sin límite.

En un instante me sumergí en una ensoñación y escuché “Chiri chiri bon” en la voz de Benny Moré, el cubano de corazón alegre, que inundaban la barriada desde los bailes en la terraza de los fines de semana y donde los chamacos aprendimos a “caderear”, asesorados por jovencitas domésticas que ahí se daban cita. Esto sucedió hace 12 lustros, al recorrer esas calles volví a vivir mi infancia correteando en aquellas callejuelas empedradas, húmedas por la niebla que calentaba nuestro corazón.

Xalapa ha cambiado, nada de lo que vi en esta introspección vespertina de domingo existe ya. Recordar, aceleró mi corazón y oxigenó mi espíritu.

hsilva_mendoza@hotmail.com

A Xalapa siempre la he sentido igual, me refiero a “mi siempre”, al tiempo vivido en ella desde que la conozco, cuando vi mi luz primera y adquirí conciencia. En mi mente están grabadas las primeras imágenes de aquel Xalapa incomparable de cuando fuimos niños los adultos de mi generación.

Actualmente guarda su misma esencia a pesar de los cambios que le ha impreso la evolución social y “el progreso”, destructor de imágenes de provincia y tradición. El entorno climático no cambia en su mística natural, ha variado su poblado físico y humano, labor del hombre.

Cuando fui niño viví en una casona de típico barrio xalapeño que aún perdura aunque no igual, justo abajo del parque Juárez. Recuerdo los atardeceres de esta época, veía desde el “traspatio” el parpadear de aquellos arbotantes, cada uno con cinco focos redondos alumbrando “la  rampa del parque”, eran suaves latidos haciéndose notar con dificultad entre la espesura de la niebla. Imágenes que imbuían mi espíritu infantil de una sensación de regocijo al percibir el pulso de mi ciudad  latiendo con luz de vida propia. Al revivirlas el alma se tonifica, aunque a los años los multiplique el tiempo inexorable.

La tarde de este domingo recordé mi Xalapa de hace sesenta años, caminé de la mano de Graciela, por El Dique, J.J. Herrera (le decíamos la JJ”), rampa del parque Juárez y Zaragoza, contemplé las esquinas donde estuvieron “La jarochita, “El volcán”y “La higiénica”, abarrotes y carnicería donde mi madre obtenía fiado el sustento del día. Empezando la cuesta de “JJ”, “vi” la casa de “Don Lupe”, mercería donde todo había, señor heriático de verdes ojos, de quien la señoras cuchicheaban “es evangelista”. En la esquina, debajo de la terraza del parque, “vi” la imagen del “Bar tío Mickey”´, célebre cantina reducto de papás del barrio que poco tenían que escoger los sábados en la tarde y cuyas tertulias se prolongaban sin límite.

En un instante me sumergí en una ensoñación y escuché “Chiri chiri bon” en la voz de Benny Moré, el cubano de corazón alegre, que inundaban la barriada desde los bailes en la terraza de los fines de semana y donde los chamacos aprendimos a “caderear”, asesorados por jovencitas domésticas que ahí se daban cita. Esto sucedió hace 12 lustros, al recorrer esas calles volví a vivir mi infancia correteando en aquellas callejuelas empedradas, húmedas por la niebla que calentaba nuestro corazón.

Xalapa ha cambiado, nada de lo que vi en esta introspección vespertina de domingo existe ya. Recordar, aceleró mi corazón y oxigenó mi espíritu.

hsilva_mendoza@hotmail.com