/ miércoles 16 de mayo de 2018

Misterios del lenguaje

En ese confuso estado de duermevela, en el que no se está despierto ni completamente dormido, se me presentan visiones que no me asustan sino me asombran e intento describirlas a mí mismo para luego recordarlas. Hace unos días tuve la visión de una galaxia espiral, más bien parecida a una estrella de mar cósmica con sus varias ramificaciones multicolores girando y expandiéndose sin cesar. Al poner atención en los detalles, observo que en esas ramificaciones se desenvolvía una partitura interminable, percatándome que las notas ahí plasmadas no representaban sonidos sino que encriptaban mensajes desconocidos.

Si el pautado se extiende indefinidamente – me dije- entonces debe contener, en forma similar a la Biblioteca de Babel imaginada por Borges, todo lo que es posible escribir y comunicar en un alfabeto finito, como es el de la música representada gráficamente. Aún cuando también contendrá infinidad de sucesiones de símbolos sin sentido alguno, como sería una secuencia de 2 millones de la nota “fa”. Y en alguna parte de ese pentagrama cósmico se encontrarán cifrados en alguna escala musical todos los cuentos y novelas escritos por José Revueltas y sus variantes en las que falte alguna letra en alguna parte, o con páginas sin sentido intercaladas aparentemente al azar. Igualmente estarán ahí codificados todos los libros de matemáticas ya escritos o por escribirse.

Entonces, concluí en mi desvelo, en ese pentagrama está escrita la historia toda del universo y la de cada uno de los individuos de toda especie que alguna vez ha poblado porciones de nuestro planeta.

Infiero pues, que el lenguaje hablado o escrito es una de las más sorprendentes invenciones del hombre pues nos permite expresar una infinitud de “cosas”, desde la descripción de los objetos que pueblan nuestra vida cotidiana hasta las intangibles formas abstractas de la lógica y la matemática.

Ese pentagrama cósmico representaría simbólicamente lo que Laplace alguna vez imaginó: una mente sobrehumana que tendría ante sí el pasado, presente y futuro de todo lo existente. La limitada mente humana sólo podría leer fragmentos del venerable pentagrama galáctico. Y de entre estos, sólo unos pocos tendrían sentido en tanto el interminable pautado contendría en su mayor parte combinaciones sin significado alguno.

¿Y cuáles son las características que dan sentido a las “frases” formadas en cualquier alfabeto finito?

Por una parte debe contar con una dimensión sintáctica bien estructurada, una gramática que defina las expresiones bien formadas, comprensibles, como se da en los lenguajes naturales, en la matemática y en el lenguaje musical, por ejemplo.

Habrá que añadir que las frases así formadas apunten a una realidad fuera de sí mismas: la dimensión semántica. Y esa correspondencia o concordancia entre las palabras y las cosas suscita a su vez un campo problemático, al que muchos pensadores han dedicado su quehacer. Comenzando por el hecho que cualquier expresión lingüística es polisémica, objeto de innumerables interpretaciones según la cultura y contexto en que ocurre. Vienen a mi mente las aportaciones de Noam Chomsky, sus gramáticas generativas inmersas en la dimensión sintáctica, sin dejar de lado la semántica; las obras de Jackobson y su inclinación hacia la semiótica; y —last but not least— una de las obras fundamentales de Michel Foucault: Las palabras y las cosas.

Es en esta última obra donde Foucault alcanza conclusiones que realmente dan pie para iniciar investigaciones en muchas direcciones. Como ésta: “La verdad encuentra su manifestación y su signo en la percepción evidente y definida. Pertenece a las palabras el traducirla, si pueden; ya no tienen derecho a ser su marca, el lenguaje se retira del centro de los seres para entrar en su época de transparencia y neutralidad”. Demoledor golpe a la impostura de la posverdad. Un híbrido bastante ambiguo cuyo significado “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

En ese confuso estado de duermevela, en el que no se está despierto ni completamente dormido, se me presentan visiones que no me asustan sino me asombran e intento describirlas a mí mismo para luego recordarlas. Hace unos días tuve la visión de una galaxia espiral, más bien parecida a una estrella de mar cósmica con sus varias ramificaciones multicolores girando y expandiéndose sin cesar. Al poner atención en los detalles, observo que en esas ramificaciones se desenvolvía una partitura interminable, percatándome que las notas ahí plasmadas no representaban sonidos sino que encriptaban mensajes desconocidos.

Si el pautado se extiende indefinidamente – me dije- entonces debe contener, en forma similar a la Biblioteca de Babel imaginada por Borges, todo lo que es posible escribir y comunicar en un alfabeto finito, como es el de la música representada gráficamente. Aún cuando también contendrá infinidad de sucesiones de símbolos sin sentido alguno, como sería una secuencia de 2 millones de la nota “fa”. Y en alguna parte de ese pentagrama cósmico se encontrarán cifrados en alguna escala musical todos los cuentos y novelas escritos por José Revueltas y sus variantes en las que falte alguna letra en alguna parte, o con páginas sin sentido intercaladas aparentemente al azar. Igualmente estarán ahí codificados todos los libros de matemáticas ya escritos o por escribirse.

Entonces, concluí en mi desvelo, en ese pentagrama está escrita la historia toda del universo y la de cada uno de los individuos de toda especie que alguna vez ha poblado porciones de nuestro planeta.

Infiero pues, que el lenguaje hablado o escrito es una de las más sorprendentes invenciones del hombre pues nos permite expresar una infinitud de “cosas”, desde la descripción de los objetos que pueblan nuestra vida cotidiana hasta las intangibles formas abstractas de la lógica y la matemática.

Ese pentagrama cósmico representaría simbólicamente lo que Laplace alguna vez imaginó: una mente sobrehumana que tendría ante sí el pasado, presente y futuro de todo lo existente. La limitada mente humana sólo podría leer fragmentos del venerable pentagrama galáctico. Y de entre estos, sólo unos pocos tendrían sentido en tanto el interminable pautado contendría en su mayor parte combinaciones sin significado alguno.

¿Y cuáles son las características que dan sentido a las “frases” formadas en cualquier alfabeto finito?

Por una parte debe contar con una dimensión sintáctica bien estructurada, una gramática que defina las expresiones bien formadas, comprensibles, como se da en los lenguajes naturales, en la matemática y en el lenguaje musical, por ejemplo.

Habrá que añadir que las frases así formadas apunten a una realidad fuera de sí mismas: la dimensión semántica. Y esa correspondencia o concordancia entre las palabras y las cosas suscita a su vez un campo problemático, al que muchos pensadores han dedicado su quehacer. Comenzando por el hecho que cualquier expresión lingüística es polisémica, objeto de innumerables interpretaciones según la cultura y contexto en que ocurre. Vienen a mi mente las aportaciones de Noam Chomsky, sus gramáticas generativas inmersas en la dimensión sintáctica, sin dejar de lado la semántica; las obras de Jackobson y su inclinación hacia la semiótica; y —last but not least— una de las obras fundamentales de Michel Foucault: Las palabras y las cosas.

Es en esta última obra donde Foucault alcanza conclusiones que realmente dan pie para iniciar investigaciones en muchas direcciones. Como ésta: “La verdad encuentra su manifestación y su signo en la percepción evidente y definida. Pertenece a las palabras el traducirla, si pueden; ya no tienen derecho a ser su marca, el lenguaje se retira del centro de los seres para entrar en su época de transparencia y neutralidad”. Demoledor golpe a la impostura de la posverdad. Un híbrido bastante ambiguo cuyo significado “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.