/ viernes 14 de mayo de 2021

Mitad poeta, mitad profeta

Nos encontramos en la celebración del Día del Maestro, que en esta ocasión cobra un tono especial por las condiciones en las que han tenido que vérselas muchos maestros y profesionales de la educación, por las nuevas formas de enseñanza a las que la tecnología nos ha empujado sin aviso.

El maestro es el que busca la excelencia, el más, lo máximo, eso es lo que el simple nombre indica. De tal manera que el maestro busca siempre el magis. Es, por definición y naturaleza, un inconforme. Y es que el maestro sabe que la tarea que encarna lo supera por mucho, le exige demasiado y que siempre debe estar en disposición implacable de alcanzar el más al que se ha consagrado.

Ser maestro comporta una vocación sublime. Exige tener algo que enseñar y enseñarlo, con la generosidad de conducir a otros. Necesita un estilo de vida propio, sublime, demandante y a la altura de lo que representa: capaz de guiar mentes inquietas, incontrolables, inteligencias indómitas, sometidas por la fascinación que provoca abrir los ojos y contemplar un mundo. Aunque también mentes cansadas, quemadas, desinteresadas, apáticas. Según sea el caso.

El docente es una persona que trata con personas. Un maestro que se transforma en aprendiz. El que tiene la capacidad de abajarse y se atreve a soñar con utopías. Uno que se sabe necesitado de los otros, con quienes compartir aquello que sabe y por lo que ha apostado su existencia: su conocimiento y su vida. Ya que el verdadero maestro vive sin recetas.

El distintivo fundamental del docente es que tiene la capacidad de enamorar a sus alumnos de aquello que a él ya lo enamoró, de lo que le apasiona. Tratándolos como personas y buscando en todo que éstos alcancen un desarrollo integral, sano, equilibrado. Esa es, precisamente, otra de las urgencias del presente: personas sanas que comuniquen salud; personas en armonía que sean capaces de llevarla a los diferentes espacios en los que se desenvuelvan.

Evitando hacer de ellos repetidores programados de conceptos, teorías y leyes. Docente es el que educa sin disimular y enseña, sobre todo, a aprender. Paradójicamente la mayor enseñanza consiste en capacitar para aprender, para poder pensar con rigor y conciencia recta. El hombre humilde que renuncia a demostrar que está por encima de los neófitos que tiene como alumnos y se esfuerza a tiempo y a destiempo por ayudarlos a subir. El docente, por tanto, no es un funcionario. Es, como alguien ha dicho: “mitad poeta, mitad profeta”.

Nos encontramos en la celebración del Día del Maestro, que en esta ocasión cobra un tono especial por las condiciones en las que han tenido que vérselas muchos maestros y profesionales de la educación, por las nuevas formas de enseñanza a las que la tecnología nos ha empujado sin aviso.

El maestro es el que busca la excelencia, el más, lo máximo, eso es lo que el simple nombre indica. De tal manera que el maestro busca siempre el magis. Es, por definición y naturaleza, un inconforme. Y es que el maestro sabe que la tarea que encarna lo supera por mucho, le exige demasiado y que siempre debe estar en disposición implacable de alcanzar el más al que se ha consagrado.

Ser maestro comporta una vocación sublime. Exige tener algo que enseñar y enseñarlo, con la generosidad de conducir a otros. Necesita un estilo de vida propio, sublime, demandante y a la altura de lo que representa: capaz de guiar mentes inquietas, incontrolables, inteligencias indómitas, sometidas por la fascinación que provoca abrir los ojos y contemplar un mundo. Aunque también mentes cansadas, quemadas, desinteresadas, apáticas. Según sea el caso.

El docente es una persona que trata con personas. Un maestro que se transforma en aprendiz. El que tiene la capacidad de abajarse y se atreve a soñar con utopías. Uno que se sabe necesitado de los otros, con quienes compartir aquello que sabe y por lo que ha apostado su existencia: su conocimiento y su vida. Ya que el verdadero maestro vive sin recetas.

El distintivo fundamental del docente es que tiene la capacidad de enamorar a sus alumnos de aquello que a él ya lo enamoró, de lo que le apasiona. Tratándolos como personas y buscando en todo que éstos alcancen un desarrollo integral, sano, equilibrado. Esa es, precisamente, otra de las urgencias del presente: personas sanas que comuniquen salud; personas en armonía que sean capaces de llevarla a los diferentes espacios en los que se desenvuelvan.

Evitando hacer de ellos repetidores programados de conceptos, teorías y leyes. Docente es el que educa sin disimular y enseña, sobre todo, a aprender. Paradójicamente la mayor enseñanza consiste en capacitar para aprender, para poder pensar con rigor y conciencia recta. El hombre humilde que renuncia a demostrar que está por encima de los neófitos que tiene como alumnos y se esfuerza a tiempo y a destiempo por ayudarlos a subir. El docente, por tanto, no es un funcionario. Es, como alguien ha dicho: “mitad poeta, mitad profeta”.