/ viernes 17 de mayo de 2019

Morena: Nada está escrito de una vez y para siempre

Escrito está en la Biblia: Dios es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia. Escrito está en la palabra de Dios, la fe mueve montañas. Yo sé que AMLO es un juarista que por encima de todo respeta la condición de que somos un estado que no tiene confesionalidad. También sé, y esta columna cree que en su cabeza no hay confusión entre su paz espiritual y la imposición constitucional de gobernar un país que, según las malas experiencias, tenemos que librarle de la influencia de la Iglesia, en este caso en las iglesias. Pero hay que reconocer que frente a los que no hacen más que criticar y que pretenden que el mundo es sólo proyecciones financieras, presupuestos y estudios técnicos está la fuerza absolutamente imparable de la fe, la ilusión y la esperanza.

Todo ha cambiado y naturalmente, para pedir prudencia hay que empezar por arriba, aunque por arriba lo único cierto es que ésta era ha matado la ilusión y la prudencia.

¿Cree usted en los milagros?

Para los enemigos del pueblo y para todos aquellos que desean fervientemente el fracaso de este nuevo régimen, es inevitable recordarles que todo siempre puede empeorar.

Entonces mantengamos la fe. La cuarta transformación es sobre todo un acto de fe.

AMLO se basa en la indudable confianza que se le tiene. En la fe.

A un sector considerable de ciudadanos el tono pararreligioso de sus discursos, sus recurrentes alusiones a Dios, a Jesucristo, a la Biblia, al bien y al mal, a que la verdad es cristiana y la mentira del demonio, nos parecen aberrantes y fuera de lugar; consideramos que atentan contra el laicismo del Estado, contra el discurso secular que debe ser el de la política. Pero es un hecho que el Presidente incluso los utiliza con mayor frecuencia porque el sector laico y secular le interesa un poco, no constituye su base de votantes.

Él se dirige a otro público, al mayoritario, al que cree en los ángeles, en la divina providencia, el que cree contra toda evidencia, que la economía por arte de magia comenzará a repuntar.

Todo es cuestión de tener fe. ¿Qué cada vez hay más muertos? Incrédulos. ¿Qué Pemex cada vez vende menos petróleo? Apóstatas. ¿Qué no tenemos un buen sistema de salud? Herejes. La nave enderezará el rumbo.

Si la religión tiene misterios insondables, ¿por qué no los habría de tener la 4T?

Ya lo dijo AMLO, el año todavía no se acaba, por lo que el pueblo bueno debe hacer dos cosas: no escuchar a las aves de mal agüero y seguir tomando tres veces al día su amlodipino que hace que todo se vea color de rosa.

La popularidad es el resultado del egoísmo de quienes la otorgan. Puede parecer blindada con múltiples capas de teflón, pueden parecer más resistente que el mejor acero, pero sólo dura mientras haya una coincidencia entre los sueños y aspiraciones de la población y las acciones del gobernante. Nada es para siempre.

Y cómo lo comenté en la columna anterior, que haya dos versiones del PND es reflejo del estilo gerencial de AMLO, de la historia como él la ve, López Obrador es un político de acción que gobierna sin planeación, con base en su intuición y en su valoración de las prioridades y los medios para alcanzarlas. Gobierna en nombre del pueblo y asume que entiende sus necesidades.

Por eso al presidente le incomoda los procesos de planeación, las instancias que revisan y autorizan proyectos, las metas y números "fríos y oscuros" que usa la tecnocracia. Para el mandatario el acto de gobernar es hablar, prometer, conectar con la gente, mejorar hoy las condiciones de vida de quienes menos tienen en lugar de trazar metas de largo plazo.

Escrito está en la Biblia: Dios es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia. Escrito está en la palabra de Dios, la fe mueve montañas. Yo sé que AMLO es un juarista que por encima de todo respeta la condición de que somos un estado que no tiene confesionalidad. También sé, y esta columna cree que en su cabeza no hay confusión entre su paz espiritual y la imposición constitucional de gobernar un país que, según las malas experiencias, tenemos que librarle de la influencia de la Iglesia, en este caso en las iglesias. Pero hay que reconocer que frente a los que no hacen más que criticar y que pretenden que el mundo es sólo proyecciones financieras, presupuestos y estudios técnicos está la fuerza absolutamente imparable de la fe, la ilusión y la esperanza.

Todo ha cambiado y naturalmente, para pedir prudencia hay que empezar por arriba, aunque por arriba lo único cierto es que ésta era ha matado la ilusión y la prudencia.

¿Cree usted en los milagros?

Para los enemigos del pueblo y para todos aquellos que desean fervientemente el fracaso de este nuevo régimen, es inevitable recordarles que todo siempre puede empeorar.

Entonces mantengamos la fe. La cuarta transformación es sobre todo un acto de fe.

AMLO se basa en la indudable confianza que se le tiene. En la fe.

A un sector considerable de ciudadanos el tono pararreligioso de sus discursos, sus recurrentes alusiones a Dios, a Jesucristo, a la Biblia, al bien y al mal, a que la verdad es cristiana y la mentira del demonio, nos parecen aberrantes y fuera de lugar; consideramos que atentan contra el laicismo del Estado, contra el discurso secular que debe ser el de la política. Pero es un hecho que el Presidente incluso los utiliza con mayor frecuencia porque el sector laico y secular le interesa un poco, no constituye su base de votantes.

Él se dirige a otro público, al mayoritario, al que cree en los ángeles, en la divina providencia, el que cree contra toda evidencia, que la economía por arte de magia comenzará a repuntar.

Todo es cuestión de tener fe. ¿Qué cada vez hay más muertos? Incrédulos. ¿Qué Pemex cada vez vende menos petróleo? Apóstatas. ¿Qué no tenemos un buen sistema de salud? Herejes. La nave enderezará el rumbo.

Si la religión tiene misterios insondables, ¿por qué no los habría de tener la 4T?

Ya lo dijo AMLO, el año todavía no se acaba, por lo que el pueblo bueno debe hacer dos cosas: no escuchar a las aves de mal agüero y seguir tomando tres veces al día su amlodipino que hace que todo se vea color de rosa.

La popularidad es el resultado del egoísmo de quienes la otorgan. Puede parecer blindada con múltiples capas de teflón, pueden parecer más resistente que el mejor acero, pero sólo dura mientras haya una coincidencia entre los sueños y aspiraciones de la población y las acciones del gobernante. Nada es para siempre.

Y cómo lo comenté en la columna anterior, que haya dos versiones del PND es reflejo del estilo gerencial de AMLO, de la historia como él la ve, López Obrador es un político de acción que gobierna sin planeación, con base en su intuición y en su valoración de las prioridades y los medios para alcanzarlas. Gobierna en nombre del pueblo y asume que entiende sus necesidades.

Por eso al presidente le incomoda los procesos de planeación, las instancias que revisan y autorizan proyectos, las metas y números "fríos y oscuros" que usa la tecnocracia. Para el mandatario el acto de gobernar es hablar, prometer, conectar con la gente, mejorar hoy las condiciones de vida de quienes menos tienen en lugar de trazar metas de largo plazo.