/ miércoles 9 de octubre de 2019

Morena: No sólo es por derecho a decidir

Pues bien, hoy más que nunca, el trabajo periodístico es indispensable para acercar a la ciudadanía a los asuntos públicos, a involucrar a la sociedad en la toma de decisiones, sí, pero con información que permita hacer esta tarea de la mejor manera.

Una vez más me permito hacer la pregunta, ¿dónde está la autoridad?

No importa el partido gobernante, el síndrome ha sido el mismo: los gobernantes no quieren asumir que son Estado.

El Estado, status, está allí para conservar la forma organizativa que una sociedad se ha dado a sí misma.

Ahora que tanto se habla de conservadores, los hombres de estado, por su función, son conservadores del Estado.

Nicolás Maquiavelo se aparece, el príncipe debe velar primero por el Estado, para así lograr la tranquilidad de sus súbditos.

Por ello, está autorizado a recurrir a la panoplia que la ley establece. Ser un estadista supone una lealtad al Estado.

Un Estado herido, vilipendiado, motivo de burla, lacera a todos los ciudadanos.

En esto debe haber claridad.

No es un asunto de derecha o de izquierda, es una mecánica del mejor gobierno posible que ha sido diseccionada desde hace siglos.

El Estado no puede se intermitente, en ocasiones guarda el orden y en otras no, existe y luego no existe. Cuando esto ocurre, las señales se vuelven confusas, ello genera un forcejeo entra la autoridad y quienes atentan contra el status, que siempre los hay los hay. Ese cale a la autoridad es muy riesgoso.

Los adversarios del Estado escalarán por sistema hasta conocer su límites. El Estado debe actuar en automático para, así, establecer con toda precisión los ámbitos de cero tolerancias.

Destruir bienes públicos y privados se ha convertido en un deporte nacional.

Allí donde el Estado reacciona en automático no se repiten los cales, los forcejeos, las marchas triunfales de quienes buscan subvertir.

La ofensa al Estado, como las que vivimos con frecuencia, ofenden al ciudadano porque ofenden al pacto que nos gobierna.

Por eso la irritación.

Claro que son provocaciones, pero la inacción no es una respuesta de Estado, es un incentivo para nuevas provocaciones.

Maquiavelo nos lo recordaría, prudencia, perspicacia, estrategia, pero, al final del día, el Estado, esa entelequia que nunca hemos visto ni veremos, sólo muestra su existencia en actos sensorial ente perceptibles, comportamientos lo primero.

El custodio del orden encarna en cada policía que hace respetar las señales de tránsito, en una multa y, por supuesto, en la contención de una marcha destructiva.

El daño está hecho, pienso en el prestigio del Estado que supone cierta majestad.

Un Estado que puede ser ofendido, un día sí y otro también, es un Estado débil.

Los policías y, por supuesto los miembros de las Fuerzas Armadas deben ser intocables.

Un Estado fuerte es el que reacciona sin cuestionamientos de culpabilidad.

Ese, a la larga, tendrá menos confrontaciones, será respetado, será más eficiente, habrá menos riesgos, más certidumbre en la convivencia.

“Muerte al Estado”, se leyó, se escuchó con mucho estruendo como consigna.

Clarísimo.

La deslealtad para con el Estado debilita a México.

Pues bien, hoy más que nunca, el trabajo periodístico es indispensable para acercar a la ciudadanía a los asuntos públicos, a involucrar a la sociedad en la toma de decisiones, sí, pero con información que permita hacer esta tarea de la mejor manera.

Una vez más me permito hacer la pregunta, ¿dónde está la autoridad?

No importa el partido gobernante, el síndrome ha sido el mismo: los gobernantes no quieren asumir que son Estado.

El Estado, status, está allí para conservar la forma organizativa que una sociedad se ha dado a sí misma.

Ahora que tanto se habla de conservadores, los hombres de estado, por su función, son conservadores del Estado.

Nicolás Maquiavelo se aparece, el príncipe debe velar primero por el Estado, para así lograr la tranquilidad de sus súbditos.

Por ello, está autorizado a recurrir a la panoplia que la ley establece. Ser un estadista supone una lealtad al Estado.

Un Estado herido, vilipendiado, motivo de burla, lacera a todos los ciudadanos.

En esto debe haber claridad.

No es un asunto de derecha o de izquierda, es una mecánica del mejor gobierno posible que ha sido diseccionada desde hace siglos.

El Estado no puede se intermitente, en ocasiones guarda el orden y en otras no, existe y luego no existe. Cuando esto ocurre, las señales se vuelven confusas, ello genera un forcejeo entra la autoridad y quienes atentan contra el status, que siempre los hay los hay. Ese cale a la autoridad es muy riesgoso.

Los adversarios del Estado escalarán por sistema hasta conocer su límites. El Estado debe actuar en automático para, así, establecer con toda precisión los ámbitos de cero tolerancias.

Destruir bienes públicos y privados se ha convertido en un deporte nacional.

Allí donde el Estado reacciona en automático no se repiten los cales, los forcejeos, las marchas triunfales de quienes buscan subvertir.

La ofensa al Estado, como las que vivimos con frecuencia, ofenden al ciudadano porque ofenden al pacto que nos gobierna.

Por eso la irritación.

Claro que son provocaciones, pero la inacción no es una respuesta de Estado, es un incentivo para nuevas provocaciones.

Maquiavelo nos lo recordaría, prudencia, perspicacia, estrategia, pero, al final del día, el Estado, esa entelequia que nunca hemos visto ni veremos, sólo muestra su existencia en actos sensorial ente perceptibles, comportamientos lo primero.

El custodio del orden encarna en cada policía que hace respetar las señales de tránsito, en una multa y, por supuesto, en la contención de una marcha destructiva.

El daño está hecho, pienso en el prestigio del Estado que supone cierta majestad.

Un Estado que puede ser ofendido, un día sí y otro también, es un Estado débil.

Los policías y, por supuesto los miembros de las Fuerzas Armadas deben ser intocables.

Un Estado fuerte es el que reacciona sin cuestionamientos de culpabilidad.

Ese, a la larga, tendrá menos confrontaciones, será respetado, será más eficiente, habrá menos riesgos, más certidumbre en la convivencia.

“Muerte al Estado”, se leyó, se escuchó con mucho estruendo como consigna.

Clarísimo.

La deslealtad para con el Estado debilita a México.