/ viernes 8 de enero de 2021

Nacionalismo y democracia

El apego a lo nacional, al esfuerzo nacional, a las raíces de nuestra historia patria, social, a las luchas democráticas auténticas y visibles, es un punto de despegue para la reconciliación de México.

México fue mutilado en la mitad de su superficie territorial en guerras pretextadas, que llevaron una cronología programática y lógica de acción política y militar, situación que fortaleció a los yanquis y les generó progreso y bienestar, en especial con el boom petrolero en Texas.

Algunos mexicanos permeados por dogmas no aman el himno, la bandera, el escudo nacional, quisieran ser yanquis, pero están manipulados por causas malévolas, peor resultan por malagradecidos y apátridas, pues son buenos para cobrar sus salarios aquí, pero no para defender la autonomía y el orgullo nacional, que nos pertenece.

Nuestras tradiciones también nos dan singularidad y orgullo, pero quiénes amarán a México, quiénes si no somos nosotros. Hay quienes lo quisieran en su propio bolsillo para exprimir la riqueza patrimonial de la patria, el petróleo, el oro, la plata y demás minerales, además la explotación agroindustrial y de nuestras aguas para consumo humano, aún no especuladas en mercados bursátiles, elemento vital para que la vida florezca, ya que en un futuro mediato habrá guerras por el control de los mantos freáticos.

Si nosotros no cuidamos nuestra gran casa, ¿quiénes habrán de hacerlo? De hecho, el país vive hipotecado por una deuda externa abismal, que de fatal consuelo nos sirva que el país más endeudado de todo el orbe es Estados Unidos, ya que su cultura económica se basa en el crédito, su deuda interna la han profundizado y los países periféricos, que somos nosotros, les ayudamos muy bien con el pago de intereses moratorios por el servicio de nuestros propios empréstitos contratados ante instancias como el Banco Mundial, que juega al monopolio del ajedrez global al comprar países endeudados.

China ha ofrecido créditos a países latinoamericanos, pero el juego perverso va en competencia abierta con el aún poderoso dólar y el conocido petrodólar, término acuñado por Ibrahim Oweiss, un profesor de economía de la Universidad de Georgetown, en 1973. Si esto no es imperialismo, no se me ocurre otra forma de llamarlo. Además, en la historia se dice que cuando preguntaban a Jhon D. Rockefeller, un magnate petrolero de filiación republicana, protestante, radical, sobre qué aspectos era conveniente invertir en América Latina, indefectiblemente él contestaba: “Hay que invertir en las sectas e iglesias de extracción nuestra, pues son gente deshumanizada y hasta salvajes aquellos que han poblado los países hacia el sur de nuestra frontera”.

Las luchas políticas y nacionalistas también se convirtieron en campos de batalla de la incongruencia dogmática y de la parafernalia del negocio sectario en un punto vital: la manipulación de voluntades y la servidumbre pacífica de los adeptos seudo extranjerizados. La democracia, por lo consiguiente, ha tomado parámetros de espejismo en algunos casos, en otros se ha radicalizado, lo que ha conllevado a que el peor enemigo del mexicano sea el propio mexicano.

México debe retomar el ejemplo de Juárez, Morelos e Hidalgo, y más recientemente de Ruiz Cortines, López Mateos y Lázaro Cárdenas, y desechar a la Malinche, que en el nombre conlleva su tétrica mala fama en la historia nacional.

El apego a lo nacional, al esfuerzo nacional, a las raíces de nuestra historia patria, social, a las luchas democráticas auténticas y visibles, es un punto de despegue para la reconciliación de México.

México fue mutilado en la mitad de su superficie territorial en guerras pretextadas, que llevaron una cronología programática y lógica de acción política y militar, situación que fortaleció a los yanquis y les generó progreso y bienestar, en especial con el boom petrolero en Texas.

Algunos mexicanos permeados por dogmas no aman el himno, la bandera, el escudo nacional, quisieran ser yanquis, pero están manipulados por causas malévolas, peor resultan por malagradecidos y apátridas, pues son buenos para cobrar sus salarios aquí, pero no para defender la autonomía y el orgullo nacional, que nos pertenece.

Nuestras tradiciones también nos dan singularidad y orgullo, pero quiénes amarán a México, quiénes si no somos nosotros. Hay quienes lo quisieran en su propio bolsillo para exprimir la riqueza patrimonial de la patria, el petróleo, el oro, la plata y demás minerales, además la explotación agroindustrial y de nuestras aguas para consumo humano, aún no especuladas en mercados bursátiles, elemento vital para que la vida florezca, ya que en un futuro mediato habrá guerras por el control de los mantos freáticos.

Si nosotros no cuidamos nuestra gran casa, ¿quiénes habrán de hacerlo? De hecho, el país vive hipotecado por una deuda externa abismal, que de fatal consuelo nos sirva que el país más endeudado de todo el orbe es Estados Unidos, ya que su cultura económica se basa en el crédito, su deuda interna la han profundizado y los países periféricos, que somos nosotros, les ayudamos muy bien con el pago de intereses moratorios por el servicio de nuestros propios empréstitos contratados ante instancias como el Banco Mundial, que juega al monopolio del ajedrez global al comprar países endeudados.

China ha ofrecido créditos a países latinoamericanos, pero el juego perverso va en competencia abierta con el aún poderoso dólar y el conocido petrodólar, término acuñado por Ibrahim Oweiss, un profesor de economía de la Universidad de Georgetown, en 1973. Si esto no es imperialismo, no se me ocurre otra forma de llamarlo. Además, en la historia se dice que cuando preguntaban a Jhon D. Rockefeller, un magnate petrolero de filiación republicana, protestante, radical, sobre qué aspectos era conveniente invertir en América Latina, indefectiblemente él contestaba: “Hay que invertir en las sectas e iglesias de extracción nuestra, pues son gente deshumanizada y hasta salvajes aquellos que han poblado los países hacia el sur de nuestra frontera”.

Las luchas políticas y nacionalistas también se convirtieron en campos de batalla de la incongruencia dogmática y de la parafernalia del negocio sectario en un punto vital: la manipulación de voluntades y la servidumbre pacífica de los adeptos seudo extranjerizados. La democracia, por lo consiguiente, ha tomado parámetros de espejismo en algunos casos, en otros se ha radicalizado, lo que ha conllevado a que el peor enemigo del mexicano sea el propio mexicano.

México debe retomar el ejemplo de Juárez, Morelos e Hidalgo, y más recientemente de Ruiz Cortines, López Mateos y Lázaro Cárdenas, y desechar a la Malinche, que en el nombre conlleva su tétrica mala fama en la historia nacional.