/ viernes 13 de marzo de 2020

Nada en política es materia de honor

Cuando miro aquellos ríos interminables de mexicanos jóvenes, en su mayoría provenientes de extractos sociales medios y bajos, se me entremezclan en el cuerpo la alegría y la tristeza.

Alegría por verlos reclamando por sí la voz y el espacio público; alegría por verlos activos e indignados frente este país nuestro tan injusto y tan capaz, por ello mismo de indignarnos a tantos. Tristeza también, pues al mismo tiempo no podía dejar de preguntarme: a dónde van, qué opciones tienen.

No hay empleo digno y productivo suficiente al final de la escuela.

Las primarias y secundarias de las que vienen no les dieron ni lo más básico; ser dueños de su lengua materna, poder pensar y resolver problemas con el lenguaje de los números, expresar sus ideas de forma entendible, infundirles respeto y aprecio elemental por los derechos de otros.

Las aulas en las que están o las que aspiran a ingresar no son, con poquísimas excepciones, espacios que los equipe para ser libres, para ser ciudadanos, para montar una empresa, para innovar, descubrir o para conseguir algunos de los pocos empleos buenos disponibles.

Un sistema educativo que no educa, una economía que no crece y genera empleos suficientes, un sistema de justicia que no garantiza el ejercicio de sus derechos, un sistema político que ni los incluye ni los representa, un discurso público que no los interpela y una sociedad en la que los buenos asientos son pocos y ya están tomados.

De eso está hecho el país en el que les tocó nacer a millones de jóvenes mexicanos. Un país que no suma, un país que se repite interminablemente y que no ofrece salidas ni horizontes para los que no nacieron privilegiados.

Para la mayoría de los marchitas jóvenes, casi ningún camino abierto, puras puertas cerradas.

Para enormes franjas poblacionales de México, ser bueno en algo y/o trabajar duro, literalmente no paga.

De nada sirve esforzarte si todo es remar contra corriente y las buenas oportunidades son patrimonio heredado y exclusivo de unos cuantos.

No extraña que estén muy enojados; lo sorprendente es que la abrumadora mayoría de ellos exprese su indignación y su enojo sin violencia, marchando en filas, haciendo carteles ocurrentes, y cantando consignas, ordenada y pacíficamente.

En el otro extremo de todos esos jóvenes sin destino promisorio alguno, hay un grupo pequeño de niños y jóvenes mexicanos que no tienen que mover ni un dedo para tenerlo todo siempre.

Por razones muy distintas, para los hijos y nietos del privilegio enraizado, esforzarse, descubrir sus talentos y desarrollarlos tampoco tiene demasiado sentido. No importa mucho ni merece la pena porque lo tienen ya todo hecho y resuelto.

Un país como México no le ofrece plataformas de despegue a la mayoría de sus niños y jóvenes, que no les garantiza el ejercicio de sus derechos fundamentales y que no premia ni el talento ni el esfuerzo, estar condenado a la mediocridad, a la desigualdad más injusta y a la violencia, abierta por momentos y soterrada casi todo el tiempo (rector José Narro).

Y recordemos la libertad de expresión que gozamos le debe mucho a quienes insistieron en hacer del periodismo una tarea independiente.

AMLO está en otra nube enredado, descalifica a los periodistas que cumplen con su trabajo de informar, que critican sus errores, que descalifica al árbitro electoral que ejerce su autonomía, como lo comenta Pablo Hiriart en su columna. Uso de Razón.

La ineptitud es de miedo.

Cuando miro aquellos ríos interminables de mexicanos jóvenes, en su mayoría provenientes de extractos sociales medios y bajos, se me entremezclan en el cuerpo la alegría y la tristeza.

Alegría por verlos reclamando por sí la voz y el espacio público; alegría por verlos activos e indignados frente este país nuestro tan injusto y tan capaz, por ello mismo de indignarnos a tantos. Tristeza también, pues al mismo tiempo no podía dejar de preguntarme: a dónde van, qué opciones tienen.

No hay empleo digno y productivo suficiente al final de la escuela.

Las primarias y secundarias de las que vienen no les dieron ni lo más básico; ser dueños de su lengua materna, poder pensar y resolver problemas con el lenguaje de los números, expresar sus ideas de forma entendible, infundirles respeto y aprecio elemental por los derechos de otros.

Las aulas en las que están o las que aspiran a ingresar no son, con poquísimas excepciones, espacios que los equipe para ser libres, para ser ciudadanos, para montar una empresa, para innovar, descubrir o para conseguir algunos de los pocos empleos buenos disponibles.

Un sistema educativo que no educa, una economía que no crece y genera empleos suficientes, un sistema de justicia que no garantiza el ejercicio de sus derechos, un sistema político que ni los incluye ni los representa, un discurso público que no los interpela y una sociedad en la que los buenos asientos son pocos y ya están tomados.

De eso está hecho el país en el que les tocó nacer a millones de jóvenes mexicanos. Un país que no suma, un país que se repite interminablemente y que no ofrece salidas ni horizontes para los que no nacieron privilegiados.

Para la mayoría de los marchitas jóvenes, casi ningún camino abierto, puras puertas cerradas.

Para enormes franjas poblacionales de México, ser bueno en algo y/o trabajar duro, literalmente no paga.

De nada sirve esforzarte si todo es remar contra corriente y las buenas oportunidades son patrimonio heredado y exclusivo de unos cuantos.

No extraña que estén muy enojados; lo sorprendente es que la abrumadora mayoría de ellos exprese su indignación y su enojo sin violencia, marchando en filas, haciendo carteles ocurrentes, y cantando consignas, ordenada y pacíficamente.

En el otro extremo de todos esos jóvenes sin destino promisorio alguno, hay un grupo pequeño de niños y jóvenes mexicanos que no tienen que mover ni un dedo para tenerlo todo siempre.

Por razones muy distintas, para los hijos y nietos del privilegio enraizado, esforzarse, descubrir sus talentos y desarrollarlos tampoco tiene demasiado sentido. No importa mucho ni merece la pena porque lo tienen ya todo hecho y resuelto.

Un país como México no le ofrece plataformas de despegue a la mayoría de sus niños y jóvenes, que no les garantiza el ejercicio de sus derechos fundamentales y que no premia ni el talento ni el esfuerzo, estar condenado a la mediocridad, a la desigualdad más injusta y a la violencia, abierta por momentos y soterrada casi todo el tiempo (rector José Narro).

Y recordemos la libertad de expresión que gozamos le debe mucho a quienes insistieron en hacer del periodismo una tarea independiente.

AMLO está en otra nube enredado, descalifica a los periodistas que cumplen con su trabajo de informar, que critican sus errores, que descalifica al árbitro electoral que ejerce su autonomía, como lo comenta Pablo Hiriart en su columna. Uso de Razón.

La ineptitud es de miedo.