/ viernes 24 de junio de 2022

Nadie tiene amor más grande que el que da la vida

En una ocasión, cuando el maestro de Galilea enseñaba a sus frágiles seguidores -llenos de luchas y contradicciones-, les habló de las consecuencias del amor. Llevándolo a un extremo impensable: el que tiene amor por sus amigos, es el que da la vida por ellos. Poco después Él y ellos refrendarían esta máxima con sus propias vidas. Dejando, de este modo, el clarísimo ejemplo del seguimiento cristiano.

Evidentemente suena a locura ante la mentalidad del mundo que impone el placer, la mentira, la fragmentación, la competencia y tantos antivalores que ahora se erigen como siluetas morales deseables. ¿Cuándo llegamos hasta acá?

Lo que quedaba de nuestro país, poco a poco se desconfigura, se desmorona, se está cayendo frente a nuestras narices, sin que nos demos cuenta y sólo nos ha tomado como aburridos telespectadores a distancia, que juzgan y opinan, pero no se levantan a defender lo que nos queda de esta tierra que se nos ha prestado.

Injustica. Impunidad. Verdades que saben a mentira y suenan a burlas socarronas. Cinismo institucionalizado. Abuso de los pobres y tantas situaciones que nos duelen, nos enojan y hacen que mañana tras mañana hierva nuestra sangre y se enferme más y más nuestro país. Cada vez nos toca más de cerca la muerte. Se oficializa el aborto evidenciando que no podemos cuidar, que no tenemos la fuerza de sobreponernos a lo que nos pasa. Cada vez nos hacemos más frágiles por propia decisión. Ahora la eutanasia, en fin, situaciones que, con un poco de cordura, jamás se hubieran pensado y mucho menos defendido.

Contrario a todo esto -y por fortuna-, hemos visto con grande pesar la ofrenda que han hecho de sus vidas dos ancianos sacerdotes que por años habían elegido la vida entre los pobres, allá en las periferias de la existencia, llenos de un amor incontenible. Queriendo seguir al maestro de Galilea. Dos ancianos que, ante el grito desesperado dejaron lo que estaban haciendo para convertirse en samaritanos, dispuestos ayudar al ensangrentado del camino, hecho que les costó correr la misma suerte. Firmando así eso de que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Definitivamente no podemos seguir así, la siguiente generación será muy dura con nosotros si no nos levantamos de esta postración, si dejamos de soñar y nos acomodamos a este putrefacto estado de las cosas. La sangre de miles de mexicanos nos grita y nos exige un compromiso decidido.

En una ocasión, cuando el maestro de Galilea enseñaba a sus frágiles seguidores -llenos de luchas y contradicciones-, les habló de las consecuencias del amor. Llevándolo a un extremo impensable: el que tiene amor por sus amigos, es el que da la vida por ellos. Poco después Él y ellos refrendarían esta máxima con sus propias vidas. Dejando, de este modo, el clarísimo ejemplo del seguimiento cristiano.

Evidentemente suena a locura ante la mentalidad del mundo que impone el placer, la mentira, la fragmentación, la competencia y tantos antivalores que ahora se erigen como siluetas morales deseables. ¿Cuándo llegamos hasta acá?

Lo que quedaba de nuestro país, poco a poco se desconfigura, se desmorona, se está cayendo frente a nuestras narices, sin que nos demos cuenta y sólo nos ha tomado como aburridos telespectadores a distancia, que juzgan y opinan, pero no se levantan a defender lo que nos queda de esta tierra que se nos ha prestado.

Injustica. Impunidad. Verdades que saben a mentira y suenan a burlas socarronas. Cinismo institucionalizado. Abuso de los pobres y tantas situaciones que nos duelen, nos enojan y hacen que mañana tras mañana hierva nuestra sangre y se enferme más y más nuestro país. Cada vez nos toca más de cerca la muerte. Se oficializa el aborto evidenciando que no podemos cuidar, que no tenemos la fuerza de sobreponernos a lo que nos pasa. Cada vez nos hacemos más frágiles por propia decisión. Ahora la eutanasia, en fin, situaciones que, con un poco de cordura, jamás se hubieran pensado y mucho menos defendido.

Contrario a todo esto -y por fortuna-, hemos visto con grande pesar la ofrenda que han hecho de sus vidas dos ancianos sacerdotes que por años habían elegido la vida entre los pobres, allá en las periferias de la existencia, llenos de un amor incontenible. Queriendo seguir al maestro de Galilea. Dos ancianos que, ante el grito desesperado dejaron lo que estaban haciendo para convertirse en samaritanos, dispuestos ayudar al ensangrentado del camino, hecho que les costó correr la misma suerte. Firmando así eso de que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Definitivamente no podemos seguir así, la siguiente generación será muy dura con nosotros si no nos levantamos de esta postración, si dejamos de soñar y nos acomodamos a este putrefacto estado de las cosas. La sangre de miles de mexicanos nos grita y nos exige un compromiso decidido.