/ jueves 5 de julio de 2018

Ni Ulises Ruíz, ni Gamboa Patrón, resultan confiables para la refundación del PRI. No entienden que nadie quiere más de lo mismo

Para hablar del gran perdedor del domingo pasado, hay que recordar aquel 4 de marzo de 1929, en que se funda el PRI; para después transformarse en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), hasta la refundación promovida por el general Manuel Ávila Camacho; rebautizado como Partido Revolucionario Institucional (PRI), y su consolidación que le permitió un poder hegemónico, con una gran fortaleza por más de setenta años, hasta que ocurre su debacle en el año 2000.

Correspondió al PAN y a su candidato Vicente Fox Quesada, la transición democrática demandada por la mayoría del pueblo de México; fundamentalmente por el agotamiento de las instituciones democráticas, mediante un ejercicio abusivo del poder público, que llegó hasta el hartazgo de los opositores al PRI. De un nacionalismo revolucionario, el PRI pasó en el ejercicio del poder, a un centralismo que no permitió discrepancia alguna con el titular del Poder Ejecutivo Federal, a quien se consideró desde entonces el Primer Priísta de la nación.

En su trayecto para llegar al neoliberalismo implantado por los tecnócratas “de la mafia del poder”, como los bautizó el ganador de las pasadas elecciones presidenciales, el PRI organizó un corporativismo que a través del Congreso del Trabajo, contó siempre con el voto mayoritario de la clase trabajadora de México, que permitió la llegada de los tecnócratas, para sentar las bases de los neoliberales que hoy cargan con la peor derrota que en su larga vida haya sufrido el PRI.

El pasado primer domingo de julio, se pagaron las cuentas pendientes de la simulación, el engaño, la rapiña, la corrupción y la impunidad que prohijaron miles de priistas engolosinados con las mieles del poder, pues no hubo entidad alguna que escapara a las ambiciones de los caciques tricolores, quienes usurpando la voluntad política de los mexicanos, colocaron a sus familiares e incondicionales a su servicio, en el desempeño de cargos públicos que jamás hubieran logrado, de haberse dado alguna contienda democrática para alcanzar esas posiciones de poder en el más amplio sentido de la palabra.

La reconstrucción del PRI, implica una renovación y actualización, no solo de sus documentos básicos; sino también una depuración de los hombres y mujeres que formando nuevos cuadros políticos, sean capaces de revivir al mejor partido político que México ha tenido.

Para hablar del gran perdedor del domingo pasado, hay que recordar aquel 4 de marzo de 1929, en que se funda el PRI; para después transformarse en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), hasta la refundación promovida por el general Manuel Ávila Camacho; rebautizado como Partido Revolucionario Institucional (PRI), y su consolidación que le permitió un poder hegemónico, con una gran fortaleza por más de setenta años, hasta que ocurre su debacle en el año 2000.

Correspondió al PAN y a su candidato Vicente Fox Quesada, la transición democrática demandada por la mayoría del pueblo de México; fundamentalmente por el agotamiento de las instituciones democráticas, mediante un ejercicio abusivo del poder público, que llegó hasta el hartazgo de los opositores al PRI. De un nacionalismo revolucionario, el PRI pasó en el ejercicio del poder, a un centralismo que no permitió discrepancia alguna con el titular del Poder Ejecutivo Federal, a quien se consideró desde entonces el Primer Priísta de la nación.

En su trayecto para llegar al neoliberalismo implantado por los tecnócratas “de la mafia del poder”, como los bautizó el ganador de las pasadas elecciones presidenciales, el PRI organizó un corporativismo que a través del Congreso del Trabajo, contó siempre con el voto mayoritario de la clase trabajadora de México, que permitió la llegada de los tecnócratas, para sentar las bases de los neoliberales que hoy cargan con la peor derrota que en su larga vida haya sufrido el PRI.

El pasado primer domingo de julio, se pagaron las cuentas pendientes de la simulación, el engaño, la rapiña, la corrupción y la impunidad que prohijaron miles de priistas engolosinados con las mieles del poder, pues no hubo entidad alguna que escapara a las ambiciones de los caciques tricolores, quienes usurpando la voluntad política de los mexicanos, colocaron a sus familiares e incondicionales a su servicio, en el desempeño de cargos públicos que jamás hubieran logrado, de haberse dado alguna contienda democrática para alcanzar esas posiciones de poder en el más amplio sentido de la palabra.

La reconstrucción del PRI, implica una renovación y actualización, no solo de sus documentos básicos; sino también una depuración de los hombres y mujeres que formando nuevos cuadros políticos, sean capaces de revivir al mejor partido político que México ha tenido.