/ sábado 31 de agosto de 2019

No le toca a la escuela

Con el regreso a clases brotan inmediatamente una serie de pensamientos y elucubraciones que nos motivan a cuestionarnos la grandeza de la tarea académica. La educación formal, es decir, la educación que se comparte al interior de un aula, y de la que se involucran perfectamente alumnos y docentes como perfectos estudiantes ambos, es una verdadera cuestión sagrada. Pero, este es un asunto tan importante que, bien vale la pena, descargar de los maestros lo que no es competencia de ellos ni de la escuela, ni es culpa del sistema, ni de las teorías; sino responsabilidad de los estudiantes y de su familia.

A la escuela no le toca lo que es competencia única y exclusiva de la familia, esto es, brindar el espacio cálido y fecundo en el que sea posible el desarrollo y la maduración integral de la persona; esto se logra en el interior de un verdadero hogar. Ahí es donde se fortalece el temperamento y el carácter, donde hunde raíces la autoestima, en fin. A la familia le toca una tarea tan relevante en la configuración de la persona del estudiante que jamás podrá la escuela ser el hogar donde los hijos crezcan en madurez. ¡La escuela no puede realizarlo!, no tiene los recursos para enfrentar una empresa de tal envergadura, y no lo puede, simple y sencillamente porque es la tarea de la familia.

Por más esfuerzos que la escuela emprenda con estrategias y planes, con proyectos y metas con objetivos tácticamente planeados no podrá hacer que los estudiantes tengan el ánimo de aprender y el deseo de conocer más y mejor las realidades del mundo. Aun cuando la plantilla docente sea la más noble, no podrá ninguno hacer lo que le compete realizar al alumno. Al estudiante le toca desear nutrirse con los saberes de este mundo, es al estudiante a quien compete atreverse a levantar la cabeza, interrogar; el estudiante es a quien compete soñar, desear, anhelar, aspirar; saber más y mejor, con claridad y con puntualidad. Este deseo brota del interior del alumno. El docente jamás podrá hacer que el alumno haga lo que le toca sólo a él.

Es importante reconocer que la escuela no recibe a los alumnos tan cuan tabula rasa; los recibe con todo un escenario de aprendizajes y conocimientos, con hábitos y habilidades, con miedos y deseos, con heridas y aspiraciones. Es tarea de la familia poner en manos de la escuela verdaderas personas humanamente integradas, y es tarea del estudiante desear conocer más para comprender mejor.

Con el regreso a clases brotan inmediatamente una serie de pensamientos y elucubraciones que nos motivan a cuestionarnos la grandeza de la tarea académica. La educación formal, es decir, la educación que se comparte al interior de un aula, y de la que se involucran perfectamente alumnos y docentes como perfectos estudiantes ambos, es una verdadera cuestión sagrada. Pero, este es un asunto tan importante que, bien vale la pena, descargar de los maestros lo que no es competencia de ellos ni de la escuela, ni es culpa del sistema, ni de las teorías; sino responsabilidad de los estudiantes y de su familia.

A la escuela no le toca lo que es competencia única y exclusiva de la familia, esto es, brindar el espacio cálido y fecundo en el que sea posible el desarrollo y la maduración integral de la persona; esto se logra en el interior de un verdadero hogar. Ahí es donde se fortalece el temperamento y el carácter, donde hunde raíces la autoestima, en fin. A la familia le toca una tarea tan relevante en la configuración de la persona del estudiante que jamás podrá la escuela ser el hogar donde los hijos crezcan en madurez. ¡La escuela no puede realizarlo!, no tiene los recursos para enfrentar una empresa de tal envergadura, y no lo puede, simple y sencillamente porque es la tarea de la familia.

Por más esfuerzos que la escuela emprenda con estrategias y planes, con proyectos y metas con objetivos tácticamente planeados no podrá hacer que los estudiantes tengan el ánimo de aprender y el deseo de conocer más y mejor las realidades del mundo. Aun cuando la plantilla docente sea la más noble, no podrá ninguno hacer lo que le compete realizar al alumno. Al estudiante le toca desear nutrirse con los saberes de este mundo, es al estudiante a quien compete atreverse a levantar la cabeza, interrogar; el estudiante es a quien compete soñar, desear, anhelar, aspirar; saber más y mejor, con claridad y con puntualidad. Este deseo brota del interior del alumno. El docente jamás podrá hacer que el alumno haga lo que le toca sólo a él.

Es importante reconocer que la escuela no recibe a los alumnos tan cuan tabula rasa; los recibe con todo un escenario de aprendizajes y conocimientos, con hábitos y habilidades, con miedos y deseos, con heridas y aspiraciones. Es tarea de la familia poner en manos de la escuela verdaderas personas humanamente integradas, y es tarea del estudiante desear conocer más para comprender mejor.