/ domingo 9 de diciembre de 2018

No podemos reprimir el amor a la Virgen María

En la celebración de nuestra fe la liturgia de la Iglesia nos sigue acercando a la Santísima Virgen María. No nos faltan referencias en la Biblia, en la revelación cristiana y en el testimonio de los santos que confirman el carácter imprescindible de María Santísima en la profesión de nuestra fe.

Es como si de repente cayéramos en la cuenta de la necesidad que tenemos del abrazo de una madre, de su mirada, consejo, paciencia y comprensión ante los tiempos difíciles que atravesamos para mantenernos en la fe.

En las comunidades cristianas somos bendecidos por el testimonio de aquellos hermanos que viven a flor de piel y con gran emoción su devoción a María Santísima. En otros casos sólo se le considera como un santo más y se le puede, incluso, venerar con cierto descuido, para no herir la susceptibilidad de quienes dentro o fuera de la Iglesia no reconocen su centralidad en nuestra fe.

Quizá por eso durante mucho tiempo se señalaba, sobre todo, para justificar el culto mariano, que por medio de la Virgen María llegamos a Jesús. Se tendía a señalar este aspecto dentro de la gran riqueza de la doctrina sobre la Santísima Virgen, es decir, que la Virgen María es un camino auténtico y seguro para llegar a Jesús.

Sin dejar de reconocer la trascendencia de este aspecto doctrinal, me gustaría recordar que con cierto atrevimiento teológico el papa Juan Pablo II llegaba a la conclusión de que no sólo María nos lleva a Jesús sino que también Jesús nos lleva a María.

Dios en su infinita bondad ha querido que María Santísima con su especial amor de madre acogiera a tantas almas que de otra manera difícilmente experimentarían el amor y la infinita misericordia de Dios. Dios nos entrega a María para facilitar el camino hacia Él.

No es que María añada algo que Dios no tenga, pues Él es infinitamente perfecto y misericordioso. El problema más bien está en nosotros, no en Dios, ya que de otra manera sería más difícil acercarnos a Dios y experimentar su gran amor por nosotros. Esto es un signo que confirma hasta dónde llega la misericordia y humildad de Dios que permite que María, una creatura, pueda ser un camino para llegar a Él.

Una percepción como ésta viene confirmada también por el testimonio de otros santos que han defendido y promovido el culto a María Santísima. Decía, por ejemplo, San Bernardo: “Nada ha querido Dios que tengamos que no pase por las manos de María”.

Con el propósito de no herir susceptibilidades, no se trata de limitar las razones por las que buscamos y amamos a María, diciendo en este caso algo ciertamente importante. El Señor mismo ha señalado y recomendado a María para vivir plenamente esta fe cristiana.

Por lo tanto, no podemos reprimir el afecto a María sino expresarle todo nuestro cariño y encontrar en su persona el ideal de la vida cristiana al que nosotros aspiramos.

Decía San Maximiliano María Kolbe: “Nunca tengas miedo de amar demasiado a la Inmaculada; nosotros nunca podremos igualar el amor que le tuvo Jesús: e imitar a Jesús es nuestra santificación. Cuanto más pertenezcamos a la Inmaculada, tanto mejor comprenderemos y amaremos al Corazón de Jesús, a Dios Padre, a la Santísima Trinidad".

Y hablando de atrevimientos teológicos afirmaba el gran filósofo francés Jean Guitton, amigo de Pablo VI y Juan Pablo II:

“Solamente es posible comprender a la Virgen María, contemplando la relación sustancial extraordinaria que ella tiene con el Padre, de quien ella es la hija; con el Hijo, de quien ella es la madre; y con el Espíritu, de quien ella es la esposa... En el siglo XXI, los cristianos incluirán a la Virgen en el interior de la Trinidad. La Iglesia se verá empujada a definir al Espíritu Santo de forma mucho más completa que antes. Nos aproximamos al final de un tiempo, por lo tanto, nos acercamos a María que es patrona de la escatología, del final de los tiempos, como se ve en el libro del Apocalipsis. La Virgen está en el Alfa y la Omega. El Espíritu y la esposa dicen “Ven”, “Ven, Señor Jesús”... Esas últimas palabras del libro del Apocalipsis nos revelan por sí solas el papel clave que debe jugar la Virgen, instrumento del Espíritu Santo, en los últimos tiempos...”

En la celebración de nuestra fe la liturgia de la Iglesia nos sigue acercando a la Santísima Virgen María. No nos faltan referencias en la Biblia, en la revelación cristiana y en el testimonio de los santos que confirman el carácter imprescindible de María Santísima en la profesión de nuestra fe.

Es como si de repente cayéramos en la cuenta de la necesidad que tenemos del abrazo de una madre, de su mirada, consejo, paciencia y comprensión ante los tiempos difíciles que atravesamos para mantenernos en la fe.

En las comunidades cristianas somos bendecidos por el testimonio de aquellos hermanos que viven a flor de piel y con gran emoción su devoción a María Santísima. En otros casos sólo se le considera como un santo más y se le puede, incluso, venerar con cierto descuido, para no herir la susceptibilidad de quienes dentro o fuera de la Iglesia no reconocen su centralidad en nuestra fe.

Quizá por eso durante mucho tiempo se señalaba, sobre todo, para justificar el culto mariano, que por medio de la Virgen María llegamos a Jesús. Se tendía a señalar este aspecto dentro de la gran riqueza de la doctrina sobre la Santísima Virgen, es decir, que la Virgen María es un camino auténtico y seguro para llegar a Jesús.

Sin dejar de reconocer la trascendencia de este aspecto doctrinal, me gustaría recordar que con cierto atrevimiento teológico el papa Juan Pablo II llegaba a la conclusión de que no sólo María nos lleva a Jesús sino que también Jesús nos lleva a María.

Dios en su infinita bondad ha querido que María Santísima con su especial amor de madre acogiera a tantas almas que de otra manera difícilmente experimentarían el amor y la infinita misericordia de Dios. Dios nos entrega a María para facilitar el camino hacia Él.

No es que María añada algo que Dios no tenga, pues Él es infinitamente perfecto y misericordioso. El problema más bien está en nosotros, no en Dios, ya que de otra manera sería más difícil acercarnos a Dios y experimentar su gran amor por nosotros. Esto es un signo que confirma hasta dónde llega la misericordia y humildad de Dios que permite que María, una creatura, pueda ser un camino para llegar a Él.

Una percepción como ésta viene confirmada también por el testimonio de otros santos que han defendido y promovido el culto a María Santísima. Decía, por ejemplo, San Bernardo: “Nada ha querido Dios que tengamos que no pase por las manos de María”.

Con el propósito de no herir susceptibilidades, no se trata de limitar las razones por las que buscamos y amamos a María, diciendo en este caso algo ciertamente importante. El Señor mismo ha señalado y recomendado a María para vivir plenamente esta fe cristiana.

Por lo tanto, no podemos reprimir el afecto a María sino expresarle todo nuestro cariño y encontrar en su persona el ideal de la vida cristiana al que nosotros aspiramos.

Decía San Maximiliano María Kolbe: “Nunca tengas miedo de amar demasiado a la Inmaculada; nosotros nunca podremos igualar el amor que le tuvo Jesús: e imitar a Jesús es nuestra santificación. Cuanto más pertenezcamos a la Inmaculada, tanto mejor comprenderemos y amaremos al Corazón de Jesús, a Dios Padre, a la Santísima Trinidad".

Y hablando de atrevimientos teológicos afirmaba el gran filósofo francés Jean Guitton, amigo de Pablo VI y Juan Pablo II:

“Solamente es posible comprender a la Virgen María, contemplando la relación sustancial extraordinaria que ella tiene con el Padre, de quien ella es la hija; con el Hijo, de quien ella es la madre; y con el Espíritu, de quien ella es la esposa... En el siglo XXI, los cristianos incluirán a la Virgen en el interior de la Trinidad. La Iglesia se verá empujada a definir al Espíritu Santo de forma mucho más completa que antes. Nos aproximamos al final de un tiempo, por lo tanto, nos acercamos a María que es patrona de la escatología, del final de los tiempos, como se ve en el libro del Apocalipsis. La Virgen está en el Alfa y la Omega. El Espíritu y la esposa dicen “Ven”, “Ven, Señor Jesús”... Esas últimas palabras del libro del Apocalipsis nos revelan por sí solas el papel clave que debe jugar la Virgen, instrumento del Espíritu Santo, en los últimos tiempos...”