/ domingo 31 de mayo de 2020

No pudieron matar nuestras raíces

En esta semana estaremos celebrando el Día Mundial del Medio Ambiente. Una celebración que no debe estar como una fecha más en las efemérides de celebraciones lejanas, de esas que da la impresión que están en un calendario alterno al del común de los mortales. La celebración de este día es una tarea pendiente, es una festividad en ciernes.

¡La celebración de este año, especialmente, nos hace una llamada con urgencia! Precisamente cuando estamos llamados a reflexionar en torno de la biodiversidad, descubrimos que la naturaleza hace resonar su voz con gemidos inenarrables, tales como los incendios que tanto nos avergüenzan, la pandemia que lastima el mundo en toda su extensión…, en fin, llamadas ante las que no podemos hacernos los sordos.

El riesgo ecológico en el que nos encontramos, esta terrible inequidad planetaria, comportan una verdadera cuestión ética, un asunto de humanismo en el mejor de sus expresiones. Detrás de este catastrófico estrago ambiental hay una llamada a la responsabilidad, a tomar la decisión de cuidar del medio en el que nos encontramos, pues todas las especies que convivimos en el planeta somos fundamentales para el equilibrio natural.

Es un verdadero proyecto digno de un estudio concienzudo el modo en el que los seres humanos entramos en contacto con el medio que habitamos. La mentalidad y las costumbres líquidas que hay detrás del pisoteo que a diario ejercemos sobre el planeta con la crudeza de nuestro trato a los animales, a las plantas. Con el desperdicio de recursos de los que necesitamos para sobrevivir, con el escandaloso despilfarro de comida que a diario se desecha en el mundo. En fin, tal parece que nuestra manera de relacionarnos con el medio nos descubre, nos pone en evidencia; deja al descubierto la incapacidad de vivir en un estado de feliz sobriedad. En el estado de la satisfacción con sólo lo necesario.

Hacemos votos para que la catastrófica profecía de Nairobi no se cumpla: aquel informe de la ONU que sostiene que para 2050 la tierra será, simplemente, inhabitable. Entre sus causas se aducen sólo algunas: el derretimiento del ártico, la expansión de los desiertos. El aumento de la temperatura de 3 a 50 grados. La resistencia a los antibióticos como consecuencia de la contaminación…, aún estamos a tiempo de detener la profanación de la naturaleza y de dejar que la vida se siga abriendo camino; de abonar las raíces que aún palpitan en este noble ecosistema.

En esta semana estaremos celebrando el Día Mundial del Medio Ambiente. Una celebración que no debe estar como una fecha más en las efemérides de celebraciones lejanas, de esas que da la impresión que están en un calendario alterno al del común de los mortales. La celebración de este día es una tarea pendiente, es una festividad en ciernes.

¡La celebración de este año, especialmente, nos hace una llamada con urgencia! Precisamente cuando estamos llamados a reflexionar en torno de la biodiversidad, descubrimos que la naturaleza hace resonar su voz con gemidos inenarrables, tales como los incendios que tanto nos avergüenzan, la pandemia que lastima el mundo en toda su extensión…, en fin, llamadas ante las que no podemos hacernos los sordos.

El riesgo ecológico en el que nos encontramos, esta terrible inequidad planetaria, comportan una verdadera cuestión ética, un asunto de humanismo en el mejor de sus expresiones. Detrás de este catastrófico estrago ambiental hay una llamada a la responsabilidad, a tomar la decisión de cuidar del medio en el que nos encontramos, pues todas las especies que convivimos en el planeta somos fundamentales para el equilibrio natural.

Es un verdadero proyecto digno de un estudio concienzudo el modo en el que los seres humanos entramos en contacto con el medio que habitamos. La mentalidad y las costumbres líquidas que hay detrás del pisoteo que a diario ejercemos sobre el planeta con la crudeza de nuestro trato a los animales, a las plantas. Con el desperdicio de recursos de los que necesitamos para sobrevivir, con el escandaloso despilfarro de comida que a diario se desecha en el mundo. En fin, tal parece que nuestra manera de relacionarnos con el medio nos descubre, nos pone en evidencia; deja al descubierto la incapacidad de vivir en un estado de feliz sobriedad. En el estado de la satisfacción con sólo lo necesario.

Hacemos votos para que la catastrófica profecía de Nairobi no se cumpla: aquel informe de la ONU que sostiene que para 2050 la tierra será, simplemente, inhabitable. Entre sus causas se aducen sólo algunas: el derretimiento del ártico, la expansión de los desiertos. El aumento de la temperatura de 3 a 50 grados. La resistencia a los antibióticos como consecuencia de la contaminación…, aún estamos a tiempo de detener la profanación de la naturaleza y de dejar que la vida se siga abriendo camino; de abonar las raíces que aún palpitan en este noble ecosistema.