/ domingo 3 de febrero de 2019

No tengo necesidad de tener fe en Dios

Para las ciencias humanas nombres como Newton, Pasteur, Einstein y otros más representan lo más encumbrado de la inteligencia humana. Para la ciencia divina el nombre de Santo Tomás de Aquino y otros más representan no sólo la sabiduría para penetrar en los misterios de Dios sino también un modelo de vida cristiana.

La vasta obra teológica de Santo Tomás se ha convertido en un referente imprescindible y sigue estando vigente hasta nuestros días. Pero con toda la trascendencia e importancia de la obra tomasiana también se destaca su piedad, su humildad y la profundidad de su fe.

Sus biógrafos destacan que el 6 de diciembre de 1273 dejó de escribir. Ese día, durante la Misa, experimentó un éxtasis de mucha mayor duración que la acostumbrada; sobre lo que le fue revelado sólo podemos conjeturar por su respuesta al padre Reinaldo, que le animaba a continuar escribiendo: “No puedo hacer más. Se me han revelado tales secretos que todo lo que he escrito hasta ahora parece que no vale para nada”.

Para nosotros es monumental y enciclopédica su obra que ha proyectado el pensamiento teológico. Pero retomando sus palabras podemos suponer que todo el prestigio de su obra no se compara con aquello que le fue revelado en ese momento.

Con la luz que desprenden los santos y los escritores cristianos vamos avanzando y saboreando cada vez más la vida cristiana. Alcanzamos a sentir las dificultades para mantenerse en una vida de fe, pero el Señor nos concede su gracia y se va asomando cada vez más en nuestras vidas para cimentarnos en la fe y la esperanza.

Ante las dificultades para mantenerse fieles a la vida cristiana por los escándalos de la Iglesia, por las persecuciones que enfrenta y por las tendencias ideológicas es muy común que en estos tiempos se comenté que hay personas que pierden la fe. Hay incluso sondeos que intentan poner números concretos al abandono de la Iglesia y de la vida cristiana.

Junto a esta realidad, que no se puede negar pero que es necesario entender desde un contexto concreto para no exagerar las cifras, hace falta también señalar el caso de tantos hermanos que en las comunidades cristianas han desarrollado una capacidad muy especial para experimentar la presencia de Dios.

Desde luego que la mayoría de nosotros sigue luchando y afianzándose en una vida de fe pero hay hermanos que han sido asistidos con una especial sensibilidad a las cosas de Dios, al grado que pueden llegar a decir aquello que el escritor José María Mendiola atribuye a una monja guipuzcoana que nació en Zumaya en el siglo XIX.

Ella llegaba a expresar: «No tengo necesidad de tener fe en Dios puesto que lo siento, lo experimento vivo dentro de mí». Nosotros creemos en lo que no vemos y muchas veces vamos caminando con incertidumbre, pero arraigados en la confianza que la mano de Dios nos sostiene y nos va conduciendo hacia la luz.

Mientras no entendemos todo ni tenemos todas las respuestas a las interrogantes de la vida nuestra fe nos sostiene y se vive como confianza incondicional en Dios. Y también llega el momento en el que vemos y sentimos la gloria de Dios, aunque sea por algunos instantes.

Qué bendición que en las comunidades cristianas haya hermanos alegres e inconmovibles en su fe, a pesar de las tinieblas y de los cuestionamientos que pueden llegar a ensombrecer entre nosotros la presencia de Dios.

Con toda la humildad y sin pretender otra cosa, hay ocasiones en las que también nosotros podemos estar en condiciones de confesar cosas parecidas a las de esa monja: “Ya no tengo fe porque lo he sentido, porque el Señor ha dejado su fragancia en mi vida, porque ha provocado una alegría inexplicable que llega a mi alma”. Expresiones de esta naturaleza también se escuchan en las comunidades cristianas y no sólo el dato doloroso de aquellos hermanos que llegan a perder la fe.

Santo Tomás fue un hombre sabio cuya obra teológica nos dio muchas herramientas para dialogar con los que no tienen fe y para fundamentar nuestra fe cuando se trata de compartirla más allá de la comunidad eclesial. Siendo un hombre de fe también contempló el misterio de Dios y de esta forma nos dio otra hermosa lección de lo que para nosotros representa la búsqueda de Dios. Por eso también llegó a expresar: «Más he aprendido orando ante el crucifijo que de los libros».

Que nunca nos falte la fe para todos los momentos de nuestra vida. Pero que en los momentos difíciles y de oscuridad no nos traicione la memoria para recordar y actualizar esos momentos de luz y de gloria que Dios ha permitido en nuestra vida, para que también lleguemos a decir: «No tengo necesidad de tener fe en Dios puesto que lo siento, lo experimento vivo dentro de mí».



Para las ciencias humanas nombres como Newton, Pasteur, Einstein y otros más representan lo más encumbrado de la inteligencia humana. Para la ciencia divina el nombre de Santo Tomás de Aquino y otros más representan no sólo la sabiduría para penetrar en los misterios de Dios sino también un modelo de vida cristiana.

La vasta obra teológica de Santo Tomás se ha convertido en un referente imprescindible y sigue estando vigente hasta nuestros días. Pero con toda la trascendencia e importancia de la obra tomasiana también se destaca su piedad, su humildad y la profundidad de su fe.

Sus biógrafos destacan que el 6 de diciembre de 1273 dejó de escribir. Ese día, durante la Misa, experimentó un éxtasis de mucha mayor duración que la acostumbrada; sobre lo que le fue revelado sólo podemos conjeturar por su respuesta al padre Reinaldo, que le animaba a continuar escribiendo: “No puedo hacer más. Se me han revelado tales secretos que todo lo que he escrito hasta ahora parece que no vale para nada”.

Para nosotros es monumental y enciclopédica su obra que ha proyectado el pensamiento teológico. Pero retomando sus palabras podemos suponer que todo el prestigio de su obra no se compara con aquello que le fue revelado en ese momento.

Con la luz que desprenden los santos y los escritores cristianos vamos avanzando y saboreando cada vez más la vida cristiana. Alcanzamos a sentir las dificultades para mantenerse en una vida de fe, pero el Señor nos concede su gracia y se va asomando cada vez más en nuestras vidas para cimentarnos en la fe y la esperanza.

Ante las dificultades para mantenerse fieles a la vida cristiana por los escándalos de la Iglesia, por las persecuciones que enfrenta y por las tendencias ideológicas es muy común que en estos tiempos se comenté que hay personas que pierden la fe. Hay incluso sondeos que intentan poner números concretos al abandono de la Iglesia y de la vida cristiana.

Junto a esta realidad, que no se puede negar pero que es necesario entender desde un contexto concreto para no exagerar las cifras, hace falta también señalar el caso de tantos hermanos que en las comunidades cristianas han desarrollado una capacidad muy especial para experimentar la presencia de Dios.

Desde luego que la mayoría de nosotros sigue luchando y afianzándose en una vida de fe pero hay hermanos que han sido asistidos con una especial sensibilidad a las cosas de Dios, al grado que pueden llegar a decir aquello que el escritor José María Mendiola atribuye a una monja guipuzcoana que nació en Zumaya en el siglo XIX.

Ella llegaba a expresar: «No tengo necesidad de tener fe en Dios puesto que lo siento, lo experimento vivo dentro de mí». Nosotros creemos en lo que no vemos y muchas veces vamos caminando con incertidumbre, pero arraigados en la confianza que la mano de Dios nos sostiene y nos va conduciendo hacia la luz.

Mientras no entendemos todo ni tenemos todas las respuestas a las interrogantes de la vida nuestra fe nos sostiene y se vive como confianza incondicional en Dios. Y también llega el momento en el que vemos y sentimos la gloria de Dios, aunque sea por algunos instantes.

Qué bendición que en las comunidades cristianas haya hermanos alegres e inconmovibles en su fe, a pesar de las tinieblas y de los cuestionamientos que pueden llegar a ensombrecer entre nosotros la presencia de Dios.

Con toda la humildad y sin pretender otra cosa, hay ocasiones en las que también nosotros podemos estar en condiciones de confesar cosas parecidas a las de esa monja: “Ya no tengo fe porque lo he sentido, porque el Señor ha dejado su fragancia en mi vida, porque ha provocado una alegría inexplicable que llega a mi alma”. Expresiones de esta naturaleza también se escuchan en las comunidades cristianas y no sólo el dato doloroso de aquellos hermanos que llegan a perder la fe.

Santo Tomás fue un hombre sabio cuya obra teológica nos dio muchas herramientas para dialogar con los que no tienen fe y para fundamentar nuestra fe cuando se trata de compartirla más allá de la comunidad eclesial. Siendo un hombre de fe también contempló el misterio de Dios y de esta forma nos dio otra hermosa lección de lo que para nosotros representa la búsqueda de Dios. Por eso también llegó a expresar: «Más he aprendido orando ante el crucifijo que de los libros».

Que nunca nos falte la fe para todos los momentos de nuestra vida. Pero que en los momentos difíciles y de oscuridad no nos traicione la memoria para recordar y actualizar esos momentos de luz y de gloria que Dios ha permitido en nuestra vida, para que también lleguemos a decir: «No tengo necesidad de tener fe en Dios puesto que lo siento, lo experimento vivo dentro de mí».